¿Por qué hay tantas personas a las
que les cuesta asumir las responsabilidades o las consecuencias de lo que hace
o deja de hacer? Los expertos explican que justificarse es una reacción
habitual. Pero se puede ir cambiando.
Cualquier excusa es buena, o no, pero al menos
parece que de manera inmediata tranquiliza la conciencia de quien la usa.
¿Quién no ha dicho que llega tarde al trabajo por el tráfico o a una cena con
unos amigos asegurando que nunca ha sido puntual? Permite no sentirse tan
culpable o responsable de lo que se ha hecho o dejado de hacer. Las excusas
también se utilizan en situaciones que son desbordantes: “Yo no puedo hacer nada para paliar el
hambre en el mundo”.
No todo el mundo lo contempla de la misma manera.
La actriz Hilary Swank, quien ya
tiene en su haber dos Oscar, afirma que uno mismo se pone excusas para no
cambiar situaciones, para no hacer nada. “Siempre se
tienen dos opciones: decir que el mundo no tiene remedio y no hacer nada o
luchar por mejorarlo”. Lo tiene muy claro sobre todo al encarnar
en Escritores de la libertad a la maestra Erin Gruwell, una historia real que
sucedió en Los Ángeles hace unos veinte años, cuando estaban al alza los
disturbios raciales alimentados por las imágenes repetidas hasta la saciedad de
Rodney King golpeado por la policía cuando ya estaba esposado. Para estrenarse
como maestra, la joven Erin Gruwell escoge ir a una de las escuelas más conflictivas,
en un barrio convertido en gueto, donde algunos alumnos acuden a la clase con
armas. Las circunstancias son perfectas para que todo siga igual y los niños
persistan en el fracaso escolar. Los profesores veteranos no están por la
labor. Su excusa es que hagan lo que hagan estos chavales seguirán insertados
en la espiral de violencia y delitos. Pero el idealismo y la tenacidad de Erin
Gruwell tiene suficiente consistencia como para que estos chicos sentenciados
recuperen su dignidad y su autoestima. En un barrio donde casi nadie va a la universidad
consiguió que 150 alumnos suyos se matricularan en las universidades.
La historia de Erin Gruwell es real y aun así
sorprende y es calificada de excepcional. Las excusas no iban con esta maestra.
Pero para muchas personas, sí. En mayor o menor grado se buscan justificaciones
de lo que pasa o deja de pasar. Según los expertos se trata de un mecanismo
habitual porque la persona saca un beneficio de ello. Son denominados beneficios secundarios.
¿Cómo nos beneficia? ¿Nos beneficia realmente?
Para Noemí
Suriol, fisioterapeuta, directora del centro Lenoarmi, de Barcelona, se
produce una tensión dentro de la persona entre lo que debiera hacer y lo que decide no
hacer. “Esta distancia crea incomodidad, molestia, angustia, es internamente
activa como un Pepito Grillo. Ante esta molestia aparecen los pretextos para
apaciguar esta incomodidad interna. En primera instancia nos beneficia. Pero se trata de un beneficio secundario
que al final perjudica nuestro desarrollo”. Robin Sharma, abogado, experto en liderazgo y desarrollo personal,
autor de, entre otros libros, Las cartas
secretas del monje que vendió su Ferrari (Grijalbo), también constata esta
querencia por los pretextos. Explica que hay cierta tendencia a creer que no se puede
hacer nada ante hechos que nos sobrepasan, como llegar tarde al
trabajo por un accidente de tráfico que ha producido un atasco descomunal. Pero
el colmo de los colmos es asegurar que se llega tarde por ese accidente sin que
realmente haya tenido lugar. Es el miedo a asumir responsabilidades.
Excusas hay muchas y muy variadas. “Todos tenemos
una gran caja de excusas, como una caja de herramientas mental que todos
llevamos y utilizamos para ser coherentes”, afirma Noemí Suriol. Hay
quien se ha entretenido en recopilarlas. Francisco Gavilán es un psicólogo que
en su libro Yo no he sido (Zenith) ha
recogido las más habituales. Desde las más recurrentes como “ya lo haré
mañana” y “todo el mundo lo hace”, hasta los más inquietantes como “la televisión
me impulsó a hacerlo”. Este experto asegura que la excusa es un autoengaño, una especie de
táctica para sobrevivir, para salvar la autoestima o la imagen que se proyecta
hacia los demás. En este sentido se siente amenazado y opta por
justificarse en lugar de asumir sus limitaciones en un momento dado, sus
equivocaciones o su inconsistencia. Es difícil reconocer los errores que uno pueda cometer.
Hay problemas para asumir responsabilidades y hay
quien afirma que realmente nadie puede asumir nada porque el ser humano es reo
de su biología, de su sistema hormonal o de su código genético. No es extrañar
que el determinismo existencial, según el cual el libre albedrío es una quimera
porque el ser humano está sujeto a meros mecanismos, guste a tanta gente,
asegura Michael Gazzaniga,
psicobiológo, director del Sage Center para el estudio de la mente de la
Universidad de California, autor de, entre otros libros, ¿Quién manda aquí? El libre albedrío y la ciencia del cerebro (Paidós).
“Soy como
soy y no puedo cambiar. Es mi temperamento o mis genes y ante eso no puedo
hacer nada”. Para este neurocientífico vivimos en una especie de
contradicción. Lo explica de la siguiente manera: “La vida diaria plantea el siguiente
enigma: todos nos sentimos agentes conscientes, todos nos sentimos como una
unidad consciente, capaces de actuar con determinación y libres de tomar
decisiones de casi cualquier tipo. Al mismo tiempo, todo el mundo comprende que
somos máquinas, aunque máquinas biológicas, y que la leyes físicas del universo
son aplicables a ambos tipos de máquinas, tanto a las artificiales como a las
humanas. ¿Ambos tipos de máquinas están
completamente determinados o tenemos la libertad de elegir lo que deseamos?”.
Michael Gazzinga lleva este determinismo hasta sus
últimas consecuencias y recuerda que Richard
Dawkins, etólogo y autor de, entre otros libros, El gen egoísta, que popularizó a dicho científico, “representa la
perspectiva de la ciencia ilustrada que sostiene que todos somos máquinas
mecanicistas determinadas, afirmación que conlleva consecuencias inmediatas. Si
es así, ¿por qué castigamos a los individuos que muestran una conducta
antisocial, si no pueden hacer otra cosa? ¿Por qué no los vemos como personas
que necesitan una reparación? Al fin y al cabo, si el coche se estropea y nos
deja tirados, no la emprendemos a patadas contra él?”. Michael
Gazzinga explica que entre los neurocientíficos cada vez tienen más asimilado
que el cerebro no es estático, sino dinámico. Se habla de la plasticidad del
cerebro y su capacidad para modificar sus conexiones neuronales incorporando
nuevas habilidades.
También puede ser una cuestión de creencias sobre
lo que se puede hacer o no relacionado con este libre albedrío. Pero sea
creencia o no, puede determinar resultados como han constatado otros
investigadores. Kathleen Vohs,
psicóloga, profesora de Marketing de la Carlson School of Management de la
Universidad de Minnesota, y su colega Jonathan
Schooler, investigador del departamento de Psicología de la Universidad de
California, demostraron en un experimento publicado hace cuatro años en la
revista de la Association for Psychological Science, que la gente actúa mejor cuando cree que tiene
libre albedrío y puede decidir por sí misma sin poner excusas. Tras
analizar una encuesta efectuada en 36 países, donde se observaba que más del
70% de los encuestados se consideraba dueño de su propia vida, y otros estudios
donde se demuestra que la transformación del sentido de la responsabilidad del
individuo puede alterar su conducta, Vohs y Schooler decidieron comprobar
empíricamente si la gente trabaja mejor cuando cree que tiene la libertad de
elegir sus actos. Llegaron a la conclusión de que “la
incredulidad en cuanto al libre albedrío produce la sensación de que el
esfuerzo es inútil y, por tanto, no vale demasiado la pena tomarse la molestia
de cambiar”. Michael Gazzinga añade que, en ese sentido, “la gente
prefiere no tomarse la molestia, en forma de autocontrol, porque es algo que
requiere esfuerzo y consume energía”.
Tanta energía puede consumir que a la mente no le
resulta difícil producir más y más excusas. Aunque tampoco es gratis. Noemi
Suriol explica que la mente puede engañar al cerebro, pero lo tiene difícil
para engañar al cuerpo. “Al cuerpo no se le puede engañar, y el cuerpo no engaña.
Cuando mentimos, se producen una serie de reacciones fisiológicas más o menos
sutiles que van acumulándose por el hábito. Pequeñas contracciones musculares o
cambios en la tensión, entre otras, pueden ser identificadas por personas
entrenadas en la observación o por personas intuitivas. Cuando mentimos, el cuerpo manifiesta esta discrepancia. Para la
salud integral de las personas, la verdad es saludable. Acercarse a la verdad (objetiva) es un esfuerzo que provoca salud.
El hábito de buscar excusas o pretextos está muy arraigado en la mente humana y
busca la seguridad del individuo. Hay que hacer un esfuerzo para ser congruente
y un atajo son las excusas y los pretextos, que son unas categorías sutiles de
la mentira. Las pequeñas mentiras
cotidianas pueden hacer la vida cotidiana aparentemente un poco más soportable,
pero es un camino engañoso”.
Aún así hay situaciones y situaciones, como
explica Assumpció Salat i Bertran,
psicóloga, directora del centro de psicología Àgape. Esta experta constata que
una de las cosas que más cuesta “a muchos seres humanos es asumir totalmente la experiencia de sus vidas. La diferencia entre
la persona que pone excusas y la que no lo hace es que a la primera le cuesta mucho asumir el resultado de sus elecciones
y decisiones, mientras que la segunda es
una persona responsable capaz de asumir los resultados de todo aquello que hace
o dice”. Esta experta explica en qué situaciones generalmente
hay una tendencia a poner excusas.
“Primero, ante aquello sentimos”. Comenta que
en vez de asumir la responsabilidad de nuestros sentimientos ponemos excusas y
culpabilizamos a los demás o al entorno de lo que sentimos. “Los
sentimientos es algo que producimos nosotros mismos en nuestro interior al
alimentar nuestra emociones que serían puntuales con pensamientos que las
engordan y las nutren”.
En segundo lugar, esta experta afirma que se ponen
excusas ante los errores. “Tendemos a veces a no reconocerlos y a justificarnos o
poner excusas para no asumir las consecuencias de nuestro error”.
En tercer lugar, “ante nuestros acuerdos con otras personas o
entidades”. Assumpció Salat i Bertran afirma que cuando se llega a
un acuerdo con alguien y luego por alguna razón ese acuerdo no se cumple, “tendemos a
poner excusas para no asumir nuestra responsabilidad, el ejemplo típico es el
de llegar tarde a una cita (acuerdo), enseguida ponemos excusas y
justificaciones para no tener que pasar por la vergüenza o el miedo a admitir
nuestra responsabilidad”.
Y por último, “ante
comportamientos o errores de otras personas, tendemos a poner excusas para
salvarlos o para que no asuman ellos las consecuencias y la responsabilidad de
sus actos o errores”. Assumpció Salat quiere remarcar que, a la
larga, las excusas restan efectividad y eficiencia en nuestra vidas, nos roban
también la energía por la incoherencia interior que producen. “Por todo ello,
para librarnos de las excusas y justificaciones hemos de tener siempre muy
presente que nadie ni nada nos manipula.
Nos pueden amenazar, pero nunca manipular, ya que todo lo que pensamos, decimos
y hacemos siempre lo acabamos decidiendo
nosotros mismos. Ser consciente de esto, y entrenarse en practicarlo es
todo un trabajo de autoconocimiento”.
Pero no es fácil. Noemí Suriol recuerda un
proverbio árabe: “Quien
quiere hacer algo encuentra un medio, quien no quiere hacer algo encuentra una
excusa”. Esta experta propone modificar un poco esta frase para
incorporar también el concepto pretexto: “Quien quiere
hacer algo (indebido) encuentra un pretexto, quien no quiere hacer algo (que
debiera hacer) encuentra una excusa”. Marcelo Berenstein, director de Emprendedores News y autor de 201 mensajes para emprender y liderar,
recoge la historia de un maestro que llevó al alumno a una granja muy pobre
donde todos vivían de lo poco que obtenían de su vaca. “Sorpresivamente el maestro mató a la vaca
y se fue con el alumno, quien quedó acongojado y perplejo por su acción. Al año
ambos regresaron. En la granja se respiraba prosperidad. La vaca había sido la
excusa con la que justificaban su fracaso, no hacían nada y se conformaban con
su situación”.
Marcelo Berenstein comenta que quienes ponen
excusas pueden ser identificados como pesimistas. Y hay quien justifica el
pesimismo asegurando que son realistas frente a los optimistas. ¿Quién es más
realista? Qué más da. “Ambos logran,
para bien o para mal, aquello en lo que creen. Un optimista hace lo que un
pesimista impide”, asegura Marcelo Berenstein. Para quien quiera
identificar qué tipo de excusas utiliza en su vida, este experto ha hecho una
pequeña lista de vacas.
Vacas
justificadoras:
hay quienes están peor, odio mi trabajo pero gracias a que lo tengo, al menos
tenemos para comer.
Vacas
inocentes:
lo que me pasa es genético, o a mi nadie me apoya.
Vacas
de falsas creencias:
se es esclavo de lo que se tiene.
Vacas
paralizantes:
recién empiezo algo nuevo cuando estoy absolutamente seguro.
Vacas
filosóficas:
unos nacen con estrellas y otros nacen estrellados.
Vacas
de autoengaño:
lo importante no es ganar sino competir.
Los expertos aseguran que la manera de eliminar
las excusas es sencillamente asumir al 100% la responsabilidad de los errores o de las
cosas que dejan de hacerse bien. No es tan fácil porque también
requiere dejar de culpabilizarse de manera castrante. Y la culpa y los miedos al cambio todavía
pesan demasiado.
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