Los vampiros existen.
Tal vez no se parezcan a los retratados en innumerables novelas y películas de
ciencia ficción, criaturas condenadas a las sombras de la noche y sedientas de
sangre.
Tampoco se acercan demasiado a las descripciones folletinescas de héroes
románticos atormentados, aunque no son ajenos al tormento. Salen
a la luz del día, y no se amilanan ante las ristras de ajos ni el agua bendita.
Pero si observamos detenidamente a nuestro alrededor, podremos detectar las señales que los
distinguen. La más evidente es el agotamiento de quienes se relacionan con
ellos. No en vano, se alimentan de la energía
ajena como los vampiros lo hacen de sangre, succionando la alegría, el
bienestar y el entusiasmo de quienes se cruzan en su camino. De ahí que se les
conozca como ‘vampiros energéticos’.
Todos nos hemos encontrado con alguno en un momento u
otro de nuestra vida. Puede que incluso formen parte de nuestro círculo más
cercano. No importa la cantidad de tiempo que pasemos con ellos, o la
frecuencia con la que compartamos nuestros encuentros. Siempre nos sentiremos cansados
y débiles tras esa interacción. Por
lo general, se trata de personas que tienden a orbitar alrededor de su propio ombligo. Viven tan
centrados en sí mismos, en sus problemas, circunstancias y necesidades que
apenas queda espacio para nada más. De ahí que suelan construir un
discurso repetitivo,
además de jugar a menudo la carta del victimismo. Les cuesta mucho ‘ver’ a la
persona que tienen delante, a quien a menudo utilizan meramente como ‘basurero
emocional’.
Suelen ser rápidos a la hora de emitir opiniones y prodigarse en críticas y
descalificaciones, y a menudo son hábiles manipuladores. Y es que aunque
carecen de colmillos, no dudan en morder.
A grandes rasgos, existen dos tipos de vampiros
energéticos. En primer lugar, están los que acuden a nosotros constantemente para
contarnos sus problemas.
Suelen jugar a la perfección el papel de víctimas, buscando que sintamos
lástima y pena
por ellos. Y pese a nuestros esfuerzos, nunca parecen asumir la responsabilidad de sus acciones,
ni hacer nada para cambiar o transformar
la raíz de sus problemas. Son como agujeros negros, capturando y haciendo
desaparecer cualquier rayo de luz que se atreva a asomarse a su vacío.
En segundo lugar, están quienes avasallan sin contemplación,
actuando con un permanente aire de superioridad. El juicio es su deporte favorito,
y son campeones en la disputada categoría de quejas y lamentos. En vez de
valorar y agradecer nuestras respuestas y propuestas, se dedican a descartarlas
o descalificarlas sin más. Tienen la sutileza de un ‘bulldozer’ y la misma
capacidad de destrucción.
Aunque somos conscientes de cómo nos sentimos tras relacionarnos con ellos, ya
sea por costumbre, por amabilidad o por educación, solemos permitir que nos asalten
emocionalmente y drenen nuestra energía. Y puesto que en un momento u otro nos
veremos obligados a interactuar
con ellos, tal
vez sería interesante cuestionarnos cuál es la mejor manera de lograrlo sin
salir gravemente perjudicados
en el proceso –o sin tener que recurrir a las estacas y a las ristras de ajos.
El precio de ser un pesado
“No
hay mayor esclavitud que decir sí cuando se quiere decir no”, Baltasar Gracián
El primer paso para dejar de ser tan vulnerables ante los
vampiros energéticos es dedicar algo de tiempo a valorar qué tipo de relaciones
queremos establecer con ellos. Podemos partir de la base de que no
vamos a hacerles cambiar de actitud ni de hábitos. Ese cambio sólo se produce cuando ellos
mismos asumen el compromiso de transformar su manera de actuar y de comunicarse. En
este escenario, lo único que nos queda es aprender a marcar los límites necesarios
para preservar nuestra salud emocional. Y para ello, tenemos que empezar por
priorizar nuestras necesidades
y respetar nuestro tiempo. No se trata de cortar la relación con alguien a
quien apreciamos, sino de saber mantener la distancia
cuando el
vampiro en cuestión nos avasalle en modo ‘incontinencia verbal tóxica’.
Para lograrlo, podemos dejar de tomarnos sus tretas y
hábitos egocéntricos como algo personal.
En esos momentos, resulta útil observar a nuestro interlocutor y verificar que
probablemente tendría la misma actitud con cualquier otra persona. Eso no
justifica su conducta,
pero nos puede ayudar a tomar perspectiva de la situación y dar cabida
a una respuesta más consciente y meditada, en vez de la reacción impulsiva
habitual, que termina por dejarnos agotados. Al fin y al cabo, si permitimos
que la conducta manipuladora de los demás nos provoque una reacción impulsiva y
dañina, los primeros
que saldremos perjudicados somos nosotros. Con ello no sólo no
conseguiremos la respuesta que esperamos, sino que terminaremos exhaustos a
causa de la intensidad de nuestras emociones y decepcionados por el resultado de
la interacción.
Al cambiar nuestra manera de responder -interna y
externamente- ante los estímulos
de siempre, podremos lograr que los vampiros energéticos se vean en la tesitura
de tener que actuar a su vez de forma distinta. El objetivo es hacer de espejo a nuestro
interlocutor, en vez de alimentar una conversación condenada a la
esterilidad. En última instancia, los vampiros energéticos pierden el control cada
vez que la realidad no se adapta a sus expectativas, y eso les convierte en
esclavos de sus circunstancias. De hecho, sus palabras, conductas y actitudes
denotan una profunda falta de responsabilidad
y madurez. De ahí la importancia de cuestionarnos qué podemos hacer nosotros para cambiar la
dinámica de esa relación.
Si aspiramos a cambiar el feedback que recibimos de
nuestras relaciones, tenemos que empezar por transformar nuestra manera
de comunicar. En una interacción sana, la conversación y la energía
fluyen entre dos personas con un equilibrio
palpable. Cada uno tiene su espacio para compartir, comentar y responder, y hay
espacio para la escucha y la reflexión.
Cuando se dan estas circunstancias, las conversaciones que mantenemos nos
nutren como lo haría una buena comida. Nos dejan con las cosas más claras y las
pilas cargadas
por la alegría del disfrute compartido. Los vampiros energéticos nos proponen
lo contrario. Una
relación que, aunque no lo parezca, es unidireccional, cansada, fuente de
conflicto, frustración e insatisfacción. Llegados a este punto, tal
vez sea el momento de plantearnos algunas preguntas incómodas. ¿Qué sucede si
nos encontramos al otro lado del espejo? ¿Y si nosotros somos los vampiros
energéticos?
Entre las leyendas y la realidad
“Las personas perdemos energía buscando
excusas por no ser lo que podríamos llegar a ser y no invertimos la suficiente
en respetarnos a nosotros mismos”, Michael
Straczinsky
Tras el ejercicio de honestidad que requiere responder a
esta pregunta,
puede que resulte útil tratar de detectar las señales que nos definen como
‘vampiros’.
- ¿La gente nos corta cuando hablamos?
- ¿Nos ponen excusas para quedar?
- ¿Desconectan cuando les estamos explicando nuestras vicisitudes?
Si nuestra forma de actuar genera que las personas se
alejen de nosotros, nos eviten, y nos cuelguen la etiqueta de ‘pesados’, tal vez sea el
momento de cambiar nuestra manera de relacionarnos con los demás. Si
aspiramos a construir relaciones más sanas y satisfactorias, tenemos que
empezar por hacer un poco de autocrítica.
Es la forma más directa de conseguir sumar en perspectiva. De ahí la
importancia de preguntarnos:
- ¿Qué resultados obtenemos de nuestras interacciones?
- ¿Son de bienestar?
- ¿O más bien todo lo contrario?
Llegados a este punto, quizás valga la pena recordar la
definición que hizo Einstein de la locura: “Hacer lo mismo
una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Contrariamente a lo que afirman los mitos y leyendas,
existe cura para el vampirismo. No se trata de una poción mágica,
sino de un trabajo
personal que requiere de grandes dosis de honestidad, humildad y compromiso.
Implica enfrentarnos a nuestra imagen en el espejo y atrevernos a observar el
reflejo que nos devuelve. En última instancia, nosotros somos nuestro peor enemigo. Si en
vez de succionar la energía ajena nos dedicamos a cultivar la nuestra, empezaremos
a cambiar la dinámica de nuestras relaciones. Podemos optar por quedarnos
estancados en las tinieblas
y vivir de energía prestada -cargada de frustración e insatisfacción–, u optar
por ser personas que aportan, que demuestran un interés genuino por los
demás y construyen relaciones empáticas y auténticas.
En clave de coaching
- ¿Qué actividades nos ayudan a cargarnos de energía en nuestro día a día?
- ¿De qué manera las podemos potenciar?
- ¿Cómo afectaría a nuestras relaciones?
Libro recomendado
‘Libertad
emocional‘, de Judith Orloff (Obelisco)
Lo pitjor no són els vampirs energètics, sinó els que son vampirs energètics i emocionals ... Aquests et deixen seca en tots els sentits ...
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