El carácter lo
determinan los genes y el entorno
Cuenta Paul Tough en su libro How Children Succeed (Cómo tienen éxito
los niños): “La
fuerza de carácter se basa en la química del cerebro y se moldea en formas
medibles y predecibles, por el entorno en el que crecen los niños. Eso
significa que el resto de nosotros —la sociedad en su conjunto— puede hacer
mucho para influir en su desarrollo”. Es decir, que el carácter
viene determinado no solo por la genética, también por el contexto.
Así que en esta época de crisis económica, moral y emocional que vivimos, más
que nunca hay que sacar este carácter de dentro para solventar los problemas.
Pero, ¿cómo? Con actividades en el aula y en casa que fomenten el trabajo en
equipo, la reinvención y la confianza en sí mismo.
“Nosotros no podemos darle a los niños respuesta a las preguntas
del futuro —no las conocemos—, pero sí podemos hacer que sean creativos y que
tengan el coraje de buscar una solución a las cuestiones. Muchas escuelas
desarrollan esta teoría de una forma errónea”, sostiene Christopher Clouder, director de la
Plataforma para la Innovación en Educación de la Fundación Botín. Clouder habla
de lo que los expertos denominan desde 1995 “inteligencia emocional” gracias
al psicólogo estadounidense Daniel Goleman. Está en boca de muchos dirigentes,
pero a la hora de la verdad en España se cultiva poco en las aulas. “Los políticos
creen que cuesta formar en inteligencia emocional, cuando no es así. Prefieren
decantarse por lo que saben. Ciencias, Matemáticas, Lengua… Y los profesores
son presionados para que enseñen cada vez más estas materias. Eso lo vemos en
los informes PISA”.
Carina
Szpilka,
hasta hace tres semanas directora de ING Direct España y una de sus fundadoras,
es un claro ejemplo de la importancia del control de las emociones. “Según avanzas en una organización es mucho más
importante saber de psicología que de finanzas y de números”. La
ejecutiva está convencida de que con la aplicación de técnicas emocionales se
llega al éxito. “Me
han acusado de buenista, pero he visto que si eres capaz de modular la
inteligencia emocional de las personas obtienes unos resultados de negocio muy
superiores y con un esfuerzo menor”.
Szpilka ha
triunfado en su campo, como lo han hecho en sus áreas el cirujano y experto en
liderazgo Mario Alonso Puig y el
publicista Luis Bassat. Los tres,
reunidos por la Fundación Botín en el
marco de la mesa redonda La inteligencia que España necesita se puede desarrollar,
lo achacan a sus habilidades para relacionarse o controlar y manejar sus
sentimientos, más a que sus conocimientos racionales.
SE
ACABÓ LA RELACIÓN JERÁRQUICA EN EL AULA
Los niños y
adolescentes necesitan tiempo libre para reflexionar y hasta aburrirse, el
interruptor necesario para que desprendan su creatividad. “Me
preocupa que los niños ya no jueguen”, defiende Christopher Clouder, director de la Plataforma para la Innovación en Educación.
Pues en su opinión así, “aprenden a ser disciplinados y a controlar su conducta”.
Jugar en la
calle y el aula donde el docente debería cambiar su papel. “La relación jerárquica con el profesor se
olvida de la importancia de estimular las relaciones horizontales de la clase.
Al hacerlo sitúa a los alumnos en un papel de dependencia respecto al docente,
cuando este tipo de relación grupal puede generar aburrimiento y desmotivación”,
razonan Coral López y Carmen Valls
en Coaching educativo, las emociones, al servicio del aprendizaje.
“Es más efectivo
si los profesores aprenden inteligencia emocional mientras que cursan Magisterio
que cuando ya ejercen”, prosigue Clouder. “Yo voy a sus
clases y son demasiado académicas. Ser creativo o la forma de relacionarse con
los padres debería estar en el currículum”. El problema, piensa el
fundador del Consejo Europeo para la
Educación Waldorf-Steiner es que
en muchos sitios los profesores están desmotivados porque están
mal pagados, sus alumnos no les tienen respeto y no pueden controlar la clase.
La tarea por
delante parece ardua. La psicóloga María
Jesús Álava y Susana Aldecoa, directora del colegio Estilo, advierten en su
libro La buena educación que “cada vez hay
más adolescentes y jóvenes para los que su principal compañía es la tecnología.
Son capaces, en teoría, de ‘comunicarse‘ con cientos de desconocidos y, sin
embargo, se bloquean cuando tienen que
relacionarse con los compañeros que tienen al lado”. Y ya
entonces tienen problemas emocionales que encarar, como la obesidad, la pobreza
o el acoso en clase y cibernético.
Las nuevas generaciones se verán forzadas, más que las anteriores,
a demostrar sus habilidades sociales. La infancia se encoge —en las
niñas cinco meses por década— pero sobre todo lo que muta es el mundo que nos
rodea y los profesores y los padres están obligados a prepararles para el
futuro. ¿Cómo será este? La activista del aprendizaje independiente Kio Stark señala cuatro claves para el
éxito de la educación emocional:
se aprende más en grupo que solo,
en muchas profesiones disminuye la preparación académica,
las
experiencias de instrucción recordadas con más cariño son fuera del aula y
los más
felices en aprender son quienes lo hacen porque están motivados internamente,
no los que buscan la recompensa de otros.
Bassat,
Alonso Puig y Szpilka, se atreven a demandar el uso de las
emociones para salir de la crisis. Los españoles somos creativos,
piensan, pero
incapaces de valernos de nuestras habilidades —que en muchos casos
desconocemos— para
progresar. Por ello defienden que se apliquen técnicas de
inteligencia en las aulas como ocurre en Reino Unido o Escandinavia. “En España se
sigue el modelo francés que se basa en una aproximación más intelectual”,
se lamenta Clouder, ligado al método educativo Waldorf durante décadas.
Alonso
Puig
es tajante: “No
es cierto que las capacidades de razonamiento y análisis y las emocionales sean
dos entes totalmente distintos. Es una ilusión óptica. Se pueden distinguir,
pero no se pueden separar. A nivel intelectual yo puedo pensar que algo es
fabuloso, impecable, pero el inconsciente no está en la cabeza, está en el
cuerpo, en el corazón. Y a ellos se
llega a través de experiencias, no a través de ideas y conceptos”.
Alonso Puig
asegura que está demostrado que las emociones abren el intelecto. “Pensar que la
inteligencia es una capacidad fija es un error que se paga muy caro. Quienes
tienen esa certeza, cuando se encuentran ante un problema y no saben
enfrentarse a él lo dejarán. Mientras que quien lo encara puede hallar la
solución”. Pero, ojo, el doctor está convencido de que no se
consigue sacar las emociones “por arte de magia”. “Supone
un compromiso: el de levantarse después de cada caída”.
Szpilka,
autora del blog #otra forma de liderar,
cuenta su experiencia. Formaba parte de un comité de dirección que no
funcionaba bien pese a que sus miembros se conocían desde hacía nueve años. “Se confundía
mantener el buen ambiente con expresar abiertamente lo que cada uno pensaba sin
ofender al de al lado, y no iba bien”. Así que decidió generar más
confianza utilizando técnicas tras realizar un cuestionario para saber si lo
que expresaban coincidía con lo que sentían. Es decir, si querían mandar,
compartir o si necesitaban afecto. Las tres mismas necesidades —inclusión,
control y afecto— que analizan en el Ejército de Estados Unidos desde que
detectaron que muchos soldados abandonaban sus filas por desmotivación.
Los muchachos
de hoy en día tienen que prepararse para una trayectoria profesional que tendrá
más de una parada, varias mudanzas, distintas ciudades. Necesitarán
flexibilidad. “Cuando
dije que me iba para dedicarme a otras cosas me miraban como si fuese una
extraterrestre. La sociedad me juzgó un poco. Hay que quitar viejos hábitos para dejar entrar algunos nuevos”,
sostiene Szpilka, quien no desvela a qué se va a dedicar a partir de ahora. Hay
un inmovilismo que disgusta al doctor: “Aquí se decía eso de ‘para estar seguro haz Medicina,
haz Arquitectura...’. ¿Y dónde ha quedado eso? Los pioneros de los grandes
negocios actuales han desafiado esta regla”.
ES
MUCHO MÁS IMPORTANTE SABER DE PSICOLOGÍA QUE DE FINANZAS
La Fundación Botín lleva algunos años
tratando de introducir en los centros escolares —160 en cuatro comunidades— los
cambios que propiciarán esos nuevos líderes del futuro. Para mejorar la calidad
de vida, el clima académico y el rendimiento de los estudiantes españoles. Han
detectado que con
las artes afloran los sentimientos y la creatividad, por lo que sus
niños acuden a conciertos y a exposiciones y luego crean sus propias obras. “Hemos empezado
ahora también a trabajar con los coros. La voz es lo más sencillo y se crean
acciones muy positivas en equipo”, cuenta Fátima Sánchez, la directora de Educación de la fundación.
Los
estudiantes sometidos a esta planificación, aseguran, mejoran un 5,6% en
claridad o comprensión emocional, según sus tres pruebas de evaluación. Es
decir, son más capaces de identificar sus emociones y las del próximo y, por
tanto, usar estrategias para resolver los posibles problemas. Por el contrario,
los no inscritos pierden un 1% de esa capacidad con el paso del tiempo. Sus
estudiantes, además, optimizan un 4,6% su habilidad para defender sus derechos
y expresar ideas y sentimientos evitando conflictos, frente al 0,6% de los no
integrados en el programa. Y, por último, dicen, bajan los niveles de ansiedad
—un 13%— íntimamente relacionados con la violencia y las drogas. Y a menor
conflictividad en el centro mayor es el rendimiento académico.
“Las mudanzas personales se hacen por necesidad, no porque uno
quiera hoy. La triste realidad es que la crisis ha dejado a mucha gente sin
expectativa de encontrar trabajo. Cuando chicos que han estudiado Publicidad me
preguntan ‘¿qué hago ahora?’ yo les digo que monten una agencia en su dormitorio. Que
le regalen una web a su peluquero y al del bar en el que toman café… Y cuando
tengan 10 páginas estupendas, que las ofrezca cobrando algo”. Pero
para seguir ese consejo de Bassat es necesario tener un arrojo y un autocontrol
que se trabaja con técnicas emociones. “La crisis está revelando una falta confianza para
emprender nuevos proyectos. Estamos muy
acostumbrados a que todo nos venga de fuera y no hemos hecho el trabajo de
liderazgo personal para hacer frente a las dificultades”, razona
Alonso Puig. Y añade: “Los talentos y
capacidades se descubren en momentos de dificultad”. Ello obliga
a tomar decisiones, una práctica que en general rehuimos. Bassat se desespera: “Nos dan miedo los riesgos y resulta que estamos tomando
el mayor, el de no movernos”.
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