Respeto y mesura
pueden convertirlas en puente de doble dirección para solucionar problemas
No es casual
que el término discusión tenga en castellano un sentido negativo, mientras que
discussion en inglés apela –entre otras acepciones– al debate fértil y al
intercambio de ideas. En los países mediterráneos, cuando surge un conflicto, demasiadas
veces el golpe de genio domina sobre el diálogo. Solo hay que
comparar las ordenadas intervenciones en un parlamento del norte con el vocerío
y las salidas de tono que abundan entre nuestros políticos, muy especialmente
durante las elecciones.
Bajo la falsa
premisa de que la persona que más grita es quien lleva la razón, no nos hemos
educado en el arte de disentir productivamente, una carencia que
fomenta la rigidez mental y el pensamiento unidireccional. Sin tener que dar la
razón a nadie que no la tenga, en este artículo estudiaremos cómo hacer de la
discusión una fuente de soluciones, en lugar de un multiplicador de problemas.
Pero veamos primero cómo se genera la discusión que desata tempestades.
La mayoría de
discusiones solo sirven para amplificar los malentendidos”. André Gide
Casi todo el
mundo es capaz de defender con moderación su punto de vista en una reunión con
extraños -por ejemplo, en el trabajo o en el banco-, pero esto mismo a veces
resulta difícil con la persona con la que compartimos techo y años de convivencia.
¿Por qué se recurre tan a menudo al arsenal
de reproches y descalificaciones con la persona a la que más se ama?
El opuesto del
amor no es el odio, sino la indiferencia”. Elie Wiesel
Hay diferentes
opiniones sobre el tema, pero la mayoría de especialistas coinciden en que las
batallas conyugales
guardan siempre una relación con el poder. Por este motivo en el
punto álgido de una discusión no se aceptan disculpas. Lo que pretende uno del
otro es que ceda terreno a su favor, sea a través de concesiones, de la
aceptación de errores o de conseguir un compromiso que cambie la correlación de
fuerzas.
Pocas veces discutimos para entender al otro y acercar
posiciones.
Como boxeadores en un ring afectivo, la discusión de pareja la gana aquel que
desarma al otro porque tiene una posición más favorable, mejores argumentos o
bien conoce los puntos débiles de su contrincante -por ejemplo, el sentimiento
de culpa- y golpea sobre ellos.
Al final, en esta clase de contiendas no hay ganador alguno. Solo
se aplaza la resolución del problema cuando no se agranda directamente por
culpa del resentimiento que sigue al intercambio de rencores e improperios.
Aunque luego
nos arrepintamos,
las heridas que se abren en una discusión en la que la adrenalina ha subido sin
control pueden tardar mucho en cicatrizar o incluso pueden provocar
una ruptura. Y no solo en una pareja. Más de una larga amistad ha quedado
finiquitada tras una polémica innecesaria, así como hay miles de personas que
pierden su empleo por decir lo que no deberían en el momento menos oportuno.
Cuando
hablamos de violencia en las relaciones humanas, tendemos a restringirla a las
agresiones físicas que nos horrorizan en la sección de sucesos o, como mucho, a
las agresiones verbales que no ponen en peligro nuestra vida, pero sí nuestra
autoestima y salud mental.
Un empleado
sometido, un día tras otro, a los comentarios destructivos de un superior
acabará sufriendo trastornos de ansiedad o incluso una depresión en toda regla.
Sin embargo,
hay otra violencia que no emplea la fuerza física ni los insultos. Una forma de
agresión que no acostumbra a reconocerse como tal, pero que puede tener un
efecto devastador en quien la sufre: el silencio punitivo.
Cuando un
conflicto de pareja no se ha resuelto y la parte que cree tener razón castiga a
la otra con el silencio, por mucho que esta última intente dialogar, el daño
psicológico es igual o peor que recibir una tormenta de gritos. Al
menos en este último caso existe el recurso de la defensa, mientras que la daga del
silencio mata todas las razones y se utiliza para incubar en la
víctima sentimientos de culpa y autodesprecio.
En el entorno
colectivo de una empresa, el silencio que solo busca hacer sentir mal a alguien
recibe la etiqueta de mobbing, pero esta misma arma se puede utilizar en una
guerra para dos.
Más allá de
las tres formas de violencia –física, verbal y psicológica– que acabamos de
ver, como
seres humanos tenemos la posibilidad de convertir la discusión en una catarsis
cuyo fin sea superar los malentendidos y conocernos mejor.
Para ello, los
especialistas en conflictos interpersonales recomiendan proceder así, en lugar
de optar por su opuesto negativo:
1. Señala el hecho
que está mal, en vez de descalificar a la persona.
2. Escucha
en vez de interrumpir.
3. Pide
aquello que
te gustaría que sucediera, en vez de exigirlo.
4. Respeta
la opinión del otro, en vez de ironizar sobre ella.
5. Pregúntale lo
que siente y le motiva, en vez de interpretarlo a tu manera.
6. Acepta tus
propios errores, en vez de centrar tu discurso en los del otro.
7. Reconoce
también las cosas que el otro hace bien, en lugar de centrarte en sus
equivocaciones.
8. Discute sobre
un conflicto actual, en vez de sacar trapos viejos.
9. Calla aquello
que puede herir, en vez de utilizarlo como arma.
10. Habla
en vez de gritar.
Si discutes mucho
para probar tu sabiduría, pronto probarás tu ignorancia”. Muslih-Ud-Din Saadi
Si seguimos
estas reglas, con toda seguridad terminaremos la discusión mejor de lo que
estábamos al comenzarla. Al dialogar y sopesar diferencias de forma empática, reforzaremos la
unión con la persona o personas sobre las que pendía el conflicto.
A veces lo que
impide que una discusión dé un giro positivo no son viejas rencillas del pasado
ni diferencias insalvables, sino el bloqueo que ejerce una de las partes para que las
ideas preconcebidas no se muevan.
Hay
situaciones en las que nuestro interlocutor se cierra en banda y es imposible
resolver la cuestión que ha provocado el conflicto. Esto sucede a menudo con personas
retraídas y poco acostumbradas a dialogar, así como con aquellos
perfiles sanguíneos que hablan –o gritan– antes de pensar. En una
tercera categoría, entre las personas difíciles, estarían aquellas que se parapetan
tras un argumento y repiten una vez y otra lo mismo, como un mantra,
por miedo a ser convencidas de lo contrario.
El objeto de toda
discusión no debe ser el triunfo, sino el progreso”. Joseph Joubert
Justamente
contra estos bloqueos en la comunicación, Sócrates diseñó un método para abrir
brecha en las certezas del otro y hacerle pensar. Muchas de las preguntas que
el filósofo ateniense utilizaba entonces para que el interlocutor abandonara su
rigidez mental siguen teniendo validez hoy día:
- ¿A qué te refieres exactamente con esto?
- ¿Cómo has llegado a esta conclusión?
- ¿Por qué es eso tan importante para ti?
- ¿Has contemplado la posibilidad de que estés equivocado?
A menudo estas
preguntas no obtienen una reacción positiva inmediata por parte del
interlocutor, pero sin duda acabarán por hacerle pensar. Hay
personas que necesitan
un tiempo de incubación para llegar por sí mismas a una conclusión
positiva que entierre el hacha de guerra.
Toda discusión
se convierte en un puente de doble circulación cuando la afrontamos con
respeto y mesura, y tenemos la valentía de conocer al otro y darnos a conocer.
ENFRENTAMIENTOS
DESTRUCTIVOS
Una Película - ‘Olvídate de mí’. Michel Gondry
Traducida con
un título muy alejado del original Eternal
sunshine of the spotless mind, disecciona las discusiones y miserias
cotidianas de una pareja que, pese a estar enamorados, necesitarán someterse a
una cirugía de recuerdos para olvidarse del otro.
Una Novela - ‘El desprecio’. Alberto Moravia
(DeBolsillo)
Publicada en
1954, muestra la compleja relación entre Emilia y su marido, un guionista de
cine que ve cómo su matrimonio se va desmoronando a medida que el éxito llega a
su carrera.
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