¿Por qué escribe sobre
felicidad?
La
medicina hizo un cambio significativo hace 20-25 años y fue cuando nos dimos
cuenta que no basta con curar las enfermedades, sino que es importante valorar
el estado inmunológico y emocional, qué cualidades tenemos los seres humanos
naturales que nos protegen o que nos ayudan a superar situaciones difíciles de
la vida. Se empezó a investigar temas como el optimismo y la felicidad, la
capacidad de relacionarse... Es un tema que antes trataban los filósofos, pero
no se había estudiado de una forma metódica. De ahí que yo también entrase en
ese mundo, de estudiar la influencia de las cualidades positivas.
¿Es usted feliz?
Yo
me doy un 8,5. Ese número va a ser muy parecido en muchas personas diferentes,
aunque cambies de país, excepto en aquellas que no tienen cubiertas sus
necesidades y también en las personas que están deprimidas. El 80%, si le
preguntas, va a dar más de un 5, hombres, mujeres, mayores...
¿Los españoles tienen alguna
particularidad?
Aquí no se habla
de la felicidad. No se presume de ser feliz. En Estados Unidos, en cambio, se glorifica la
felicidad, y no es que sean más felices (normalmente se puntuan también con un
7 o un 8), sino que la cultura fomenta hablar del tema, hasta el punto de que
la mayoría de las personas creyentes piensan que cuanto más feliz eres más
probabilidades tienes de ir al cielo.
¿Por qué les cuesta tan poco
ser felices a los niños?
Porque
el instinto de la felicidad es genético. Todos nacemos con la capacidad de
proteger y buscar nuestra satisfacción de la vida, necesaria para que la
especie continue. Los niños, si les dejamos tranquilos, de forma natural
van a ser felices, porque está en sus genes. Incluso algunos que
pasan por una infancia muy dura, luego les preguntas cómo de felices son y te
dan un 7 o un 8, porque lo han superado. Normalmente, el ser humano tiende a sentirse bien.
¿Usted fue un niño feliz?
Síiii
(pensativo), yo fui un niño con problemas, hiperactivo, que me cateaban, y lo
pasé muy mal, porque a mis padres no le gustaba lo de los cates. Pero en aquel
momento, si me hubieras preguntado, cuando tenía 12, 13 o 14 años no sé lo que
hubiera contestado. Luego tuve la suerte de que mi madre me dijo: 'parece que
tienes buen oído para la música, ¿por qué no pruebas algún instrumento?'.
Y empecé a tocar el piano, y con 15 años ya tocaba la batería en un conjunto,
que es el instrumento ideal para un niño hiperactivo. Aquello ayudó a mi
autoestima porque, aunque me cateaban, eso de tocar por la radio, me ayudaba a
ligar y pensaba: 'soy
un desastre en el cole, pero mira caigo bien'. Eso me sirvió para
nivelar mi autoestima. A medida que empecé a comprender que podía utilizar
el exceso de energía para estudiar más o trabajar, me fue yendo mejor.
Mirando hacia atrás, con todos los problemas, en general me doy un 8,5.
¿Cómo se potencia la autoestima
en un adulto?
En una persona
adulta es más complicado, a no ser que su autoestima haya bajado por algo
concreto. En
ese caso, estas personas son más fáciles de ayudar. Por ejemplo, si está
deprimida porque ha roto con su pareja o tiene problemas en su familia, es
lógico que la autoestima baje. La cuestión es superar ese problema.
Ahora
si la persona ha crecido con una autoestima baja y se mantiene, cambiarlo
requiere tiempo y mucho esfuerzo, y dinero por lo menos en Estados Unidos,
porque es algo que se ha consolidado. Hay que empezar a hacer listas, para
encontrar algo con lo que se encuentre bien. Y comenzar a desarrollar parcelas que pueda
desarrollar para aumentar su autoestima.
¿Se puede ser feliz con una
situación económica difícil?
Sin
conocer el caso concreto no se pueden dar consejos buenos. Si una persona no
tiene empleo, lo primero que le preguntaría es cómo se siente. Y probablemente,
nos llevaríamos una sorpresa. Porque es fácil que nos diga que bien. Porque
puede decir: 'aunque
no tengo trabajo tengo la suerte de que mi familia me ayuda, y me entiende, y
también me he organizado mi día, hago deporte, leo más... Del cero al 10, estoy
en un 6'. El instinto de la felicidad funciona incluso en las
situaciones más difíciles. Nacemos con esa necesidad de sentirnos
bien. De forma instintiva echamos mano de protectores. Hay algunos que podemos
trabajar mejor, también hay que diversificar.
¿Es mejor dejar de hablar de la
crisis para ser felices?
La queja forma
parte de la esencia de este país. La utilizamos para dialogar, para
relacionarnos. Nos quitan la queja, ¿y de qué vamos a hablar? Es un elemento esencial en
esta cultura. ¿Cómo le vas a decir a la gente que deje de hacerlo? Aquí atrae
mucho hablar de la tragedia, pero cuando preguntas: '¿y tú cómo estás?'
Normalmente, la gente se da una nota alta, a pesar de estar rodeados de
tragedias. Hay que tener en cuenta esa dicotomía, lo general y lo individual.
¿Hay muchas personas que no se
fían del psiquiatra?
Sí,
y muchas otras que no van por miedo al que dirán. La enfermedad mental tiene
mucho de estigma, no en todos los sitios, por ejemplo en Nueva York hay gente
que presume de ir al psiquiatra. Pero todavía el ir al psiquiatra no es fácil,
sobre todo en los pueblos o en las ciudades pequeñas.
Usted, psiquiatra, ¿ha ido
alguna vez al psiquiatra? ¿Ha tenido alguna vez depresión?
Sí.
Cuando murió mi padre, estaba en Nueva York. Él había sido un buen padre, pero
era autoritario. Luego me fui y nunca hablamos. Me hubiera gustado hablar con él,
aclarar como me sentía con él. Me sentí deprimido. Y me ayudó ir a un colega.
Después
del 11-S, que lo viví muy cerca, me dediqué a trabajar. No notaba nada hasta
que un día empecé a sentirme raro. También fui a hablar con un colega y le
conté lo que había vivido aquel día y aquella semana.
¿Tomó alguna medicación?
No,
no me la recetaron, pero me la hubiera tomado.
¿Cuáles son las herramientas
para conseguir la felicidad?
Hablar, contar
historias... Contar algo que no entiendes bien, al hablarlo lo organizas, y al
organizarlo empiezas a entenderlo, a darle sentido. Cuando empecé a hablar con mi
colega sobre el 11-S, le empecé a contar mi historia, y de esta manera le di su
significado.
Por
otro lado, está demostrado que el ejercicio físico es muy útil para la mente.
Usted empezó a correr a los 40
años, ¿por qué lo hizo?
Por
la hiperactividad y el estrés. Mi mujer me dijo: 'Mira Luis no hay quien te aguante'.
Yo nunca había hecho ejercicio. Lo mío era aplicar la energía en otra cosa.
Ella me convenció y compró una cinta [rodante] que la puso en el dormitorio.
Fue un reto. Recuerdo que corría dos minutos y tenía que parar. Pero con el
tiempo notaba que me sentaba muy bien aquello de sudar. Así que pasé al parque
y vi que me gustaba. Y cuando alguien me dijo: '¿por qué no corres un maratón?' Lo
intenté, y ya llevo 19 maratones.
¿Su mujer notó diferencia?
Sí,
y yo también. Quería mantener la relación. Hubiera hecho lo que fuera.
O sea, ¿que empezó a correr por
amor?
Sí,
empecé a correr por amor. No se me había ocurrido.
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