José
Sacristán, actor, nominado al Goya como mejor actor por 'El muerto y ser feliz'.
Tengo
75 años. Nací en Chinchón y vivo entre Madrid y
Peralejo (El Escorial). Casado por segunda vez, tengo tres hijos y tres
nietos. Sufro una gran decepción política, me duele
especialmente la izquierda. Creo que Dios no existe, pero si existe no
tiene perdón de Dios
Oficio y
dignidad
Después
de miles de entrevistas, puedo asegurar que la gente que sigue haciendo de su juego
favorito su profesión no envejece. La academia que él colaboró a
fundar le ha nominado, por fin, al Goya como mejor actor. Podrían haberlo hecho
por muchas otras, pero ha sido por El
muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, que se estrena en toda España.
Curiosamente son ahora los jóvenes, como Rebollo o Trueba (que rodó con él
Madrid, 1987), quienes reivindican películas de los sesenta y dan protagonismo
a los que quedan de esos grandes actores. Sacristán llevaba años en el teatro y
el musical revisitando a viejos amigos: "Soy
sanchopancesco de origen y Quijote por aspiración".
Fue usted un niño
gordito y con sabañones.
Sí,
criado con puré de harina de almorta; era lo que había.
Años difíciles.
Yo
no tuve coche, ni radio, ni agua caliente, ni retrete, había que ir al corral
con un candil. La Castilla de los años cuarenta era el medievo.
¿Pasamos página?
Pese
a ello, mis recuerdos son ambivalentes: mi madre no está en casa, está
visitando a mi padre en la cárcel.
¿Y a usted quién le
mima?
Tenía
un entorno calentito: mi tío, que hace de padre, y la abuela Nati, que me
atiende en todos los aspectos, con las horquillas del moño me saca las
lombrices.
¿De dónde?
Del
culo. En casa estaba la mula, la gallina. Pero cuando salía, percibía que me
había tocado estar en el bando de los perdedores.
Siempre ha estado usted
defendiendo libertades.
Sí,
e ilusionado, hasta que en los años 80 empieza la cultura del pelotazo... Y
hasta hoy. ¡Qué lástima! ¡Qué vergüenza!
Ocupémonos del
entusiasmo.
El
cine. El rito de que dando un dinero entrabas en un lugar donde se apagaba la
luz y aparecían vaqueros, indios y muertos me fascinaba. Durante muchos años
creí que aquello que veía era real. Un día, viendo Las mil y una noches en el
cine Padilla, me desmayé cuando torturaron a Turhan Bey.
Y escogió esa
profesión.
Cuando
mi padre salió de la cárcel, no le dejaron regresar a Chinchón, y vivíamos en
Madrid en una casa con otras tres familias. "Habitación
con derecho a cocina" se llamaba, dormíamos en el mismo cuarto mis
padres, mi abuela, mi hermana y yo. No podía escoger, pero quería ser Tyrone Power.
Inalcanzable.
A
los 14 años era tornero, pero empecé a hacer teatro de aficionado. Luego, en la
mili, en Melilla, me apunté a la biblioteca y empecé a leer por la A con la
intención de armarme para este oficio.
Usted ha sabido
construirse.
He
procurado rodearme de gente que sabe más que yo y escuchar.
El teatro en los
sesenta era duro.
Y
gris, dos funciones diarias siete días a la semana. Recuerdo los paseos del
brazo, entre función y función, con Alfredo Landa diciendo: "¡Jo, si esto es ser
actor....!". En 1965 tuve la suerte de ser llamado por el cine,
donde en aquella época te trataban mejor; y en un año hice seis películas de
protagonista.
Y en aquella España
piojosa, ¿cuándo descubre el amor?
En
la habitación con derecho a cocina, con Carmencita, la vecina, mi primer amor.
El descubrimiento del sexo, observar que por ahí abajo pasa algo, lo recuerdo
traumático. La culpa y el pecado no te los quitas nunca de encima. El primer
contacto carnal fue en un descampado por 15 pesetas con una prostituta a la que
le escribí un poema.
¿Y después?
Mi
primera relación fue con la madre de mis hijos mayores, y ya entonces aprendí
algo fundamental.
¿De qué se trata?
De la
superioridad absoluta de lo femenino sobre lo masculino. Nosotros somos una
especie de mano de obra, de proveedores... Es apasionante la complejidad
femenina; probablemente por una estrategia de vida, la mujer ha tenido que
desarrollar maneras de ir defendiéndose del gorila. Todavía hoy hay quien le da
un garrotazo y se la quita de en medio.
Es usted muy gráfico.
Lo
hablaba con Berlanga: la fascinación y el pánico que da saber de nuestra
incapacidad para conocer a la mujer; seguramente, porque el mandato
histórico contradice lo que la naturaleza ordena. Se supone que uno es el que
va sobre el caballo, saca la lanza y dice: "¡A por
ellos!", y la señora dice: "Vuelve pronto". Toda esa épica es
de cartón piedra, lo esencial se mueve en torno a lo femenino.
¿Qué otros
descubrimientos ha hecho?
Que la
necedad es homicida, como
decía Camus, que hay una incapacidad en el ser humano de desarrollar una relación
razonable entre unos y otros. Hay que evitar a los necios. Y yo no pierdo de
vista al niño del puré de harina de almorta, le tengo mucho respeto y lo que
quiero es que si me encuentro con él no me mande a la mierda.
El autorrespeto es
fundamental para mantenerse en pie.
Recuerdo
al viejo tío Tomás allí en Chinchón diciéndome: "Lo
primero es antes".
¿Qué merece la pena en
la vida?
Conocer
y disfrutar de la amistad y la complicidad de Fernando Fernán-Gómez, José
Saramago, Eduardo Mendoza, Ernesto Sábato, José Luis Sampedro... Mi suerte es
que mi vida y mi trabajo han ido de la mano.
¿Sin obsesiones?
Nunca he
dejado de jugar,
sigo siendo aquel niño gordito que le arrancaba las plumas a la gallina para
hacer de comanche. Hoy miro a ese niño y le digo: "¡Con
dos cojones!", porque el panorama era desolador. Ese crío
todavía está ahí, delante de una cámara o subido a un escenario pasándoselo
pipa.
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