«Hay muchos tipos de conocimiento,
pero hay uno que es mucho más importante que los demás, el conocimiento de cómo
aprender a vivir; y ese conocimiento, muchas veces, se menosprecia.» Leon Tolstoi
Siempre
que empezamos a leer un libro sobre actitudes positivas lo hacemos con ganas de
mejorar y ponernos muchos propósitos. Al final, muchos de ellos se quedan en
eso, en propósitos. Es mejor proponerse dos cosas y al menos cumplir una. Yo propongo que cada persona sea más
entusiasta, más alegre, más optimista!
Cuando
hablo de entusiasmo y optimismo, algunos eruditos consideran que se trata de un
tema banal y superficial; es verdad que no es un tema profundo metafísicamente
hablando, pero es práctico, sencillo y útil. A veces se critica a los libros de
autoayuda por eso mismo, porque «autoayudan». A mí no me parece nada malo que
un libro te ayude, al contrario.
Como
tantos otros, creo sinceramente que no se puede hallar solamente fuera lo que
tenemos dentro.
Corremos y luchamos por lograr cosas externas, nos dejamos la piel y algunos
hasta la vida, y cuando obtenemos algo, resulta que no nos llena o terminamos
por acostumbrarnos y aburrirnos, volviendo al sentimiento de insatisfacción; cuando no lo
conseguimos, nos sentimos frustrados y desdichados.
Pienso
que el verdadero bienestar no es sólo un estado externo, sino también una
situación anímica, un estado mental y emocional. Todos deberíamos poner
condiciones para mejorar nuestra calidad de vida externa, pero sobre todo para
mejorar la interna, porque muchas veces no se pueden controlar las situaciones
externas, pero sí nuestra actitud interior ante ellas. La alegría
interior no depende solamente de las causas externas. Si para sentirnos bien o
alegres hay que esperar a que todo vaya bien en nuestras vidas, lo tenemos
claro.
La
gran mayoría de las personas sólo se sienten
bien y alegres como reacción a las circunstancias favorables, pero hay una alegría
mucho más profunda, estable y segura y que no es una mera reacción
a situaciones externas, sino que nace de lo más profundo de uno mismo cuando nuestras
actitudes son las correctas. La felicidad es la paz interior, la
calma mental, la serenidad. Sin ésta, no podemos disfrutar de las alegrías
externas. Y eso es lo que nos falta, serenidad y paz interior. El apego
engendra ansiedad, avaricia, temor, celos y odio. No se trata de
inclinarnos por una inútil austeridad o malsana tacañería, sino de disfrutar de
las cosas externas sin dejar que nos posean. Si sólo buscamos fuera
nos convertimos en máquinas de desilusión, tensión y desdicha; en
coleccionistas de placeres, consumistas disparatados y acumuladores frenéticos.
Por mucho que nos hayamos desarrollado en el nivel externo de lo material, si
nuestras relaciones con nosotros mismos o con los demás son negativas, no
tenemos paz interior ni serenidad, ¿de qué nos sirve todo aquello?
El punto
crítico reside en controlar nuestra actitud y, para ello, la clave está en
fomentar las emociones positivas y en limitar y reducir las negativas. Hay que ser como un
alquimista, transformando nuestros pensamientos de mala calidad en otros de
gran calidad; de este modo, la presencia de emociones positivas en nuestra
mente va dejando cada vez menos espacio y eliminando las emociones negativas.
Para ello hay
que tener claro el sentido de nuestra vida y aprender a relativizar, ser
agradecido, mantener un equilibrio entre los diferentes roles de
nuestra vida, ser optimista, tener ilusiones, luchar y no llorar, tener unas
magníficas habilidades de relación con los demás, crecer en virtudes como la
generosidad, la paciencia, la compasión, la bondad, el control del ego y
librarse de las emociones negativas como la envidia, el resentimiento, la
codicia, la vanidad. Uno de los mejores propósitos de la vida es luchar para
ser una persona mejor.
“Vivir la vida con sentido”, escrito por Victor Küppers.
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