Estamos en el ahora. Pocos creen en el futuro y para los que no
están aplastados por el pasado, solo existe el presente. Eso que ya no es válido en nuestras finanzas
públicas que arrastran deudas para ahogarnos el futuro común, es
nuestra certeza ahora: solo existe hoy.
Se acabó lo de vivir a cómodos plazos, hipotecando nuestro tiempo para una
promesa de felicidad futura. Estamos escarmentados de cómo se nos han comido
los intereses y cómo nos han devaluado el principal. Y ya no estamos dispuestos a
dejar que ni lo material ni lo espiritual pasen por el notario. La demoscopia dice que cada vez le fiamos menos
nuestro optimismo al futuro y a los actores que decían saber
manejarlo. Hemos tomado conciencia de nosotros, y por tanto del ahora y aquí. Nos hemos descreído frente a las promesas de
nuestros irresponsables. Empezamos a darle un valor relativo a nuestros
absolutos hace pocos años. El trabajo, las relaciones personales¿ Las
satisfacciones no las queremos a la larga. Solo sabemos que es hoy cuando
estamos vivos. Nuestras compras ya no son tan programadas, ni tampoco nuestras
inversiones.
Más que programar unas vacaciones, lo que pretendemos es que no se nos
escape el viernes noche. Se acabaron los cuentos de la lechera, y la tramposa
promesa judeocristiana de que, tras el sacrificio, llegará la recompensa, con
el sentimiento de responsabilidad y culpa como perverso acicate. Nos engañaron.
Su recompensa ha acabado siendo nuestro sacrificio y ya no estamos dispuestos a
jugar a este juego. Ahora somos exigentes con el presente. Ya no
fiamos. Vivimos al contado. Solo conversaciones estimulantes. Solo buena
compañía. Tiempo de calidad. A falta de dinero
esto sí se lo podemos exigir al presente. Menos diplomacia y más autenticidad.
Ya no nos creemos que el superconsumo nos va a llevar a la felicidad. Y encima
no nos lo podemos permitir.
LO SENCILLO
Es el momento de disfrutar de los amigos. Un buen café, un
paseo agradable, correr al aire libre, intercambiar libros, leer el periódico y
comentarlo, sobremesas en casa tras una comida en grupo. Poco a poco vamos
descubriendo que a veces, menos es
más. Y que con menos, ganamos en autonomía y en singularidad.
Se acabó el hacer lo que todos hacen. El ir adónde todos van y el comprar
lo que todos tienen. Roto el círculo, estamos cerca de volver a ser
soberanos de nuestro tiempo. Y desde la no
necesidad exigir. Exigir desde la posición de fuerza del consumidor
responsable. A vendedores y políticos. A todo aquel que se cruce en nuestro
camino. Lo que debemos buscar y perseguir es que toda interacción inmediata en
nuestra vida nos llene. Esté asociada a la
calidad más que a la cantidad. Y así, tomando conciencia y preocupándonos solo
del presente, igual construimos un futuro más esperanzador. No hay que dejar
nada para mañana, porque el mañana no existe. Y el que nos dibujan no nos interesa. Juntos lo abordaremos, eso sí,
después de haber sabido disfrutar del hoy. Ahora y aquí.
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