—¿El tiempo es oro? ¿Sólo oro?
—Eso lo dijo por primera vez Benjamin
Franklin, y esa nueva percepción del tiempo es la causa, paradójicamente, de
que hoy lo perdamos tanto. Además, Franklin propuso en plan de broma una ley
para que se adecuara el reloj al horario solar y ahorrar así en velas...
—Pues hoy no es ninguna broma.
—Es realidad dos veces al año y también lo es
que, desde Franklin, hemos convertido el tiempo en una obsesión: Ahorrarlo,
perderlo, aprovecharlo...
—Como si fuera dinero.
—Tremendo error, e irrealizable, porque para
empezar no hay uno, sino dos tiempos: Uno en el calendario y otro en nuestro cerebro.
Hoy sabemos que no
estamos estresados porque nos falte tiempo, sino que nos falta tiempo porque
estamos estresados.
—Explíquemelo con calma.
—La prisa y la obsesión por el tiempo es el
mejor modo de perderlo, porque la ansiedad que genera la prisa nos impide concentrarnos
y ser eficaces en lo que hacemos.
—¿Por qué a veces vuela y otras no pasa?
—¡Ésas son las percepciones que estudio! Si
conoce bien su cerebro, podrá evitar algunas de las trampas que nos tiende
nuestra percepción del tiempo, que tan poco tiene que ver con el del calendario
y el reloj.
—Con los años, pasa más deprisa.
—Los jóvenes perciben que el tiempo pasa
despacio y para los viejos, vuela. La razón está en que el cerebro asocia la
percepción del tiempo y el funcionamiento de la memoria: Cuando todo es nuevo para ti, tu memoria
trabaja almacenando más y más datos, y por eso parece que el tiempo pasa
lento...
—Y para los niños todo es nuevo.
—... Y su tiempo es lentísimo. En cambio, a
los mayores, que ya han almacenado en su memoria gran parte de los datos de la
realidad que viven, el tiempo les pasa volando.
—Si estás entretenido, desaparece.
—Porque el reloj interno también depende de
nuestra actividad: En 1962, Michel Siffre, geólogo francés, se encerró en una
cueva hasta que perdió el sentido del tiempo.
—¡Qué relajo, el muy pillín!
—Salió de la cueva convencido de haber pasado
sólo cuarenta y cinco días en ella cuando en realidad habían transcurrido ya
sesenta y uno.
—A veces es mejor no mirar el reloj.
—Por eso, cualquier trayecto de ida a un lugar desconocido
—y por lo tanto con más datos que memorizar— nos parece más largo que el de
vuelta, aunque duren lo mismo. Y por eso tenemos la sensación de que
el tiempo se detiene en una situación de peligro real.
—¿Por qué?
—El miedo estimula la memoria y nos hace
retener de repente una enorme cantidad de datos, que serán utilísimos si la
situación se repite. Del mismo modo, en una atmósfera relajada, memorizas mucho
menos los detalles y percibes el tiempo como remansado.
—¡Triste, que recordemos mejor lo peor!
—Es un mandato evolutivo que explica
muchísimas de nuestras acciones, como, por ejemplo, las noticias de este periódico...
—Las malas noticias se leen más.
—Porque son más escuchadas y recordadas: Más
importantes. Nuestro
cerebro se fija antes en la serpiente del árbol que en su apetitosa manzana.
Lógico: Podríamos sobrevivir sin manzana, pero sería mortal ignorar a la
víbora. Ese mecanismo evolutivo explica que el chismoso en busca de público
siempre hable mal de alguien o que el orador siempre vea graves amenazas por
doquier.
—El cataclismo vende.
—Y más en algunas culturas. A los alemanes
nos parecen más serios y fiables los personajes tristes, hipercríticos y
negativos.
—¿Hubo alguna vez un progre feliz?
—A los norteamericanos les sucede lo
contrario: Para que contesten que se encuentran mal, tienen que haberles
diagnosticado varias enfermedades mortales seguidas.
—¿La felicidad nos vuelve gilipollas?
—¡Ésa es una convicción típicamente alemana!
La seriedad es allí, por definición, triste.
—¿La felicidad no será una gilipollez?
—Medir. Es una descarga momentánea de
sustancias bioquímicas observables. De hecho, se han descrito con precisión
disfunciones que bloquean esa felicidad en algunos desgraciados cerebros.
—La felicidad son momentitos.
—Breves. Otra cosa es la satisfacción. La felicidad es
el instante; la satisfacción, el balance. Y debemos advertir que la satisfacción
es fácil de estropear sólo con un mal momento.
—Por ejemplo.
—Usted puede tener un día magnífico, pero una
observación maliciosa de un colega, un instante, puede destrozárselo. Y cuando
usted vuelva a casa no explicará su maravilloso día, sino que, amargado,
despotricará contra el malvado colega aguafiestas.
—La culpa es de mi cerebro, no del colega.
—Eso es lo que yo pretendo: Ayudar a que la
gente descubra esas trampas de percepción de su cerebro y que, al advertirlas, tome distancia
crítica y relativice. Eso es madurar.
—¿Existe un factor para la satisfacción?
—El primordial es la capacidad de controlar la propia
existencia. Y eso no es una observación personal, sino que ha sido
documentado por la ciencia y probado con profusión.
—¿Cuantos menos jefes, más felicidad?
—Cuanto más poder de decisión tenga sobre su propia vida,
menos estresado y más satisfecho estará. Si el que manda se estresa,
el que obedece mucho más.
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