Tengo 48 años. Nací y vivo en Barcelona. Casada, tengo un hijo. Estoy licenciada en Psicología y tengo un máster en
Terapia Familiar Sistémica. Yo creo en las personas y su capacidad para
propiciar mayor justicia social. Y también creo en la inteligencia espiritual
HAY QUE CRIARSE
Gemma Baulies (pediatra
homeópata) y Pilar Arlándiz han creado, fruto de sus 30 años atendiendo a niños
y familias, el concepto de crianza transversal, según el cual la crianza
es la construcción de una relación que dura toda la vida y que afecta a
cualquier franja de edad. "Las relaciones
que tenemos con nuestros hijos cuando son pequeños van a ser, en un alto
porcentaje, las mismas que tendremos cuando sean adultos",
escriben en La aventura de relacionarse
(guía práctica para padres e hijos de todas las edades), el primer libro de una
colección que pretende ayudarnos a mejorar las relaciones familiares que tanta
influencia tienen en todos los aspectos de la vida.
La relación que establecemos
con nuestros padres en la infancia ¿se perpetúa?
Si, se mantiene en la adultez.
Continuamos necesitando su aprobación y su complicidad a lo largo de toda
nuestra vida.
¿Y si ellos desaparecen?
La buscaremos entre los que
nos rodean, especialmente en la pareja
¿Seguimos actuando como
niños?
En el peor de los casos mantenemos las frustraciones, la
rabia, la soledad o la impotencia que en algún momento sentimos. Somos presa
de una relación que se gestó en la infancia y que no se ha podido cambiar.
Pero es reversible.
Por supuesto. La observación
de cómo nos relacionamos con la pareja, los hijos o los amigos... nos da el
material sobre el que trabajar para el cambio.
¿Qué hacemos con la culpa?
Repetirnos aquello que nos
decíamos en la infancia: "No lo haré
más", y no regodearnos en ella. La culpa exige protagonismo, hay que
quitárselo y dárselo a la nueva acción de cambio.
La culpa perpetúa actitudes.
Sí, y eso nos lleva a la importancia
del perdón, algo que es esencial transmitir a nuestros hijos. El perdón nos
da una nueva oportunidad para hacerlo diferente y no quedarnos atrapados en
aquello que hicimos mal.
Mis carencias ¿serán las
carencias de mis hijos?
Acoplamos lo aprendido a
quienes somos, por eso es tan importante preguntarnos qué relación queremos
construir con nuestros hijos teniendo en cuenta que la crianza no es algo que
se acabe con la niñez, sino que dura toda la vida. ¿Nunca se ha dicho usted "estoy actuando
como mi madre'"?
Alguna vez.
Nos han transmitido cosas muy
positivas, pero habrá otras que queremos cambiar y que, aunque sutiles, son
fundamentales, por ejemplo el tono de voz que utilizamos con nuestros hijos.
Preguntémonos qué ocurriría si nuestro hijo lo utilizara con nosotros.
Acabarán utilizándolo.
Solemos pedir a los demás aquello que nosotros no nos
damos ni damos. Y a menudo eso que no nos gusta de nosotros lo vemos reflejado
en el otro, y es lo que más nos irrita del otro.
¿Cuál es la base para poder
construir una relación sana con nuestros hijos?
A través del acompañamiento y
no de la defensa, del "¡Pero tú
qué te has creído". Hay que observar cómo vivimos el no de
nuestros hijos; si lo vivimos como un desafío, sentiremos la necesidad de defendernos.
¿Qué propone ante un "no
me quiero duchar" o "no quiero estudiar"?
Comprender que le dé pereza y
argumentar. Entender
la emoción del otro evita que vivamos esa situación desde el enfrentamiento,
pero eso no significa claudicar, sino acompañar en el aprendizaje.
En las familias se discute.
Muchas de las disputas suelen
ser una escalada: yo te digo, tú me dices, yo respondo, y va subiendo el tono. Si podemos no
subirnos a este carro, si somos conscientes de que lo que hay detrás de esa
escalada es dolor y somos capaces de aplazar la conversación para otro momento,
nos ahorraremos mucho desgaste.
Resulta curioso que aquello
que detestabas que te hicieran tus padres es lo que acabas haciéndoles a tus
hijos.
Son las respuestas
emocionales que hemos aprendido. La interrogación propia debe ser constante; si no, se
actúa automáticamente.
¿Cuáles son las preguntas
esenciales?
De qué tipo de crianza vengo, qué tipo de relación tengo
con mis padres, y qué quiero transmitir a mis hijos. Y hay que olvidar las comparaciones negativas: "Tienes
el mal genio de tu padre". Esas frases marcan mucho más de
lo que imaginamos.
¿En qué debe sustentarse la
relación con los hijos?
Los cuatro pilares esenciales
son el amor,
la seguridad, la confianza y el respeto. Y cuando hablo de amor me
refiero al físico (caricias, abrazos, besos) y al verbal.
Un "te quiero" frío
es bastante inútil.
Si nuestro rostro refleja
enfado, el "te quiero" no
llega. El amor no puede ser de quita y pon: "Ahora
déjame, ahora no te quiero, estoy enfadada". En cuanto a la
seguridad, nada produce más inseguridad que el "no
pasa nada" cuando algo grave está pasando.
El niño lo percibe.
Sí, y lo que le estarnos
transmitiendo es que no puede confiar en lo que él siente. La seguridad es transmitir que podemos
hacer cosas incluso en los momentos más complejos. La confianza se
construye desde la escucha, no desde la falta de límites. Y si queremos que sea
un adulto que se respete a sí mismo y a las demás, debemos respetarle.
Calma y conciencia.
Esos cuatro pilares primero hay que dárselos a uno mismo, sólo así puede emerger la conciencia, es decir, el grito que se
transforma en respiración, la ira en paseo, en una conversación aplazada. Hay que ir
modificando las propias actitudes que no nos gustan e ir adquiriendo nuevas
habilidades.
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