Hace unos días conversaba con un amigo
mío, mientras comíamos. Al despedirnos, mi amigo afirmó con una cierta mezcla
entre nostalgia y reproche “Miguel, lo que
te pasa es que tú aún crees en las personas, ese es tu error, pues cada uno va
a lo suyo y no piensa en los demás“. Aunque no secundo su
opinión, eso me dió que pensar…
Es verdad. Aún creo en las personas,
tenía razón mi amigo. Pero no estoy de acuerdo con su reproche acerca de ello,
pues no podría vivir en un mundo hecho de personas, si no creyera en ellas. La
vida para mí no tendría sentido. Eso significaría que -como muchos hacen-
debería desconfiar siempre en sus buenas intenciones, en su capacidad de
entenderme y de ayudarnos mutuamente, en caso de necesidad. Y eso para mí sería
un infierno. No sería capaz de vivir así…
Pero ya sé que la vida es equilibrio!
Y debería admitir que, con el tiempo, he aprendido -no sin sufrimiento- que no toda la
gente que me rodea son personas… o actúan como tales! O al menos, no
todas son personas con valores humanos, como yo intento cada día más serlo. Y
humanas en este contexto quiere decir con capacidad de sentir, pensar y actuar
humanamente, sin más. Las otras, las que prefieren no ser tan humanas y/o
dejaron de serlo -de niños todos lo somos, aunque por formar- por miedo, son
todas aquellas que solo velan por sus intereses materiales y sobreviven en un
mundo que consideran amenazante y peligroso…
Me entristece saber que hay
personas que consideran que están “adaptadas” al mundo real, precisamente
porque han
sido capaces de renunciar a seguir siendo humanas. El mundo -ya
desde la escuela, a nuestra temprana edad- nos educa para competir, desconfiar
de los demás y ser firmes para alcanzar nuestros objetivos personales a
cualquier coste, normalmente basados en el poder, ya sea jerárquico o material.
Esa disyuntiva entre humanos
y no humanos, además de excluyente, es absurda y peligrosa. Dividir el
mundo entre personas y los que no lo son, es un error. Todos nacemos
seres humanos y crecemos haciéndonos o no mejores personas. Pero crecer como
personas unos lo consideran un privilegio y una manera de vivir, mientras que
otros lo consideran una debilidad o un error, optando por dejar de serlo y/o
manifestarlo, para adaptarse mejor al entorno. Y ambas opciones son libres y
deben respetarse. Es más, por el bien del mundo, deberían hacer lo posible por
convivir, aunque también es verdad que existe la libertad de elegir con quién o quiénes tratarse
en la vida.
Todos tenemos luces y sombras
y ciertos momentos en cada una de ellas. Pero cada uno
de nosotros tiene también la
libertad de intentar ser persona humana en cada momento y a pesar de las
circunstancias, cueste lo que cueste. Y, para ello, uno solo debe dejar de tener
miedo al mundo y a los demás… y cambiarlo por amor, a cualquier precio y en
todo momento!
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