Evaluar los retos antes
de la llegada del bebé ayuda a mantener el equilibrio
Este artículo está escrito para
quienes les gustaría ser padres (o madres) alguna vez en la vida. Para aquellas
parejas que han tomado la decisión de tener un hijo. Para aquellas que están en
pleno embarazo y en apenas unos meses verán nacer a su primer retoño. Y, por
qué no, también para los padres y las madres que quieran recordar cómo les
cambió la vida traer un bebé a este mundo. Para todos ellos, a continuación se
describe la
letra pequeña de la maternidad y la paternidad. Es decir, los puntos
más delicados que cualquier pareja deberá afrontar al recibir a su primer
vástago.
Nada más comunicar a nuestro entorno
social y familiar que vamos a tener un hijo, empezamos a acumular recomendaciones
–muchas de ellas, totalmente contradictorias– acerca de cómo deberíamos vivir este
momento tan decisivo. Pero dado que cada bebé es único y cada pareja
es diferente, digan lo que nos digan no quedará más remedio que aprender de la
propia experiencia. Una cosa es lo que creemos que es la paternidad y otra,
infinitamente distinta, lo que realmente implica ser padres. Es imposible
saber de antemano lo mucho que la llegada de nuestro primer hijo va a
cambiarnos la vida. Así que solo queda relajarse y esperar.
Los hijos no unen a las parejas ni las
hacen más felices; más bien destapan las verdades que se ocultan debajo de la
alfombra de nuestro hogar. León
Tolstói
La pareja deberá pasar los días de cuarentena sexual. Una
vez que la mujer se recupera del parto, hemos de dedicar tiempo y energía para
mantener encendida la llama de la pasión. Y puesto que el bebé convierte a cada
miembro de la pareja en papá y mamá este nuevo rol debe llevar a descubrir
aspectos de nosotros mismos que desconocíamos.
Al trastocar nuestra rutina, en muchos
casos el cansancio acumulado provoca que aflore nuestro lado oscuro, poniendo
de manifiesto el tipo de persona que realmente somos. Cultivar la comunicación, la complicidad y
la generosidad resulta esencial.
Por más que al principio cueste
despegarse del bebé, es fundamental crear espacios de intimidad para estar a
solas. Al menos una vez por semana podemos organizar una comida o
una cena para dos, en la que –como hombre y mujer– cultivemos nuestra relación
de amigos, amantes y compañeros de viaje. Lo cierto es que la llegada de un
niño nos adentra en una rutina y una inercia que suele alejarnos de la pareja, creando una
distancia emocional tan imperceptible como difícil de detener.
Además, si cesa el amor entre los padres, los hijos lo acaban pagando. No es
casualidad que durante los primeros tres años desde el nacimiento del primer
hijo se produzcan cada vez más separaciones.
Los bebés son criaturas adorables. Pero dado que
no pueden valerse por sí mismos, enseguida se apegan al afecto y la seguridad
de papá y mamá. Además, dado que viven en modo supervivencia, son
tremendamente egocéntricos y demandantes. Precisan el cien por cien
de nuestra atención; no se conforman con menos. Si la mujer decide darle el
pecho, el niño necesitará su presencia una media de seis horas diarias. También
hay que limpiarle y cambiarle el pañal alrededor de siete veces por día, así
como ponerle y quitarle la ropa, bañarlo, darle mimos, jugar con él y estar a
su lado en todo momento para que no se sienta solo y no se haga daño.
Y no solo eso. La gran mayoría de
ellos se despiertan un par de veces cada noche, utilizando su llanto como medio
de comunicación. En general, lloran porque les duelen las encías cuando
empiezan a salir los dientes, porque tienen fiebre o se sienten sucios. Algunos
expertos recomiendan dejarlos desahogarse un rato, para que aprendan el hábito
de conciliar el sueño por sí mismos. Otros proponen meterlos en la cama de los
adultos, para que se sientan reconfortados por la calidez que les proporciona
sentir a sus padres cerca. Sea cual sea la decisión, se debe evitar caer en la tiranía de los
reproches y del “te toca a ti”. Es esencial armarse de paciencia y
de generosidad para sacar fuerzas de donde sea y no pagar el mal humor con
nuestra pareja.
Amar a nuestros hijos implica dejar de
lado nuestros deseos para atender sus necesidades. Y hacerlo cada día durante
muchos años. Erich
Fromm
En paralelo, hemos de reorganizar
nuestras prioridades y aspiraciones vitales,
adaptándonos a los horarios de nuestro
retoño. Dado que alguien ha de estar 24 horas al día junto a la
criatura, tarde o temprano hay que tomar decisiones: ¿podemos permitirnos que uno de los dos
miembros de la pareja deje de trabajar? ¿Contamos con la ayuda diaria de los
abuelos? ¿Contratamos a una canguro de forma fija? ¿Lo llevamos a la guardería?
En cuanto a los fines de semana, el
principal hobby pasará a llamarse “ejercer de padres”. Nuestras aficiones
quedarán en un segundo plano, pero siempre se pueden encontrar soluciones
llegando a acuerdos. Buscar la complicidad en la pareja para intentar mantener
algo de la vida personal de cada miembro resultará fundamental. Los
malabarismos para conseguirlo están garantizados, pero merecerán la pena.
No vemos a nuestros hijos como son, sino como somos nosotros. En
demasiadas ocasiones proyectamos sobre ellos nuestros miedos, carencias y
frustraciones. Hoy día existe una tendencia generalizada a convertirse en
padres perfectos, cayendo en las garras de la hiperexigencia y la
sobreprotección. Sin embargo, es imposible evitar que los hijos entren en
contacto con el dolor. Los bebés padecen todo tipo de enfermedades,
experimentan diferentes niveles de fiebre, se caen al suelo, se dan golpes…
Muchas veces lloran porque no entienden por qué les pasa lo que les pasa. Sin
embargo, por más que se lean libros sobre paternidad, seguramente resultará
inevitable caer en las visitas a urgencias a altas horas de la madrugada por
haber convertido un granito de arena en un enorme castillo.
Ni se puede convertir en un drama
volver a casa con la sensación de no saber nada de nada, ni se debe salir
corriendo en busca del médico más cercano a la primera de cambio. El libro de
instrucciones infantil aumenta de páginas, enseñanzas, consejos y trucos cada
día de convivencia con nuestro hijo. Y debemos estar atentos para tomar buena nota mental de las
cosas que hemos hecho bien y de las que han resultado equivocadas.
Nuestro equilibrio personal y nuestro hijo nos lo agradecerán.
Para cuando un hombre se da cuenta de
que quizá su padre tenía razón, ya tiene un hijo propio que piensa que su padre
está equivocado”. Charles
Wadsworth
Es curioso constatar cómo en la medida
en que vamos ejerciendo el rol de padres, se manifiestan con fuerza rasgos,
conductas y actitudes de nuestros propios progenitores. En algunos casos llegamos incluso a
comportarnos del mismo modo que solíamos criticar en nuestros padres,
estableciendo dinámicas con nuestra pareja que tanto juzgábamos y condenábamos
cuando las veíamos desde nuestro papel de hijos. De ahí que se diga que “la sombra de papá y mamá es alargada”. O
que “en la cama no dormimos dos, sino seis”,
pues cada uno de los miembros de la pareja carga con el condicionante cultural
y la herencia emocional de sus propios progenitores.
Como padres, el mejor regalo que le
podemos ofrecer a nuestro hijo es compartir con él nuestro bienestar emocional.
De ahí que antes de empezar a ocuparnos de él, hemos tenido que ocuparnos de
nosotros mismos. Ejercer el rol de padres implica matricularse en un máster de amor
incondicional. Puede que no haya notas, pero sí exámenes cada día.
Para aprobar y superar los retos que nos plantea tener un niño hemos de
comprender que lo importante es lo que sucede a través nuestro al servicio de
nuestro hijo. Así, sus necesidades son nuestras prioridades. Y si
bien esta afirmación es fácil de decir, da para toda una vida de aprendizaje. ¡Buen viaje!
ADENTRARNOS
EN LA PATERNIDAD
LIBRO
‘Los padres perfectos no existen’. Isabelle
Filliozat (Urano)
Un ensayo que invita a los padres
primerizos a mirarse en el espejo para conocer zonas ciegas de su
comportamiento, al tiempo que les invita a relajarse y disfrutar, viendo los
errores como oportunidades de aprendizaje.
PELÍCULA
Relata con honestidad y sin florituras
el cambio que experimenta una joven pareja durante el embarazo y el primer año
de vida de su primer vástago.
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