Habitualmente la violencia —ya
sea individual o traducida en una guerra, en un conflicto— es una expresión de
la impotencia. Es el último recurso que le queda a una persona para defenderse
cuando se siente impotente. Y es importante ser conscientes porque a menudo
también la omnipotencia es el resultado de una impotencia: es un
mecanismo de defensa que hace que la persona que tiene falta de autoestima se
muestre vanidosa, arrogante, displicente, matón, precisamente para compensar su
baja autoestima.
¿Qué es la potencia, pues? La potencia es
lo que somos, lo que somos en esencia y que podemos actualizar si vivimos, si
hacemos, si vamos llenando de contenidos nuestra experiencia vital, si vamos
avanzando en la creación de nuestro yo-experiencia.
La impotencia, en cambio, a
menudo se sostiene en falsas creencias; sí existe una impotencia real, sí que
hay cosas que no podemos cambiar por mucho que lo queramos, pero a menudo
la impotencia nace de una falsa idea —aquel que se siente superior
proyecta en los demás un desprecio que les hace ser inconscientemente
impotentes—.
Y lo mejor que podemos hacer
para no caer en esa falsa impotencia es conectar con nuestra potencia y
actualizarla, es decir, ver de qué somos capaces a medida que nos arriesgamos y
que vamos probando nuevas alternativas, en cualquier dimensión , la
profesional, la personal… Esto nos permitirá ir actualizando nuestra
potencia y abandonar estos dos elementos que tienen que ver con el yo-idea, la
impotencia, y con el yo-ideal, la omnipotencia: “Como ahora no soy capaz, en el futuro seré
capaz”.
La omnipotencia va muy ligada a
la soberbia, la arrogancia, la displicencia y la vanidad. Si nos fijamos y
analizamos a las personas soberbias que conocemos, acabaremos pensando cosas
como: “Quizá no tuvo el cariño suficiente cuando
era pequeño”. La omnipotencia es propia de la gente que necesita
sentirse reconocida permanentemente, hacerse notar, saberse bueno, demostrar
que lo es… Y
aunque parezca paradójico, detrás de esta vanidad a menudo lo que hay es una
profunda falta de amor por uno mismo.
Además, existe una relación directa entre el victimismo y el
sentirse impotente, y entre la omnipotencia y sentirse salvador. Es el llamado
Triángulo de Karpman. Karpman, psicólogo, decía a menudo que los juegos
psicológicos, los conflictos emocionales que, de manera inconsciente, vivimos
las personas se constituyen a partir de tres posiciones que podemos tomar y que
normalmente aprendemos en la infancia: la posición de víctima, la de salvador o la de
perseguidor. Y a partir de aquí comienza el juego, y hay gente que
empieza siendo víctima y acaba siendo perseguidora, o a la inversa. Son juegos
de impotencia.
Solo si somos capaces de conectar con nuestra potencia y, por
tanto, con nuestra capacidad de hablar para expresar nuestras emociones, para
resolver nuestros conflictos, para pensar qué es lo que no funciona y buscar la
manera de arreglar esto, dejaremos de jugar, dejaremos de ser víctimas,
perseguidores o salvadores, y tendremos permiso para aprender, crecer y amar,
para disfrutar de este proceso y para crear conscientemente una vida mejor para
nuestro entorno.
Álex
Rovira
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