Las ciencias del comportamiento responden
afirmativamente y dan como prueba infinidad de datos y casuísticas sobre
cambios significativos en las conductas disfuncionales de las personas. Por
ejemplo: mucha gente elimina el miedo irracional que padece (fobias), los
que sufren de depresión mejoran su estado de ánimo en un gran porcentaje y
logran tener una vida satisfactoria, incluso muchos drogodependientes vencen la
adicción y se mantienen limpios por el resto de sus vidas. Pero no solo la
terapia produce modificaciones psicológicas y emocionales, sino también las
situaciones límites y los procesos que se asientan en una revisión radical de
las propias convicciones. Es imposible desconocer que el ser humano vive transformándose a si mismo,
a veces para bien a veces para mal. Si el cosmos todo es impermanente, ¿por qué deberíamos entonces
escapar nosotros a esa ley de variación universal? El que no fluye, se muere.
En las situaciones límites, como ocurre en
enfermedades terminales, la muerte de un ser querido, un secuestro o una
emigración forzada, entre otras muchas, el acontecimiento vital remueve todo,
la mente se quita el disfraz y aflora la farsa y lo auténtico de lo que en
verdad somos ¡Qué alivio sentirá quien ya no debe disimular, engatusar ni
esconder! Quedar al descubierto es cosa de valientes o de locos. De manera
similar, hay ocasiones
en que nos embarga un profundo convencimiento de que debemos
revisarnos a nosotros mismos y mandar todo a la porra, porque no vivimos bien o queremos renovarnos.
Puro existencialismo práctico, pragmatismo de quien se harta y decide ser
coherente a pesar de los costos.
El término “conversión”, en el sentido que le da el
filósofo Pierre Hadot, significa: la
transformación fundamental del propio ser, una revolución del modo de vida. Tomar nuevas opciones, nuevos proyectos, y barrer
literalmente con lo que éramos o teníamos ¿Es posible? Lo he visto en más de
una ocasión. Hay gente que afirma que Jesús ha tocado su corazón y de un
día para el otro su estructura de personalidad cambia. Lo mismo con sujetos que
adhieren fervientemente a otras religiones. Lo que se produce en el
interior de esas personas es una mutación; parecería que la bioquímica misma
del cerebro se modifica.
Entonces, ya sea por medio de las situaciones límites,
la terapia y/o las convicciones profundas, la mente revisa sus creencias, sus
pensamientos y las emociones que de ella se desprenden. Ante la
pregunta: ¿Las personas pueden cambiar?, mi respuesta es un rotundo sí. Más aún, no conozco a nadie que permanezca totalmente
inmutable, por más complejo de Dios tenga, ni siquiera los rígidos pueden ser
iguales siempre porque incluso ellos intentan variaciones sobre el mismo tema.
Lo que sucede en los cambios radicales está lejos del
reformismo, no implica tapar huecos y maquillar la cosa, sino removerla a
fondo, y para que esta operación cognitiva tenga lugar, las personas deben
asumir algunas consecuencias dolorosas. Piensen lo que puede llegar a
significar hacer a un lado los apegos y las señales de seguridad a las cuales
nos hemos aferrados por años. La superstición, cualquiera sea, personal o
social, se resiste a desparecer.
Todo cambio
es incómodo, porque el sistema debe pasar de un estado a otro y ese
“movimiento” requiere de una alteración de lo que hay, una desorganización
básica para que vuelva a organizarse a otro nivel, que es cuando se genera un
fenómeno emergente. Pues a esa
reestructuración mental y afectiva dirigida a adoptar un nuevo modo de
funcionamiento, se la llama crisis.
¿A quien no le cuesta dejar los zapatos
viejos por los nuevos, por más cara de intelectuales que pongamos?
La gente
cambia, las organizaciones cambian, el mundo se transforma, la piel, el cielo,
la vida misma se mantiene en un movimiento arrebatador de saltos discontinuos e
inesperados. El vector de la
existencia es como una flecha lanzada al infinito, y en ese devenir, la
innovación, la sorpresa y los imponderables son forzosos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada