Autor:
Cosme Diaz.
Lo real nunca puede ser igual a lo imaginado, ya que si bien
resulta fácil formar los ideales, es muy difícil que se concreten tal y como
textualmente los soñamos.
Una medida prudente -por favor,
evitar confundir con una medida cobarde- es tener la cautela de no definir
expectativas exageradas cuando iniciamos algo. La imaginación, aliada impecable
la mayoría de las veces, puede ser también la mejor fábrica de espejismos que
podamos concebir y acompañada por la euforia es capaz de hacernos creer lo que
necesitamos creer.
Tener expectativas razonables
ya sea en el trabajo, al respecto de nuestra vida amorosa, con los amigos, con
los hijos e, incluso, en la manera de disfrutar del tiempo libre, nos hará
gozar más si la realidad nos devuelve algo superior y sobrellevar solo con la
justa decepción un desarrollo peor a lo que hemos idealmente imaginado.
Si pensamos que el viaje de
nuestra vida será uno muy concreto que tenemos en mente, y solo ese; que en la
relación de nuestra vida, tal y como la hemos programado, no caben amores que
no tengan categoría de sublimes o si creemos que el trabajo de nuestra vida,
que habremos de conseguir, solo será aquel en el que se dan todas las
condiciones perfectas; pasaremos mucho tiempo sin viajar, sin amar y sin
trabajar.
Respecto a las expectativas
desplomadas ante un choque brutal con la realidad, hay un trastorno, "El Síndrome de París", que
identificó el psiquiatra Hiroaki Ota
y que es padecido, exclusivamente, por un puñado de turistas japoneses que
viajan a la capital francesa.
¿Qué les sucede a los japoneses
afectados por este síndrome? Aunque todos los japoneses se pueden ver
sorprendidos por la distancia entre la imagen de su París idealizado antes del
viaje y el contraste con el París real, cuando llegan allí un pequeño
porcentaje queda tan impactado ante semejante choque cultural que queda
traumatizado y necesita asistencia médica.
Sucede que se tiene una visión
de París idílica propia de las películas: los románticos Champs-Élysées, la
torre Eiffel, la catedral de Notre Dame, el museo del Louvre, el barrio de
Montmatre, el Sena, la luz, la música, la moda, el encanto... y los japoneses
quedan conmocionados cuando comprueban que París es belleza, pero también
bullicio, gente, ruidos, empujones…y, a veces, mala educación.
Al japonés le cuesta entender
un comportamiento que le resulta muy distante de su idiosincrasia: un camarero
que les grita, un taxista que les trata de forma impertinente... En la sociedad
japonesa, entendámoslo, es raro levantar la voz. Por ello, para un turista,
encontrarse en una ciudad en la que sí se grita, donde hay gente poco diligente
y en la que no todo el mundo es cortés, puede ser un choque abrumador. La única
cura para este mal es regresar a Japón y no volver a París. La desilusión,
no lo olvidemos, es la distancia entre la expectativa y la realidad.
Reflexión
final: "Hay
que tener aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades pequeñas."
(H. Stein)
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