Tengo 54 años, pero lo esencial es que
mi cerebro -creo- sigue madurando. Nací en Francia,
enseño en Inglaterra y pienso sin fronteras. Casada: tenemos un hijo. Cuanto más poder adquieren los partidos, más mediocridad
promueven: repensémoslos. Colaboro con el CCCB
SER, VIVIR, CONSUMIR
La aventura de la vida consiste en
sumar experiencias. Cada una de ellas nos hace más singulares. Somos lo
vivido. Y al recrearlo en verbo, trazo o melodía, lo convertimos
en arte. Lo opuesto a nuestra singularidad es la banalización de la
producción en cadena. Lo denunció Derrida -siempre repensándose a sí mismo-
cuando deconstruyó la obra de arte y demostró que sólo era la síntesis de lo
vivido por su autor. No hay por tanto artistas geniales, sino sólo genuinas
sumas de experiencias. Hoy Malabou
recuerda que crecer
como persona consiste en ser cada vez más distinto de los demás,
pero el capitalismo nos prefiere consumidores que piensen, gasten y vivan en
serie.
Hasta hace poco el cerebro no era
considerado importante. Hoy es el centro del ser humano: si vive, hay vida; si no,
muerte, que es cerebral.
Antes el corazón fue centro de la
vida.
Y el cerebro se concebía como mera
centralita de nuestros automatismos. Hoy sabemos que el cerebro es justo lo
opuesto al automatismo del robot, porque es plástico y se adapta a las
situaciones cambiantes.
¿Qué quiere decir plástico?
El cerebro nace con una herencia genética,
aunque se hace en la experiencia epigenétíca: se adapta a los desafíos de la existencia,
pero, al mismo tiempo, da forma a nuestra vida al elegir nuevas conductas y
vivencias.
¿Ese es el proceso que nos hace
responsables de nuestras vidas?
Es el fundamento biológico de la
responsabilidad: no actúas mal o bien sólo porque hayas heredado unos genes
buenos o malos, sino porque día a día has decidido actuar de un modo que, a su
vez, va modificando tu mente y propicia conductas futuras.
¿Por ejemplo?
Cuando usted decide beber una copa,
aumenta la posibilidad de beber dos y abre la puerta al alcoholismo. Pero,
aunque usted tenga predisposición genética, si no abre esa primera puerta, no
será alcohólico.
¿Lo que decidimos hacer hoy determina
qué haremos mañana y toda la vida?
Y así en toda la cadena de actos de nuestra vida: somos
responsables de cada eslabón.
Damasio desmintió aquí que usáramos
sólo una pequeña parte del cerebro.
Lo usamos todo, pero lo relevante es
que el cerebro sólo invierte el cinco por ciento de la energía que gasta en
tareas conscientes.
¿Cómo lo sabe?
Magistretti ha escaneado el consumo de
glucosa del cerebro y el 95 por ciento de esa energía la invierte en tareas
inconscientes, pero no sabemos cuáles; ni para qué sirven.
Ni siquiera sabemos por qué soñamos.
Sé que pienso y existo, pero mi cerebro no es consciente de lo
que hace cuando no piensa. La filosofía debería explicar cómo
toda esa actividad inconsciente se transforma en sensaciones y decisiones
conscientes.
Magistretti explicó aquí por ejemplo
cómo la palabra cura al evocar traumas.
Al explicar una experiencia traumática, vuelves
a trazar la huella neuronal de esa experiencia traumática en tu memoria
-reescribes su sinopsis-y así logras que cada vez sea menos profunda hasta que
la superas.
¿Y si no verbalizas tu trauma?
No sanas. Al evocar -pintar, cantar o
escribir- la experiencia, pasas del trazo psíquico al sináptico. Por eso el arte
es terapéutico.
¿Es así como cura?
Al elaborar recuerdos y transformarlos en arte, vas tomando
distancia respecto al trauma sufrido, porque la experiencia es única, pero cada
vez la evocamos de forma diferente. El hecho no cambia; su recuerdo, sí.
La memoria es un país en el que
siempre somos extranjeros.
Es el fundamento fisiológico de la
cura por el arte, que también explica por qué no puedes pensar dos veces con el
mismo cerebro.
¿Yo soy algo más que mis recuerdos?
Derrida, padre de la deconstrucción,
demostró que la obra no es fruto de la genialidad del autor, sino sólo de sus
experiencias. Igual que nuestro yo sólo es la suma de nuestros actos, el
artista sólo es lo que ha vivido. Y al deconstruir su obra, se van descubriendo
en ella las huellas de los episodios de su vida.
Pero la misma experiencia transforma a
un hombre en bestia y a otro en poeta.
Lo que te hace singular es la suma de tus experiencias y
decisiones.
Pero esa singularidad también es un impedimento para que te insertes en la
cadena capitalista de producción y consumo. El sistema no necesita que seas
único, sino sólo uno más.
¿En qué sentido?
Los técnicos de neuromarketing han
sido mucho más eficaces que los propios científicos al dar utilidad a los
avances de la neurociencia y quieren convertirnos en rebaño.
También están más incentivados.
Porque, aunque cada uno de nosotros tendemos de forma innata a
sumar experiencias insólitas para ser cada vez más únicos...
Cuanto más mayores, más diversos.
Para hacernos producir y consumir en
cadena, el capitalismo necesita uniformarnos.
El comunismo también uniformaba.
El sistema nos quiere cada vez más en serie: que
comamos igual; que vistamos del mismo modo y nos gusten las mismas películas;
los mismos libros; los mismos programas de televisión, cuyo éxito depende de
que los vean millones de individuos.
Pero el auténtico goce, en cambio,
reside en la infinita diversidad de lo humano.
Suponen, por tanto, que todos somos
reductibles y segmentables en edad, sexo, tribu urbana... Y si no lo somos, los
neuromarketinianos tienen la osadía de explicarnos cómo debemos pensar, actuar
y comprar de acuerdo a nuestra edad, sexo u origen: "A su edad -te dicen- debe llevar
esto. Cómprelo".
¿Y si no quiero?
Se te considera bicho raro, cuando en realidad sólo tratas de
ser persona.
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