Tengo 34 años, de los que he pasado cinco abducida
por ‘La plaga'. Nací en Mollet de
madre turolense y padre de Les Franqueses: soy pura charnega. Cocreo y convivo con Pan
Subirós. Soy de izquierdas. Cuento esas vidas de extrarradio
porque nos ayudan a vivir las nuestras
VIDA EN EL POLÍGONO
Ballús ha encontrado en un descampado el centro de
las emociones humanas. AIIí, entre huertos y masías amenazados por la AP-7, ha situado
a personas que descubrían en otras la fuerza para afrontar con alegría
existencias muy duras. Allí se ha enamorado de sus protagonistas de extrarradio
y nos los hace querer tras compartir con ellos día a día cinco años de
sinsabores y alegrías. La apuesta de La
plaga por la renovación de formatos audiovisuales ha merecido el
reconocimiento de los Gaudí, Goya y Berlinale. Además, Ballús cuenta con el de
sus colegas, aún más meritorio, porque soportamos mejor las afrentas del
enemigo que el éxito de los amigos. Enhorabuena, Neus.
Ni nos fijamos al atravesar por la AP-7 en esos
descampados, pero usted ha rodado allí un filme revelador.
Supongo que si sólo vas donde te mandan, no llegas
a ningún sitio; ni conoces de verdad a nadie. A mí, desde pequeña me fascinaba Gallecs. Y no son
descampados: hay huertos, masías, un núcleo con ermita... Había y hay vida.
Mucha vida.
¿Por qué eligió ese 'no lugar'?
Es tu mirada la que da sentido a un lugar. Y
sentimiento. Mi madre es de Tronchón, en Teruel, y mí casa de Mollet se llenaba de la
gente del pueblo que no podía pagarse una pensión. En ese no lugar, que usted
dice, había sí personas y en ellas he vuelto a encontrar esa solidaridad
de mi casa.
Y sin ella nos hubiera ido mucho peor.
Por eso puse la cámara en ese espacio poligonero
fascinante y creo que revelador.
¿Qué descubrió?
Existencias que me enseñaban mucho sobre la mía. Me
enamoré de esas personas, porque, antes de ser protagonistas de la película, se
convirtieron en protagonistas de mi vida. Y hemos afrontado juntos la sensación
de catástrofe de estos años de recesión.
No han sido los mejores.
Nos hemos sentido títeres de fuerzas
incontrolables. Pero ellas les hacían frente. Como María Ros, con quien compartí sus cinco
últimos años: nos quisimos, peleamos y reímos. Perdió su casa, ingresó en una
residencia, pero salió adelante. Y yo con ella.
Una anciana desahuciada, una puta sin clientes, m
jornalero moldavo, una enfermera filipina de un asilo...
Son historias que no suelen encontrar quien las
cuente. No las cuento por caridad ni obligación, sino porque me ayudan y nos
ayudan a vivir. Demuestran que la fuerza para enfrentarnos a las derrotas y la
alegría de superarlas emanan de nuestra relación con los demás.
Tampoco eran los mejores momentos para financiar
una película.
Estaban recortando en quirófanos, aulas y, desde
luego, en cultura. Y yo pedía 300.000 euros para rodar una ópera prima.
¿Espera recuperarlos en taquilla?
La verdad es que no. Pero piense que cualquier
película española cuesta al menos dos millones de euros y tampoco los
recuperan.
¿Por qué debemos subvencionar con nuestros impuestos
su película?
Se cierran muchos cines. ¿Sabe por qué?
¿...?
Porque la industria ni ha arriesgado ni ha innovado
para que la gente eduque su gusto. Ha apostado por la misma fórmula de las
mismas películas remake tras remake. Por eso, la gente deja de ir al cine y ya
no le interesa disfrutarlo en gran pantalla.
“La plaga” es todo menos comercial.
¿De verdad? Yo sí creo que podría tener una
audiencia masiva. En cualquier caso, el sentido de las subvenciones es
permitirnos experimentar y arriesgar en la creación sin tener que repetir lo de
siempre para asegurar la recaudación. El otro día estuve en París viendo una
película de Naomi Kawase...
No sé si me suena.
No se preocupe. Es una directora japonesa de
vanguardia. Después, fui a comprar unas revistas y comenté con el quiosquero la
cartelera parisina. ¡Y el hombre sabía muy bien quién era Kawase y cómo era su
cine! Sentí envidia por el nivel de esa audiencia.
¿Para qué sirve ver cine japonés?
Para disfrutar durante su vida de mejores obras y
ensanchar así los límites de la experiencia humana. Eso no se consigue
repitiendo los mismos thrillers mil veces.
Usted empezó en la tele del Grupo Godó: ¿hacer
televisión educa para el cine?
Aquí hice de todo: presenté informativos durante
seis años; y también grabé y monté cientos de horas de televisión...
Pues algo aprendió seguro.
..Aprendí a trabajar, pero la verdad es que hay que
desaprender el lenguaje televisivo para llegar a dominar el cinematográfico. El
ritmo frenético de la tele impone esquemas repetitivos. Por ejemplo: el busto
parlante mirando a cámara y explicando algo.
Es materia prima de la programación.
Pues precisamente lo primero que tienes que
conseguir al rodar una película es que no parezca televisión: cada imagen debe
ser todo lo contrario de ese busto. Cada toma debe renovar el punto de vista:
ser insólita.
¿Qué es lo más difícil al dirigir cine?
Para mí, darme cuenta de que llega un momento en
que tienes que mandar. Y para mandar, debes estar convencida de que sabes lo
que haces o, al menos, dar esa impresión. Ya no puedes comentar las decisiones
con todos: tienes que tomarlas tú sola
¿Por qué?
Porque las espera un operador, por ejemplo, a
cuarenta grados a la sombra, cargado con 50 kilos de peso bajo el sol durante
horas, y para seguir allí, a tus órdenes, tiene que creerse que lo que hace tiene
sentido.
Para eso le pagan..., ¿no?
Estoy orgullosa de que en mi película se ha pagado
a todo el mundo. Pero eso no basta. Además, debes ilusionar al
equipo y tener, o al menos dar, la sensación de que tienes una gran película en
la cabeza y de que todos están trabajando para ella.
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