Había una vez un carpintero que
se especializaba en el armado de casas. Trabajaba para un empresario que le
proporcionaba los paneles premoldeados; él los ensamblaba, les remachaba las
juntas, levantaba la casa y alistaba los detalles.
Un día, el carpintero decide
que ya ha trabajado lo suficiente y que es la hora de dejar su tarea. Así que
va a hablar con el empresario y le cuenta que se va a jubilar. Como aún le
quedaba una casa por terminar, le advierte que éste será su último trabajo y
que luego se va a retirar.
—¡Qué
lástima! —dice el empresario—, usted es un buen empleado... ¿No quiere trabajar
un poco más?
—No,
no, la verdad es que tengo muchas cosas para hacer, quiero descansar...
—Bueno.
El señor termina de hacer la
supuesta casa, va a despedirse del empresario y éste le dice:
—Mire,
hubo una noticia de último momento, tiene que hacer una casa más. Si me hace el
favor... No tiene más nada que hacer... Dedíquese exclusivamente a hacer esta
última casa, tómese el tiempo que sea necesario pero, por favor, haga este
último trabajo.
Entonces el carpintero,
fastidiado por este pedido, decide hacerla. Y decide hacerla lo más rápido que
pueda para ir a descansar, que era lo que él en realidad quería. Ya no tiene
nada que defender, va a dejar el trabajo, ya no tiene que buscar la valoración de los demás, ya no
está en juego su prestigio ni su dinero, ya no hay nada en juego porque él está
amortizado. Lo único que quiere es hacerla rápido.
Así que junta los paneles entre
sí, los sujeta sin demasiada gana, usa materiales de muy baja calidad para
ahorrar el costo, no termina los detalles, hace, en suma, un trabajo muy pobre
comparado con lo que él solía hacer. Y finalmente, muy rápido, termina la casa.
Entonces va a ver al empresario
y éste le dice:
—¿Y?
¿La terminó?
—Sí,
sí, ya terminé.
—Bueno,
tome... coloque la cerradura, cierre con llave y tráigamela.
El carpintero va, pone la
cerradura, cierra con llave y regresa. Cuando el empresario toma la llave, le
dice:
—Este
es nuestro regalo para usted...
Puede ser que no nos demos
cuenta, pero la
vida que construimos todos los días es la casa donde vivimos. Y la
hemos estado haciendo nosotros. Si no queremos, no nos fijemos demasiado si la
casa tiene lujos o algunos detalles sin terminar, pero cuidemos muy bien cómo
la vamos armando. Cuánta energía, cuánto interés, cuánto cuidado, cuánta
cautela pusimos hasta acá en construir nuestra vida.
Qué bueno sería, de verdad, que
empecemos, de aquí en adelante, a estar más atentos a lo que construimos.
Claro que a veces hay zonas
turbulentas donde un terremoto viene, te derrumba todo lo que hiciste y tenés
que empezar de nuevo. Es verdad.
¿El afuera existe? No hay duda.
Pero no agreguemos a estas contingencias del afuera la contingencia de no
habernos ocupado adecuadamente de construir esta casa.
Porque, aunque no nos demos
cuenta, esta
vida que estamos construyendo es la vida en la que vamos a vivir nosotros.
No estamos construyendo una vida para que viva el vecino, estamos construyendo
una vida donde vamos a habitar nosotros mismos.
Y entonces, si uno se sabe
valioso, si uno se quiere, ¿por qué conformarse con cualquier cosa? ¿Por qué funcionar
como el carpintero del cuento?
Si te das cuenta de que merecés
vivir en la mejor vida...
¿Por qué no construirte la mejor casa?
¿Por qué no procurarte la mejor vida en la cual vivir desde hoy?
Por lo tanto, no sólo la libertad existe, sino que es
irremediable.
Permanentemente estamos haciendo ejercicio de la libertad.
Octavio Paz decía:
La libertad no es una idea política ni
un pensamiento filosófico ni un movimiento social. La libertad es el instante
mágico que media en la decisión de elegir entre dos monosílabos: sí y no.
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