Hay que actuar y
olvidarse de excusas que solo paralizan nuestras capacidades y virtudes
La RAE define emprender como
acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran
dificultad o peligro. Según la definición literal, todos somos emprendedores,
en mayor o menor medida. Todos tenemos objetivos en la vida y sueños, y muchos de
ellos se iniciaron en una pequeña idea, una propuesta o una ilusión.
Cuando hablamos de
emprendedores, fantaseamos con la imagen de un hombre apuesto, echado para
delante, bien vestido y bien posicionado, con una mente brillante que le
permite ser un gurú y anticiparse a las necesidades del mercado. Su imagen
también se asocia a la toma de decisiones fría y calculadora, a la capacidad de
invención y de ser creativo. Una persona sin miedo al fracaso.
“Allí donde hay una empresa de éxito
alguien tomó alguna vez una decisión valiente”. (Peter Drucker)
Porque emprender no solo es empezar,
sino que todos lo asociamos a términos como miedo, fracaso, éxito, dinero o
reconocimiento. Si
decidimos emprender, deseamos triunfar. A nadie se le pasa por la
cabeza la idea de acometer un negocio por el simple hecho de divertirse. La
idea es que la propuesta tenga valor, se convierta en un medio de vida y, si
todo acompaña, en una futura empresa.
Los emprendedores exitosos son
un espejo en el que mirarse y también una fuente de envidia, porque ellos se
atrevieron. ¿Por
qué son especiales, por qué ellos pudieron? La iniciativa no viene
genéticamente determinada, está más relacionada con la personalidad fruto del
aprendizaje, la experiencia, la observación de modelos y otros condicionantes.
Como el emprendedor no nace,
sino que se hace, y como además conocemos algunas formas de actuar y pensar que
lo definen, ¿por
qué no imitamos su manera de proceder, la adaptamos a nuestro estilo y
aprendemos? El emprendedor, entre otros, se define como una persona:
Valiente. La valentía
es esfuerzo, es ser capaz de asumir retos sin miedo. El valiente no es la
persona temeraria que salta a una piscina vacía, sino aquella que valora una situación, la
analiza desde distintos puntos de vista y da un paso al frente. Pero
además asume que el fracaso y la derrota son una posibilidad. No lo toma como
algo negativo, sino como parte del juego. Lo que diferencia al valiente del que
no lo es es su desasociación entre fracaso y game over (fin del juego). El
fracaso es aprendizaje: en caso de no conseguir un objetivo a la primera, hay
que volver a intentarlo. La valentía no es cuestión de genes, sino de actitud y
aprendizaje.
El emprendedor se siente
motivado cuando sale de la zona de confort. No se trata de huir de lo fácil, de
lo controlable, seguro y tranquilo, pero sí de ser consciente de que ello puede impedir crecer por
el miedo a lo desconocido. Nos gusta controlar, nos da poder y
confianza, y por eso cuesta tanto dar un paso fuera de esa zona confortable,
porque no es un paso en suelo firme. Sin embargo, un emprendedor asume que es incompatible
querer crecer y superarse sin salir del recinto seguro.
Plantearse
lo que se quiere.
Hay que plantear un objetivo, ver qué recursos hay para alcanzarlo, y por qué
es importante hacerlo. A partir de ahí, hay que actuar, olvidando excusas que
empiezan por “y si…” Si no actuamos, nadie lo hará por nosotros.
Trabajar
con un punto de no retorno. Ejemplos de esto se encuentran en actividades
deportivas como la escalada libre, en la que una vez iniciado el ascenso, dado
que no va sujeto a ningún punto de seguridad, no queda más remedio que terminar
la subida. No se puede bajar los brazos ni perder tiempo…
No podemos trabajar con un
punto de no retorno todo el día, pero sí tener el concepto en la cabeza a la
hora de emprender. Nada ni nadie puede quitarnos la idea, porque es un sueño.
Pensamiento
orientado al éxito y optimismo. Las emociones y las conductas vienen
en parte determinadas por cómo nos enfrentamos a las situaciones. Hay que tener
confianza, verbalizarlo si es necesario: “Puedo hacerlo, estoy preparado, el que algo quiere algo
le cuesta, ¿quién dijo que esto iba a ser fácil?”.
Si
no queremos que algo ocurra, no pensemos en ello. Los mensajes
que anticipan el fracaso aumentan la probabilidad de caer en la profecía
autocumplida. Así que un emprendedor no habla consigo mismo en
términos tóxicos. Todo lo contrario. Su idioma emocional le dice que hay oportunidades, que
existen soluciones y que tiene que intentarlo. Las personas
optimistas procesan mejor la información negativa, evalúan y gestionan el
riesgo con responsabilidad, tienen claridad mental para manejar la información
compleja y por lo general suelen trabajan con mayor creatividad y nuevas ideas.
Fracasa rápido, fracasa pronto… y,
sobre todo, fracasa barato (Anónimo)
Creer
en la buena suerte.
Las personas que dicen tener buena suerte, como ha concluido Richard
Wiseman en varios estudios, se orientan hacia ella. Viven en un
mundo plagado de oportunidades que ellos mismos fabrican y de las que
participan. Las personas que creen en la suerte, de alguna manera,
la atraen. Creen que la vida les va a sonreír y si se encuentran con alguien,
generan un contacto; si van a una entrevista, se venden bien; si tienen una
idea, indagan todo para llevarla a la práctica. Invierten más esfuerzo porque tienen claro
que llegarán a su meta.
Estabilidad
emocional.
Un emprendedor no puede ser una persona con emociones tipo montaña rusa. Más
bien trata de manejar sus emociones. No se pone de los nervios cuando algo va
mal, ni eufórico cuando va bien. Mantiene una actitud serena y equilibrada que transmite
paz a los demás.
Saber
sufrir.
Al emprendedor nadie le dijo que sería fácil. Sabe que se enfrenta a la
burocracia, los obstáculos y los errores, incluso a los que le copian la idea.
El emprendedor cuenta con que tiene que invertir tiempo, dinero, realizar una
labor comercial, mantener relaciones profesionales, comidas y cenas que muchas
veces acaban en nada. Pero sabe que esta implicación y este compromiso son la
única manera de dar valor a su idea y luchar por ella.
La vida es lo que ocurre mientras
estamos ocupados haciendo planes” (John
Lennon)
Tener
control interno para interpretar el éxito y el fracaso. Cuando
conquistamos o perdemos algo, ¿a qué lo achacamos? Si somos capaces de ver
nuestras fortalezas, las podremos potenciar. No malinterpretemos la humildad.
No se trata de pavonearse y alardear de nuestra inteligencia. Se trata de
detectar qué nos hace competentes, competitivos y eficaces. Las claves del
éxito y el fracaso están en nuestro interior.
Ser
apasionados.
Cuando perdemos la pasión, perdemos todo. Los profesionales de éxito son
personas que se dedicaron a su vocación, a lo que les apasionaba, sin pensar si
convenía o no, si era una profesión con salidas o no lo era. Cuando se
siente pasión, todo fluye y somos capaces de ser creativos e invertir energía y
tiempo sin el coste de la pereza.
Tener ideas es una labor
creativa, ilusionante, pero solo es el primer paso. No deje que su idea tenga
valor a través de otros, no llegue tarde. Un objetivo desafiante está al
alcance de todos.
La diferencia está en el esfuerzo, trabajo y perseverancia que invierten
algunos para conseguirlo.
PARA
CONSEGUIR TRIUNFAR
UNA FRASE
– “Un hombre con una idea es un loco hasta que triunfa” (Mark Twain).
UNA PELÍCULA
– ‘El aceite de la vida’ (1992), de George Miller. Basado en hechos
reales, no es un filme que ponga un valor una idea, pero sí muestra la
perseverancia de una madre para encontrar la solución para curar a su hijo.
UN LIBRO
– ‘Coaching para el éxito’, de Talane Miedaner (Urano, 2002).
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