El reconocimiento y la valoración pueden ser mucho más eficaces
que la crítica. Aprende a utilizar el impulso de la motivación para iniciar
cambios.
A menudo en las escuelas, en
las familias, en las relaciones, incluso en las terapias… existe la tendencia a
centrarse en lo negativo. Los fallos de otros o de uno mismo se detectan
fácilmente y se destacan por encima de lo demás. Los padres recuerdan una y
otra vez a sus hijos lo que no hacen bien, la pareja nos repite lo que no le
gusta de nosotros, el profesor subraya en rojo los errores cometidos… Éste es
un camino, pero existe también otra posibilidad, aunque quizá menos transitada. Consiste en
prestar atención a la otra cara de la realidad: las capacidades de cada
persona, las cosas que funcionan, lo que nos agrada…
El elogio forma parte de este
lado más amable de la realidad. Es un gesto de valoración y reconocimiento. Implica no sólo
colocarse las lentes que permiten descubrir los aspectos positivos, sino
también saber transmitir y poner en palabras las perlas halladas.
Sin embargo, el elogio a menudo
se utiliza como una medalla devaluada. Muchas personas defienden que es mejor
no creerse los elogios, prefieren desmentirlos o rebajarlos con modestia cuando
los reciben. Otras opinan que se avanza más observando y recalcando lo que
falla, pues sólo así es posible mejorarlo. Ciertamente, de los errores se puede
aprender mucho. Pero, ¿no será posible aprender también reforzando y apreciando
lo que sí funciona, lo que sí nos gusta, lo que sí se ha conseguido?
Un elogio puede ser toda una
inyección de confianza y motivación. Mediante él se ofrece a alguien una imagen
más positiva de sí mismo que quizás no era capaz de percibir. Para ello, tanto
es importante que quien da esa medalla lo haga con sinceridad, como quien la
recibe se crea merecedora de ella y le otorgue valor.
¿A
QUÉ PRESTAMOS ATENCIÓN?
En la consulta de un psicólogo
una mujer expresó entre sollozos que se sentía incapaz de decidir por sí misma
incluso en pequeñas cuestiones, y cómo eso la hacía sentir terriblemente
incompetente. El terapeuta dejó que la mujer hablara hasta que finalmente se
secó las lágrimas y le miró esperando una respuesta. Entonces le dijo:
«¿No
es cierto que usted misma me llamó para pedir hora?»
a lo que la mujer un poco
desconcertada, contestó:
«Sí».
«¿Y no es cierto que le propuse
dos horas distintas y usted pudo elegir?»
La mujer contestó de nuevo:
«Sí».
Entonces concluyó:
«Me
ha querido convencer de que es incapaz de tomar decisiones. Sin embargo, tengo
dos pruebas que me demuestran lo contrario. No sólo ha sido capaz de tomar la
decisión de acudir a una terapia, cosa que requiere ciertamente un gran
atrevimiento, sino que además ha decidido qué hora le convenía mejor. De aquí a
la próxima sesión va a estar especialmente atenta para detectar otras pruebas
que desmientan su hipótesis de incapacidad. Si en tan poco tiempo yo he podido
detectar dos estoy seguro de que usted descubrirá muchas más».
En ocasiones estamos tan pendientes de lo que falla que no somos
capaces de percibir cuándo las cosas funcionan. Creamos de
esta manera historias sobre nosotros mismos o sobre los demás cada vez más
reafirmadas en la incapacidad, en la imposibilidad… pues sólo se presta
atención a los momentos en que surge la dificultad. El elogio, en cambio,
conlleva un giro de perspectiva. Se trata de centrarse en las soluciones en lugar de los
problemas, de ver competencias en lugar de fallos, aptitudes en lugar de
defectos.
Si nos decantamos por observar
lo que nos molesta, siempre encontraremos pruebas que apoyen esa visión.
Cuando, por ejemplo, no se tiene muy buen concepto de otra persona lo más fácil
es fijarse especialmente en sus defectos. Ante una situación de este tipo, no
obstante, lo más enriquecedor es atender a lo que nos atrae de esa persona. Las
dos realidades siempre están ahí y uno decide a cuál prefiere hacerle más caso.
Generalmente aquello a lo que se dedica más atención es lo que tiende a
amplificarse.
SEMBRAR
RECONOCIMIENTO
Realizar un elogio, por lo
tanto, requiere dos pasos. El primero consiste en desarrollar la capacidad para
distinguir y prestar atención a las aptitudes, sabiendo que en
ocasiones se hallan veladas. El segundo paso implica utilizar el poder de las palabras
para hacer saber a la persona qué valoramos especialmente de ella.
Pronunciar un elogio sin un previo paso de reconocimiento
verdadero lo convierte en un halago hueco. Entonces hablamos de
hipocresía, de palabras interesadas, de cinismo o falsedad, todo eso que da
mala fama al elogio cuando se utiliza de manera inadecuada. De la misma forma
podemos quedarnos encallados en el segundo paso, cuando incluso siendo capaces
de reconocer una aptitud o algo especial en otra persona no llegamos a
expresarlo. La envidia, la rivalidad, la propia inseguridad o la creencia de
que «más
vale no decir lo bueno para que no se lo crea demasiado» son algunas
de las trabas que dificultan elaborar y transmitir buenos elogios.
Según
William James,
un psicólogo y filosófo estadounidense, el principio más profundo de la
naturaleza humana es el anhelo de ser apreciado. Todos, por lo tanto, buscamos de un modo u
otro ser valorados en nuestras relaciones por lo que somos o por lo que
hacemos.
El elogio, como sucede con
tantas otras actitudes, funciona como un bumerán. Si damos a los demás
reconocimiento, aprecio, probablemente recibiremos lo mismo de vuelta. Y a la
inversa: si emitimos críticas y reproches obtenemos con mayor facilidad
actitudes exigentes por parte de los demás. Se trata tan sólo de un cambio de
actitud, si
decidimos nutrir las relaciones con confianza y valoración o si dejamos que se
deterioren dejando que prevalezca una visión negativa.
EL
RETO POSITIVO
Hace años, debido a un error
informático, los profesores de una escuela accedieron a una información
cruzada. Un grupo de estudiantes brillantes fue calificado de difícil y de bajo
rendimiento, mientras que alumnos a los que correspondía esa observación fueron
tildados de excelentes. El resultado fue sorprendente. Los alumnos considerados
ejemplares retrocedieron en su rendimiento, al ser vistos y tratados como
limitados o poco cooperativos. Por otro lado, los supuestamente malos
estudiantes experimentaron una gran mejoría en sus resultados, dado que los
maestros les habían estimulado al transmitirles una imagen de competencia y de
valía personal.
¿Hasta qué punto la visión o las expectativas que tenemos acerca
de otra persona influyen en su manera de actuar? De ese
experimento fortuito se deduce que tener una imagen favorecedora sobre alguien
funciona como un impulso hacia un cambio positivo. Dado que los profesores
confiaban en las capacidades de los estudiantes idearon maneras de motivarlos,
en lugar de darlos como casos perdidos ante los primeros fallos. Su entusiasmo,
su percepción competente de los alumnos hizo que éstos respondieran en
consonancia.
Es importante tener presente
este principio en todo tipo de relaciones, pero especialmente en las que
intervenimos como educadores. Como padres, nuestras expectativas o la manera en
que vemos a un hijo influye en la imagen que se construye de su propia persona
y hacen que actúe en consecuencia. Ante los problemas o dificultades que puedan
surgir en la educación conviene, por lo tanto, revisar cómo estamos viendo y tratando
a ese niño o a ese adulto. Quizás se esté resaltando su torpeza, su mal genio,
su dejadez con la intención de que lo corrija. Si esto no funciona, ni ha
funcionado, se puede intentar algo distinto: esforzarse en buscar sus cualidades, en
destacar lo que realiza bien.
Se ha comprobado repetidas
veces que es mucho más efectivo el elogio y el refuerzo de los comportamientos
adecuados que la crítica. Si alguien se siente descalificado no está por la
labor de querer cambiar cosas. Mientras que cualquier persona se siente más
estimulada a mostrar lo mejor de sí cuando alguien reconoce su valor y sus
capacidades, pues
se enfrenta a un reto positivo.
RECIBIR
ELOGIOS
Todos necesitamos en mayor o
menor medida el reconocimiento de los demás, pero a veces, cuando lo recibimos,
no lo acogemos, no lo hacemos nuestro. Nos quitamos rápidamente de encima esa medalla porque nos
provoca vergüenza, no le damos importancia o la consideramos falsa. Pero si no
somos capaces de disfrutar un elogio, ¿cómo podremos asumir una crítica?
El estímulo positivo que nos
ofrecen los demás es un potente alimento para nuestra confianza. Otra persona
reconoce y aprecia uno de nuestros trabajos, acciones o cualidades. Sin
embargo, el
efecto de esta visión poderosa durará poco o será nulo si la propia
autoexigencia tira por el suelo los logros obtenidos. Curiosamente,
otras personas dependen exageradamente de la aprobación de los demás, que
buscan compulsivamente esta respuesta positiva. En ambos casos la dificultad
estriba en no
saber dar valor a lo que uno mismo consigue y a las propias capacidades.
En este sentido conviene
practicar el autoelogio, entendido como la capacidad de percibir los
propios aspectos positivos. Se trata de encontrar el contrapeso a la
autocrítica con objeto de lograr una visión más equilibrada de uno mismo. Tan importante
es aprender de los errores y las propias carencias y defectos, como valorarse y
disfrutar de los propios triunfos.
INFORMACIÓN
Y MOTIVACIÓN
Un elogio relevante posee dos
dimensiones: información
y motivación. Por una parte, es una declaración personal que
contiene información significativa sobre alguien. Por otra parte, exalta una
capacidad, con lo cual refuerza la estima de la persona.
El elogio es un ingrediente
básico para mejorar y dar profundidad a nuestras relaciones.
Todos nos sentimos más cercanos y nos expresamos más libremente cuando estamos con alguien que sabemos que nos aprecia. Es importante, por tanto, escuchar lo que les decimos a los demás, o incluso la manera en que hablamos de ellos. Cuando criticamos a alguien, aunque no esté presente, la relación tiende a deteriorarse, precisamente porque hay algo sobre la imagen que tenemos de los demás que se transmite incluso sin palabras.
Todos nos sentimos más cercanos y nos expresamos más libremente cuando estamos con alguien que sabemos que nos aprecia. Es importante, por tanto, escuchar lo que les decimos a los demás, o incluso la manera en que hablamos de ellos. Cuando criticamos a alguien, aunque no esté presente, la relación tiende a deteriorarse, precisamente porque hay algo sobre la imagen que tenemos de los demás que se transmite incluso sin palabras.
Se favorecerá un clima de
confianza mutua si elegimos jugar el papel de motivadores,
hablando de aptitudes, mostrando interés genuino…Cuando nos sentimos
reconocidos aceptamos mejor comentar nuestros fallos o insuficiencias, e
incluso la crítica se vive de forma constructiva. Con esas informaciones, que tanto nos
conciernen, descubrimos lo mucho que podemos mejorar y conseguir en esta vida.
CÓMO
HACER BUENOS ELOGIOS
Tener en cuenta estos
principios ayuda a que los elogios resulten realmente motivadores:
• MENSAJE GENUINO: es de vital importancia que el elogio surja de reconocimiento
real de las capacidades de una persona. Es útil preguntarse: ¿qué me
gusta de esa persona, qué me resulta interesante de ella, en qué aspectos me
parece competente?.
• HABLAR EN PRIMERA PERSONA: El elogio gana en potencia cuando el
emisor se
implica personalmente en lugar de hablar de generalidades. Decir,
por ejemplo: “Esto
a mí me ha encantado, desde mi punto de vista es genial”.
• SER CONVINCENTE: Es importante dar el mensaje de manera clara y
con seguridad, y si es necesario explicar con más detenimiento el
porqué de nuestro parecer.
• LENGUAJE POSITIVO: En lugar de expresar: “no te has comportado como un cobarde”
decir: “Has sido un auténtico valiente”.
• ESPECIFICIDAD: Es mucho más eficaz un elogio cuando se informa de manera
específica su razón. En lugar de decir: “Me ha gustado este trabajo”, expresar: “Me ha gustado la manera en que has planteado el tema,
porque los has hecho a través de puntos claros y concisos…”
• MOMENTO APROPIADO: Para que el mensaje sea más eficiente conviene dar el
elogio lo más inmediato posible a la acción que se intenta reforzar.
En ocasiones interesará realizarlo delante de otras personas, en otras en un
espacio privado.
• ADAPTARSE AL RECEPTOR: Intentar que el elogio sea creíble para la persona
utilizando su lenguaje, teniendo en cuenta y respetando su propia visión de las
cosas.
• NO INSISTIR CON EL MENSAJE: Los elogios que se repiten a menudo
pierden fuerza. Conviene utilizar estos mensajes con generosidad pero a la vez con mesura
para no desgastarlos.
• UTILIZAR VISIONES DE FUTURO: A veces es útil potenciar el elogio
hablando de los posibles
resultados futuros que se obtendrán si se sigue mejorando la
cualidad reconocida.
PRACTICAR
EL AUTOELOGIO
Se gana confianza en uno mismo cuando
se es capaz
de valorar las propias capacidades y los propios éxitos. Para ello
proponemos:
• A LA CAZA DE COMPETENCIAS: Cuando una persona tiene muy presente
sus propios fallos o carencias le resulta más difícil avanzar. Se trata de rescatar y hacer
una lista de las propias capacidades y recursos, pensando
situaciones en que resultaron útiles.
•
BUSCAR EXCEPCIONES:
Si se está muy centrado en un problema conviene recordar momentos o situaciones pasadas o actuales
en que se superó o no apareció tal dificultad. Esto nos devuelve una
autoimagen de capacidad.
• EFECTO DOMINÓ: Prestando atención a lo que funciona, a lo que
realizamos bien favorecemos que se repita, precisamente porque lo tenemos más
presente.
• RENOVAR LA PROPIA IMAGEN: En ocasiones tenemos creencias acerca de
nosotros mismos muy limitantes y basadas más en hechos pasados que actuales.
Dado que las personas cambiamos continuamente conviene realizar de vez en
cuando una
revisión de la autoimagen, para descartar lo que ahora ya no refleja
nuestra realidad.
• PREMIARSE POR LOS TRIUNFOS: Darse algún tipo de premio o gratificación es
una buena manera de reconocerse y valorar un esfuerzo realizado que ha tenido
buen resultado.
Cristina Llagostera, Cuerpomente nº 157
hola sóc periodista em dic núria casas i m'agradaria contactar amb la Cristina Llagostera per a una entrevista, com ho podria fer? El meu correu nuriacasas22@gmail.com
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