Nuestros progenitores lo han hecho lo mejor que han sabido, cargados con
sus propios problemas y defectos
Echarles la culpa de nuestras carencias es un signo de inmadurez que
debemos superar para fortalecernos.
Depender de su aprobación dificulta que seamos libres para seguir nuestro
propio camino.
Debemos cuestionar cómo hemos interpretado nuestra historia familiar hasta poner
en orden de dónde venimos.
Cuenta una historia que unos padres entregaron unas
monedas a su hijo. No se sabe cuántas eran ni tampoco si estaban hechas de oro,
de plata o de cobre. Y el joven, indignado, les gritó:
- “¡Estas no son las monedas que me merezco! ¡Qué injusticia!”.
Seguidamente pegó un portazo y salió de casa de sus
padres con el corazón inundado de dolor.
Durante años, la lucha, el conflicto y el
sufrimiento marcaron la vida de aquel joven. Sin monedas se le hacía muy
difícil vivir. Por eso decidió ir a buscarlas a otra parte. Creyó que
aparecerían al iniciar una relación de pareja. Poco después se casó, pero ni
rastro de las monedas. Más tarde tuvo su primer hijo.
- “Seguro que las tiene él”, pensó.
Un par de años más tarde confirmó que no era así.
Movido por su tozudez, tuvo un segundo hijo. Pero las monedas tampoco estaban
ahí.
Casado y con dos hijos, no conseguía llenar su
vacío. Su vida carecía de sentido. Y seguía sufriendo. Hacia los cuarenta años,
el protagonista de esta historia decidió buscar un terapeuta. Tras un profundo
proceso de autoconocimiento, finalmente se liberó del dolor y por fin vio con claridad
dónde estaban las monedas. Con lágrimas en los ojos, volvió a casa de sus
padres, pidió disculpas y les agradeció todo lo que habían hecho por él. Y
entre abrazos les pidió que, por favor, le devolvieran las monedas:
- “Ahora sé que son las que necesito para ser feliz y seguir mi propio
camino”.
Al salir de casa de sus padres y despedirse
cariñosamente de ellos notó cómo la lucha, el conflicto y el sufrimiento
comenzaron a despedirse de él. En el momento en que aceptó, tomó y agradeció
las monedas de sus padres, se reconcilió consigo mismo y con la vida.
Este cuento,
inspirado en el libro ¿Dónde están las monedas?, de Joan Garriga, ilustra el camino que todos podemos elegir para resolver
parte de nuestros conflictos internos. No en vano, la sombra de papá y mamá es
alargada. Y esconde alguno de nuestros peores temores y se nutre de las heridas
que más nos cuesta curar. De ahí que muchos adultos se hayan distanciado
emocionalmente de sus padres.
Debido a nuestra falta de madurez, los hijos
solemos culpar a nuestros progenitores por el tipo de inseguridades, carencias
y frustraciones que arrastramos desde la infancia y que se acentuaron durante
la adolescencia. Y en definitiva, les negamos nuestro cariño porque ellos no
nos quisieron como nos hubiese gustado. Sería maravilloso que todos los padres
amaran a sus hijos como estos necesitan. Pero no es así. ¿Cómo nos van a querer nuestros padres si no saben apreciarse a sí
mismos?
Nuestros padres y madres, antes de esa condición,
son seres humanos. Y tienen sus propias heridas. Nos quejamos de nuestra
mochila emocional cuando en general ellos cargan con una maleta bastante más
pesada. Nuestros progenitores lo han hecho lo mejor que han sabido. Esta es una
lección de la vida que muchos aprendemos demasiado tarde. Normalmente cuando nos convertimos en padres y
comprendemos lo desafiante y agotador que puede ser educar a un hijo. De pronto
recordamos que de un día para otro dejaron de ser los protagonistas de sus
propias vidas.
Emanciparse
emocionalmente de nuestros padres consiste en cortar definitivamente el cordón
umbilical que nos mantiene atados a ellos. Depender de su aprobación dificulta
que seamos libres para seguir nuestro propio camino en la vida. No en vano, convertirse en una persona adulta implica haber resuelto
nuestros traumas de la infancia. El hecho de que sigamos en guerra con nuestros progenitores pone de
manifiesto que seguimos sin sentirnos en paz con nosotros mismos. Por eso se
dice que la adolescencia se sabe cuándo empieza, pero no cuándo termina.
Dejar de esperar algo de nuestros padres, incluyendo que nos acepten, que
nos apoyen y que nos quieran. Así es como empezamos a aceptarnos, apoyarnos y querernos, fortaleciendo
la autoestima y confianza en nosotros mismos. El indicador más fiable de que
hemos conquistado la madurez emocional es que estamos agradecidos por todo lo
que hemos recibido de nuestros padres. O, mejor dicho, por el aprendizaje
derivado de cómo se han relacionado con nosotros. Es cierto que hay hijos que
han heredado falta de afecto, malos tratos e incluso deudas. Sin embargo, el
viaje de la emancipación implica comprender que en cada problema o
adversidad se esconde un aprendizaje oculto, que es precisamente el que necesitamos para conocernos y saber
verdaderamente para qué estamos aquí.
Al comprender y perdonar los errores de nuestros padres, nos liberamos de
ellos. A partir de
entonces, al mirar hacia atrás solo vemos gratitud. Y cada vez que caminamos hacia delante, nuestro
corazón se llena de confianza. El primer paso para transitar esta senda
consiste en cuestionar la manera en la que hemos interpretado nuestra historia
familiar. Y seguir cuestionándola hasta que consigamos poner en orden el lugar de dónde
venimos, aceptando, valorando y agradeciendo de corazón las monedas que en su
día nos entregaron.
ENCONTRAR LA PAZ
LIBRO
– ‘¿Dónde están las monedas?’, de Joan Garriga (Ridgen Gestalt). Un cuento que
trata sobre las causas y las consecuencias que tiene no estar en paz con
nuestros padres. Y que profundiza sobre la solución que nos permite resolver
este problema.
PELÍCULA
– ‘Las vírgenes suicidas’, de Sofia Coppola. Una adolescente intenta suicidarse. Y su padre, movido
por su miedo y su ignorancia, termina encerrando a sus cinco hijas en su propia
casa, provocando que su mayor temor se haga finalmente realidad.
– ‘Father and son’, de Cat Stevens. La letra de esta conmovedora canción es una
conversación entre un padre y un hijo que no consiguen ponerse de acuerdo, pero
a pesar de ello siguen unidos y conectados.
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