Imagina que tu celebridad preferida te da un beso
apasionado, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar y en qué momento preferirías
recibirlo? Esa fue la pregunta que les
formuló a sus alumnos George Lowenstein,
profesor de la Carnegie Mellon University y les dio las opciones de
escoger en las próximas tres horas, un día, tres días, un año y diez años (sí,
bueno, ya sabemos que más de uno se negaría a pagar pero también sabemos cómo
son los estudios en psicología social…). Los estudiantes estaban dispuestos a
pagar mayor cantidad de dinero por el beso si este se produjera en el tercer
día. ¿Por qué? Muy sencillo: porque es el tiempo suficiente para que no resulte una “espera
eterna”, cambiar de opinión o aburrirse en el intento; y nos da un
margen de maniobra para disfrutar del evento durante las siguientes 72 horas.
Es decir, la anticipación de algo deseado
nos aporta felicidad.
Traslademos esta conclusión al mundo de las
vacaciones, para muchos ya olvidadas. Hay “viajeros profesionales” que
disfrutan de tres etapas: cuando las preparan, cuando las viven y cuando las
recuerdan. Y como demuestra la ciencia y el sentido común, una vez más, a veces
resulta más emocionante la primera fase, llena de optimismo y de posibilidades,
que incluso la propia realidad. O si no, ¿cuántas veces hemos disfrutado más de
preparar una fiesta que luego de sufrir el peso de ser un buen anfitrión? ¿O cuánto
nos hemos ilusionado con nuestras vacaciones y no tanto con el sabor de las
mismas? (Y si no, pensemos en que el índice de separaciones se incrementa un
30% después de nuestro anhelado descanso estival).
Todo lo anterior se relaciona con el día preferido
de la semana. El
primero es el sábado, el segundo el viernes y el tercero el domingo.
Nos gustan más los viernes antes que los domingos, a pesar de que los primeros
son días de trabajo y los segundos solemos tenerlos libres. Esta preferencia no
se debe a que prefiramos trabajar a descansar. En absoluto. Se debe a que el viernes nos permite anticiparnos a algo muy positivo,
el fin de semana, mientras que la anticipación del domingo se refiere a una
semana de trabajo. Ya lo hemos comentado en otras ocasiones, las imágenes
que creamos de nuestro propio futuro condicionan nuestro presente. A
veces se piensa que el éxito está en la consecución de determinadas metas, pero en lo que se refiere a la felicidad es más importante el
camino que el destino. Por ello, si finalmente no se alcanzan
las expectativas que pensábamos, tampoco hemos de frustrarnos. El objetivo ya
está cumplido: hemos ido disfrutando de los detalles, de los sueños y de lo que
creíamos que podíamos lograr.
Así pues, si nuestra mente disfruta anticipando
cosas positivas, alimentémoslo ahora que las vacaciones de verano han
terminado. Pongamos energía en imaginar acontecimientos futuros que nos gustan
o, incluso, en planificar proyectos de trabajos, viajes a lugares que nos
apetezcan o visitas a personas que hace tiempo que no veamos. Puede parecer procrastinar, pero en el fondo es anticipar un suceso que nos
da un disfrute a nuestra mente. De hecho, Tali Sharot, investigadora de London’s Global
University, ha demostrado que el aumento de la felicidad se percibe a lo largo
de una media de ocho semanas previas a las vacaciones. Si es así, tenemos
tiempo para ir acariciando nuevas ideas que nos hagan más felices en el
comienzo del otoño.
Fórmula:
Nuestra mente disfruta anticipando cosas positivas.
Recetas:
Lista todos los acontecimientos positivos que vas a vivir en las próximas ocho semanas,
desde encuentros a posibles proyectos o viajes.
Dedica tiempo a los detalles, a planificarlos con cuidado y ve revisándolos
mientras se acerca la fecha. No te contentes con hacerlo solo una vez.
Y cuando se produzca el evento si no se ajusta a tus expectativas, tampoco
sufras en exceso… El objetivo ya está cumplido si durante todo ese
tiempo te ha permite disfrutar.
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