—Una cultura basada sólo en los
derechos individuales no lleva a la armonía personal ni colectiva, porque quien es
educado en la convicción de que tiene derecho a todo siempre encuentra motivos
para la queja.
—¿Y no es así?
—Al contrario: Si vives convencido de que tienes todos los
derechos, crees que la única razón de tu insatisfacción es que alguien no te
los ha dado. Y de ese modo pierdes la oportunidad de tener
responsabilidades. Y, por ello, eres desgraciado, porque pierdes el control
sobre tu propia existencia.
—¿Por qué?
—Porque si sólo crees tener derechos, la causa de tu
insatisfacción no está en ti mismo, sino en los demás, en algo que otros no te
dan. Y,
al pensar así, te conviertes en un niño mimado y dependiente al que por mucho
que se le dé todo, siempre le faltará algo.
—¿La cultura de los derechos es
también la de la queja y la insatisfacción?
—Exactamente. Por eso Occidente siempre se queja y por
eso ustedes siempre están insatisfechos por mucho que tengan.
—Ahora tal vez tengamos motivos.
—Todo está relacionado. La cultura de
la queja es la razón de la decadencia de Occidente. Porque, además de
insatisfechos, esa
cultura de los derechos individuales sin ninguna responsabilidad social también
los hace a ustedes egoístas e improductivos.
—También esa
cultura nos hacía —hasta ahora— más prósperos que nadie.
—El tiempo ha puesto las cosas en su
sitio y cuando, por fin, en la
India y Asia nos hemos liberado de su colonialismo, nuestro
sentido de la responsabilidad nos ha permitido volver a ser prósperos.
—¿Cómo?
—La India y toda Asia y sus sociedades colectivistas
están basadas en el sentido del deber hacia los demás: El pueblo, la familia,
la sociedad. Por eso ahora ya estamos compitiendo con ustedes en el terreno
económico.
—No sé si veo
la relación...
—Una sociedad como la occidental, basada en la continua
reclamación de derechos, los condena a la queja. Y los culpables siempre son
los demás: El Estado, el empresario, tu familia, los políticos, el municipio...
Pero lo peor es que, de ese modo, dejas la responsabilidad de tu vida a alguien
que no eres tú. Tú deberías ser, en cambio, quien decidiera sobre tu propia
satisfacción.
—¿Cómo
recuperas la iniciativa?
—Dando. Basando tu vida en las
obligaciones y las responsabilidades. Eso volvería a hacerlos más productivos a
ustedes los occidentales. Porque, para que te den algo que crees merecer, sólo
tienes que ser lo suficiente insistente y hasta quejica, y tal vez te lo acaben
dando. Pero
para poder dar algo a los demás, antes tienes que haberlo producido y creado, y
después ser generoso.
—Dar no es la
cultura imperante aquí.
—Si fundas tu existencia en la responsabilidad y la
generosidad de dar, recuperas el control sobre tu propia existencia.
Porque dar depende sólo de ti; recibir te pone a merced de los demás. Si fundas
tu familia sólo para recibir amor y derechos, nunca obtendrás bastante y
acabarás abandonándola.
—¿Por qué?
—Porque el único modo de lograr tener
una familia duradera es vivir para dárselo todo. Mi única mujer y yo llevamos
58 años casados... Y felices. Porque nunca pensamos en lo que nos debe el otro,
sino en lo que podemos darle a él y a nuestros hijos. El día en que piensas más en lo que recibes
que en lo que das, la familia deja de tener ningún sentido. Nunca te dará
bastante.
—¿Esa actitud
requiere tener religión?
—Es universal y eterna en el ser
humano que se conoce. Las civilizaciones que progresan están fundadas en la
generosidad, en personas que trabajan, crean y dan a los demás.
—Adam Smith
creía que los egoísmos individuales arbitrados en mercados eficientes crean
prosperidad colectiva.
—Ese tipo de actividad puede darte
prosperidad, pero no paz interior. No es que la prosperidad sea mala en sí, pero si no va acompañada
de crecimiento interior, no satisface a nadie. Al contrario, esa
hiperactividad te estresa, y te vuelve engreído e intratable.
—¿Por qué?
—Porque el único placer real que da
ganar algo es poder compartirlo. Lo descubre el Vedanta desde hace milenios. Y
de él bebieron Platón, Sócrates, Jesucristo y Mahoma. Y miles de maestros de
todas las culturas.
—¿En qué
consiste?
—No hace falta una fe ciega ni
ascetismo ni grandes revelaciones. Llegará a esa verdad por su propio sentido
común. No se
trata de ser santo, sino simplemente sensato.
—¿Disciplina
mental?
Madurez. Y no me refiero a la acumulación de
conocimiento, sino a sabiduría vital. El placer, por ejemplo, lleva
aparejado el desplacer. Si usted bebe por placer, acabará sufriendo por la
bebida, a menos que aprenda a controlar su deseo —es la neutralización— y
madure hasta descubrir que beber menos es la mejor forma de disfrutarlo más.
—También depende de con quién
bebas.
La
causa de una relación mala no está en el otro, sino en tu propia actitud. El defecto no
está en el amigo, el coche, la casa, la esposa..., sino en ti mismo, en tu
actitud hacia ellos. Todo conflicto de relación es una oportunidad para
estudiarte y corregirte. Antes de quejarse de los demás, estúdiese y verá que
el problema está en usted.
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