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Anciano indio
norteamericano
Escuchamos poco, y observamos menos. Esa es mi
sensación. Salvo honrosas excepciones, personas que de verdad están atentas a
lo que sucede, pareciera que la humanidad va cada vez más acelerada tras tuits,
titulares, estímulos breves e intensos, continuos, que caducan rápidamente. Mucha
intensidad, poca profundidad.
Es cierto, tal
y como decía el anciano indio norteamericano, que podemos aprender lo que
realmente importa observando y escuchando, si lo hacemos bien, a consciencia.
La diferencia
entre oír y escuchar puede marcar, incluso en un acto en apariencia
intrascendente, una enorme diferencia en el resultado final, tal y como nos
muestra en esta breve fábula:
“El herrero del pueblo contrató a un aprendiz dispuesto a
trabajar duro por poco dinero. El muchacho era joven, alto y muy fuerte, aunque
un poco despistado. Era obediente y hacía las tareas que le encomendaban, pero
se equivocaba a menudo y tenía que repetirlas porque prestaba muy poca atención
a las instrucciones que el herrero le daba.
Al herrero esto le molestaba un poco, pero pensaba:
- Lo que yo quiero no es que me escuche cuando le doy una
explicación, sino que acabe haciendo el trabajo y que me cueste muy poco dinero.
Un día, el herrero dijo al muchacho:
- Cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque;
y cuando te haga una señal con la cabeza, golpéala con todas tus fuerzas con el
martillo’.
El muchacho se
limitó a hacer exactamente lo que había entendido, lo que creía que el herrero
le había dicho. Y ese día el pueblo se quedó sin herrero, fallecido por
accidente a causa de un espectacular martillazo en la cabeza…”.
Es lo que
tiene oír sin escuchar.
Luego vale la pena estar atento y saber escuchar, a nosotros
mismos y a los demás.
Besos y
abrazos,
Álex
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