La
simpatía es una agradable cualidad humana. Estamos bien y lo pasamos bien
rodeados de gente simpática. Podríamos pues –si nos lo proponemos- intentar ser
más simpáticos con los demás, y quizás nos podría ir mejor en algunas de
nuestras relaciones. Pero no es este el sentido de este artículo ni la simpatía
que propongo practicar.
Para
explorar mi sugerencia apelo no a la definición de simpatía como cualidad
humana si no a la definición de simpatía como reacción física, y
que literalmente dice:
“es la relación entre dos cuerpos o sistemas por la que la acción de uno
induce el mismo comportamiento en el otro”.
La
simpatía es por tanto en la física la capacidad de provocar una respuesta en el
otro de manera automática e inmediata. Si una cuerda vibra, la de al lado
vibrará por simpatía. Inevitablemente. Y en la misma onda.
La
simpatía “cualidad humana” la podemos fingir, la podemos modelar,
podemos esforzarnos por ser simpáticos. Y podemos pasarnos de la raya (quien no
recuerda alguna empalagosa velada con el simpático de turno) o que se note
claramente artificial.
La simpatía “reacción física” no se puede provocar
artificialmente. Simplemente pasa, y por eso siempre es auténtica.
Esto
significa que desde la visión física de la simpatía estamos en disposición de
provocar reacciones en los demás. De provocar actitudes y comportamientos en
una determinada dirección. Y esta es la simpatía que propongo practicar. Pero
para que funcione debemos hacerlo necesariamente desde nuestra autenticidad
y nuestra sinceridad, no desde la intención artificial.
Si
vibramos a una onda positiva de forma natural, los demás vibrarán a esa misma
onda positiva por simpatía, y
estaremos generando un espacio de convivencia mejor.
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