Libros superventas,
revistas, películas, toda una industria del erotismo resurge para retratar
viejas pulsiones
La aparición de un libro como 50 sombras de Grey ha puesto relato y
acción a lo que solemos llamar fantasías ocultas, aunque de paso ha evidenciado
que existe una sensibilidad muy despierta a la vida erotizada, a la “mente porno”,
a la entronización del sexo como mero divertimento o como un ansiolítico eficaz
ante tanta tristeza. La sociedad se está recalentando a base de convertir la
carnalidad y sus posibilidades en objeto de deseo, de placer, de fin en sí
misma.
Aunque seguimos realizando
conductas atávicas disfrazadas de modernidad, la manera de hacerlo más abierta,
despreocupada de prejuicios, más desvergonzada y transgresora, no está exenta
de sus luces y sus sombras. Lo que importa ahora no es el juicio moral sobre
una conducta erótica, sino retratarla, relatarla e incluso convertirla en
debate televisivo. Algo está cambiando: lo privado parece hacerse público, y
lo público, privado.
“El erotismo empieza allí donde acaba
el animal” (Georges
Bataille)
Tener una adscripción religiosa
o política se mantiene hoy en lo oculto, en lo que se dice con la boca pequeña,
mientras que conductas sexuales se exhiben públicamente, como vimos, por
ejemplo, en los últimos sanfermines. Menudo revuelo aquella muestra de testosterona
empapada en calimocho. Desbocar ante los demás nuestras hormonas empieza a
convertirse en un rito más de nuestra cultura. Antes se hablaba de “vicios
privados y públicas virtudes”. Hoy, esa misma incongruencia ha
cambiado las tornas: los vicios se practican en público (añadamos también la
corrupción) y las virtudes se suponen de puertas adentro. Quizá merezca la pena una observación sobre
los límites y confusiones de nuestros estados pulsionales.
Aunque pueda parecer que
hablamos de lo mismo, lo cierto es que entre el sexo y el erotismo se esconde
el deseo más que el placer. La sexualidad atribuye su mayor función a la
reproducción, mientras que lo erótico se destina al incremento y la
sostenibilidad del deseo. ¿Para qué tanta escenografía si todo se limitara a un
orgasmo? Nos gusta disfrutar del deseo, del que sentimos y del que provocamos.
Es un juego, al menos entre dos, del que importa más el proceso que el
resultado final. El erotismo, pues, es cultural.
¿A
qué jugamos hoy?. A los gerundios ingleses: dogging,
encuentros acordados entre desconocidos en un bosque o un parque; el pegging,
penetración por parte de la mujer a su pareja; el bluetoothing, activar el
bluetooth del móvil y establecer contacto con otros para tener un encuentro
sexual; el petting
o estimulación a través de besos, abrazos y roces sin llegar a la penetración,
o el sexting,
mandar mensajes de texto y fotografías eróticas a través del móvil. Lo privado se
hace cada vez más público y en público.
Las prácticas más atrevidas, el
erotismo más elaborado y las perversiones más ocultas parecían terreno de los
profesionales de la pornografía, que tenían como única función la excitación
inmediata del voyeur. Sin embargo, hoy los protagonistas pueden ser nuestros
vecinos. Hoy se prefiere más experimentar que ver en los otros. Y puestos a
hacerlo, los límites de una mente porno son insaciables. Aquello que antes era
vicio y sordidez, se ha convertido ahora en divertimento, en moda y en el suculento
negocio del deseo.
Ocurre algo paradójico con el
deseo. Sartre lo expresó sabiamente: “El placer es la
muerte y el fracaso del deseo”. Todo deseo alimentado por la
fascinación erótica está condenado a morir en el mismo instante en que logra su
fin. Se entiende así que toda la industria dedicada al erotismo, toda inversión
en imaginar escenarios placenteros, con sus costes añadidos, acabará en el
vacío de la saciedad. Y a veces dura apenas un instante, un suspiro.
“No deseamos las cosas porque son
buenas, sino que son buenas porque las deseamos" (Spinoza)
Cabe preguntarse: ¿hasta qué
punto estamos dispuestos a invertir tiempo, energía y creatividad en el
placer?, ¿qué espacio ocupa en nuestra existencia?, ¿qué lo motiva, cuál su
propósito?, ¿qué calidad tiene?, ¿qué falta está llenando ese placer?, ¿se ha
convertido en un fin en sí mismo? Lo erótico puede ser motivo de encuentro y también causa
de adicción. ¿Cómo apreciar la diferencia?
En el sexo ocurre algo
inquietante: el otro, ese sujeto al que amamos, lo convertimos en objeto de
nuestro placer. Por mucho que veamos su alma, necesitamos de su cuerpo para
satisfacernos. Cuando
no hay confusión, ese tránsito entre el sujeto y la objetivización del cuerpo
cumple un propósito mayor, que es el goce compartido.
Sin embargo, algunas personas
quedan atrapadas en la eterna disposición del cuerpo del otro. No se relacionan
con un ser humano, sino con un órgano que les produce placer, con un
instrumento corpóreo, con un erotismo que se convierte en un todo, para luego
desechar al sujeto porque se ha convertido en una nada. Menuda deshumanización y menuda visión del
placer: apropiarse del otro como una cosa.
La solución, empero, no es
condenar el sexo. Tampoco acercarse a él angelical o demoniacamente. A menudo
es difícil evaluar cuánto hay de naturaleza y cuánto de cultura en nuestras
prácticas sexuales. No obstante, hay condiciones a tener en cuenta además del
consentimiento mutuo. Lo privado, por ejemplo, se apareja muchas veces con lo
íntimo. Mal andará una sociedad cuando necesita airear lo íntimo para
satisfacerse.
Podemos disfrutar del desear
sin convertir al otro en mero objeto. Y en eso, uno debe aprender a respetarse,
a hacerse digno a la hora de disponer de su corporalidad. Hay que evitar esa
sensación de mercadeo de carnes. Un cuerpo no deja de ser el templo que nos sostiene.
Hay algo en el placer que
debemos saber: su
carácter efímero e insustancial. Quizá por ello pretendemos que perdure, que
sea extático. Y por ello repetimos una y mil veces. El deseo es un
maestro: cuando
nos entregamos a él sin culpabilidad, vergüenza o apego, puede mostrarnos algo
especial acerca de nuestra propia mente que nos permitirá abrazar la vida por
completo. Es ascender por la belleza de las formas hacia la belleza
sin formas que se identifica con la verdad y el bien. Por eso los caminos tántricos
están tan de moda. Buscamos trascender a través del cuerpo. El resto es mero
polvo.
HABLEMOS
DE SEXO
Libros
– ‘El deseo esencial’, de Xavier
Melloni. Sal Terrae.
– ‘Abiertos al deseo’, de Mark Epstein.
Neo-Person.
– ‘Ni el sexo ni la muerte’, de
André Comte-Sponville. Paidós.
Película
– ‘No mires para abajo’, de Eliseo
Subiela (Argentina, 2008).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada