Del primer amor,
de la juventud, de un viaje irrepetible. La nostalgia es un recuerdo agridulce
que nos puede anclar en el pasado pero que, si se dosifica, puede ser positiva
Una canción
despierta el recuerdo de un amor del pasado; el olor de un bizcocho transporta
a la infancia porque recuerda a los que preparaba la abuela; un grupo de
jóvenes sonrientes con mochilas a punto de subirse a un tren evoca la
despreocupación y la alegría de la juventud… La nostalgia es una felicidad
triste. Se
recuerda el gozo del pasado, pero duele saber que todas esas experiencias ya no
pueden volver.
“Por eso es el dolor de la memoria. Lo perdido parece
inolvidable, único e irrepetible –explica Manuel Fernández Blanco, psicoanalista y
psicólogo clínico–. Se tiene nostalgia por algo que crees que te hizo feliz,
que crees que te hacía estar completo, que parece perfecto”.
La palabra
nostalgia deriva del griego nostos (hogar) y algos (dolor). Fue creada a
finales del siglo XVII por el médico suizo Johannes
Hofer para describir el estado de ánimo de los soldados suizos que luchaban
fuera de su país, que sentían una “tristeza
originada por el deseo de volver a su casa”. Hay muchos motivos
para la nostalgia: la que siente el emigrante por su tierra de origen; la que
se anhela por una infancia que se recuerda maravillosa y libre de problemas; la
del vigor y el optimismo de la juventud, cuando todo estaba por hacer; la
nostalgia del primer novio o la primera novia, con quien se descubrió el amor y
el sexo; la de una forma de vivir que ya no volverá; la nostalgia por los
viejos amigos… Aunque la nostalgia también puede ser colectiva, como la que se
siente por el pasado esplendoroso de un país o por los lejanos éxitos de un
equipo de fútbol.
Cuando se mira
por el retrovisor, algunos episodios de antaño parecen perfectos. Una especie
de paraíso perdido. “Es un paraíso que se siente como perdido
pero que, en realidad, nunca se ha tenido”, señala Manuel Fernández Blanco. Ese pasado fue
bonito, emocionante y especial, aunque quizás no tanto como nos hace ver la
nostalgia. “Esta nos hace recordar un pasado
idealizado. Hay tan pocos momentos de felicidad en la vida que casi podemos
recordarlos todos. Y por eso los idealizamos”.
Así que
estamos ante un sentimiento tramposo, porque no hay más paraísos que los que se
inventa nuestra memoria. Rafael Euba,
psiquiatra afincado en Londres, coincide en que, con la nostalgia, “se recuerda un pasado que parece mejor de lo que fue”.
Al volver la vista atrás, se olvidan los motivos que llevaron a la ruptura con
aquella pareja que tanto se echa de menos, no se recuerda que en la infancia no
todo es jugar en el recreo y se omite que los buenos tiempos también tuvieron
sus espinas. “La nostalgia se compone de brochazos muy
simples que nos impiden ver el pasado con exactitud”.
Y no es lo
mismo dejarse llevar de vez en cuando por la nostalgia que vivir esclavizado
por ella. “El problema es si te anclas en el pasado”,
afirma Rafael Euba. Nadie está libre
de sentir nostalgia en alguna ocasión. Pero es muy diferente recordar con
añoranza la juventud una tarde de domingo que ser infeliz en la vejez porque se
recuerda la juventud como el paraíso que no volverá. Es muy diferente echar de menos el pasado
de vez en cuando que vivir instalado en él. Como explica el
psicoanalista Cecilio Paniagua, las
personas con tendencia a la nostalgia “suelen tener
problemas para adaptarse a su presente”. Además, señala Manuel
Fernández Blanco, el problema no sólo es idealizar el pasado, sino, sobre todo,
“creer que no se va a encontrar en el futuro nada similar
a lo que se echa de menos”.
Esta especie
de melancolía que impide vivir el presente y encarar el futuro es excesiva
porque no nos gusta ni el hoy ni el mañana. “La nostalgia es muy atractiva –considera Rafael Euba–
porque el pasado tiene una pureza y una candidez que ni el presente ni el
futuro poseen. El pasado no crea ansiedad. Y el presente y el futuro siempre
crean ansiedad; esa es la razón de que aparezca la nostalgia”. Se
siente mucha añoranza de un amor cuando en el presente se carece de él. Se
siente mucha nostalgia de un pasado libre de preocupaciones cuando las actuales
aprietan demasiado. El sentimiento nos asalta al rememorar los viajes de
juventud cuando ahora la rutina no tiene compasión. “La
nostalgia excesiva casi siempre aparece cuando el presente es desagradable y el
futuro es amenazante –comenta Rafael Euba¬. Yo trabajo con personas
mayores. Viven en un entorno muy diferente al de su pasado y tienen
enfermedades y problemas que no sufrían cuando eran jóvenes. La nostalgia por
la juventud quizá sea una de las más frecuentes e intensas”. Porque,
además, tiene que ver con muchas cosas que se hacen por primera vez: el primer
beso, el primer viaje, casarse… “Las primeras
grandes vivencias dejan una huella emocional muy profunda”,
ilustra.
Realmente,
¿qué echamos de menos de nuestro pasado? Como ha escrito Alan R. Hirsch, psiquiatra y profesor del Centro Médico de la
Universidad Rush de Chicago (EE.UU.), “la nostalgia,
más que relacionada con un recuerdo específico, lo está con un estado emocional”.
No se añora una tarde de la infancia en concreto o la infancia en sí, sino la
inocencia y la alegría con la que se vivía de niño. Se añoran las emociones
positivas, aunque idealizadas, asociadas a la niñez. Este psiquiatra también ha
estudiado por qué los olores tienen el poder de despertarnos recuerdos
nostálgicos. “La
información olfatoria va a parar directamente al sistema límbico, el área del
cerebro en la que residen las emociones. Por
eso, un olor nos conecta inmediatamente con una emoción del pasado”.
Cuanta más
energía dedicamos al pasado, menos tenemos para el presente y el futuro. Pero
¿la nostalgia puede aportarnos algo positivo? ¿O se trata simplemente de un
inútil paseo por el ayer? “Si hipoteca tu
presente o tu futuro es negativa –señala Rafael Euba–, aunque si te permite
encontrar un refugio momentáneo a las inclemencias del presente, puede ser
útil”. Un oasis en el que reponer fuerzas para regresar al ahora
con algo más de vigor. “Como dicen en Estados Unidos: lo que te ayuda a través
de la noche, bienvenido sea”.
Otro aspecto
positivo de la nostalgia es que desempeña un papel importante en nuestra
identidad. “Nos
ayuda a elevar la autoestima –apunta Cecilio Paniagua–. Los recuerdos de un pasado idealizado nos permiten sentir que nuestra
identidad es bella y valiosa, que el pasado valió la pena. Y esto es una
necesidad psicológica fundamental. Decía Aliosha, un personaje de la novela Los
hermanos Karamazov, de Dostoievski, que lo mejor que podemos proporcionarle a
un niño son recuerdos sagrados de su infancia”. Lo importante,
explica Cecilio Paniagua, es
dosificar la añoranza de algo. “Que no sea
excesiva, porque nos haría sufrir demasiado”.
En un
experimento, científicos de la Universidad de Southampton (Reino Unido)
pidieron a un grupo de jóvenes que recordaran su pasado. Los que evocaron
recuerdos nostálgicos se sentían más felices al finalizar el experimento que
quienes recordaron aspectos de su pasado que no les emocionaron. Los autores
del estudio afirman que “la nostalgia
conlleva sentimientos positivos, aumenta la autoestima, fomenta las relaciones
sociales y alivia la angustia existencial”. Además, el 80% de
los participantes en el estudio dijo sentirla como mínimo una vez a la semana.
Mientras que el 16% afirmó sentirla a diario. Así que no se trata de un refugio
exclusivo de las personas mayores.
Y, en estos
tiempos de incertidumbre, ¿la nostalgia es un valor en alza? Sí, en opinión de Rosalía Baena, investigadora del
proyecto Cultura emocional e identidad, de la Universidad de Navarra. “Yo creo que
está en alza, quizás debido a la crisis económica y a la crisis de identidad
cultural y de valores personales propios de esta época de posmodernidad, en la
que no hay nada seguro. La nostalgia
–apunta– te da una seguridad de la que careces”. Y,
curiosamente, su proyecto está financiado en parte por una compañía de seguros.
La nostalgia como refugio seguro es un fenómeno sobre el que ha escrito Frank Furedi, sociólogo de la
Universidad de Kent (Reino Unido). Para este investigador, “la creciente
inclinación por la nostalgia entre los adultos es un síntoma de la profunda
inseguridad que se siente hacia el futuro”.
Según Rosalía
Baena, el gusto por la nostalgia hace que triunfen series como Mad men
(ambientada en el glamuroso mundo de la publicidad del Nueva York de los
sesenta). “En
el Reino Unido está teniendo muchísimo éxito la serie Downton Abbey, sobre la
aristocracia de inicios del siglo XX. Es un éxito de masas porque evoca un
pasado esplendoroso”. Y, en la actualidad, también triunfan
musicales como Grease, que es rizar el rizo de la nostalgia, porque la película
se rodó a finales de los setenta (pero ambientada a finales de los cincuenta).
Sin olvidar que el marketing está aprovechando muy bien la gallina de los
huevos de oro de la nostalgia, resucitando a mitos como Bruce Lee para vender
coches (el famoso “be water, my friend”) y así tocar nuestra fibra sensible y
nuestro bolsillo. Y hay aplicaciones como Instagram que permiten dar un toque
melancólico a nuestras fotografías.
Rosalía Baena
considera que “otra
de las razones por las que la nostalgia está de moda es que vivimos en una
sociedad que privilegia las emociones y en la que falta mucha identidad, y la
nostalgia te da identidad y emociones. Además, antes la emocionalidad se veía
como algo infantil, pero ahora ya no”. Quizás por eso tienen tanto
éxito la página web y la página de Facebook Yo fui a EGB. En ellas se recuerdan
iconos de los setenta, los ochenta y los noventa, cuando existía la Educación
General Básica y triunfaban Verano azul, Pippi Calzaslargas o Barrio Sésamo. “Todo empezó con
un grupo de Facebook –explica Javier Ikaz, uno de los dos creadores de esta
iniciativa–. Colgábamos fotografías de objetos o películas de aquellos años. En
poco tiempo llegamos a los 10.000 seguidores. Ahora tenemos más de 500.000
seguidores en Facebook, y en la web hay unos 40.000 visitas al día”.
Un auténtico santuario de la nostalgia. “Creo que parte del éxito se debe a la negatividad que se
vive con la crisis. Nos llegan muchos mensajes de personas que nos dicen que
después de un día muy duro les encanta huir al pasado, a una época en la que no
tenían responsabilidades”.
Quizás no haya
que sentirse culpable por dejarse llevar, pero mejor sólo de vez en cuando, por
los cantos de sirena de la añoranza. Como apunta Cecilio Paniagua, “esta no aparece
de forma voluntaria. No somos dueños de lo que sentimos”. Pero sí de lo que hacemos. Así que, para
vacunarse contra la nostalgia excesiva, Manuel Fernández Blanco recomienda una
receta muy clara:
“Dejar de
idealizar el pasado. Si una persona se instala en él –concluye–, anula su
presente e hipoteca su futuro. Y no todo era perfecto en los viejos tiempos”
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