—Yo no soy una mujer guapa.
—No es verdad.
—No lo soy, pero antes los hombres me
miraban. Y de joven me habían molestado muchísimo esas miradas de los tíos
cuando me levantaba o me sentaba siempre tratando de fisgar bajo mi falda...
—Es que hay tipos muy
desagradables...
—...Y de repente, un día, dejaron de
mirarme. Primero en Francia, en las grandes ciudades; luego, tampoco me miraban
en los pueblos y luego ni en Italia... Y al final ni siquiera en Nápoles se
fijaban en mí.
—¿Y eso le molestó?
—De repente, me miré a mí misma con los ojos de un hombre
que te mira. Y me di cuenta de que tenía cuarenta años.
—¿Por qué le molesta que no la
miren?
—No me molesta a mí. Sólo le molesta
a esa parte de mujer en mí que vive de las miradas de los hombres.
—A las feministas no les gustará
eso.
—Me preocupa más estar de acuerdo
conmigo misma que con las feministas. Lo que recomiendo a las mujeres es que
lleguen a los cuarenta embarazadas o con un bebé.
—¿Por qué?
—Porque al cuidar al niño, te reencuentras con tu propia
infancia, cuando lo importante era lo pequeño y cotidiano, lo inmediato y
obvio, y así te olvidas de esa aceleración de tu propio tiempo que te obliga a
recordar la falta de miradas de los hombres.
—¿Y qué nos recomienda a los
hombres?
—Los hombres —es una injusticia— no
empeoran necesariamente con la edad. Hay muchos que mejoran con los años en
conjunto. Su descenso hormonal no se manifiesta en carencias y saltos... Es un
suave descenso.
—¡¡¡Arderá usted en la pira
feminista!!!
—Soy mujer. En la mujer, fertilidad e
infertilidad son tan evidentes y proclamadas que cualquier perro macho podría
evaluar en qué punto del ciclo está una mujer fecunda.
—¿Y cómo las percibe la propia
mujer?
—El tiempo modifica, sobre todo, la
percepción del tiempo. Para las niñas, el tiempo es, como el espacio,
inacabable, inmenso y lento, hasta hacernos sentir tan pequeñitas...
—¿Y después?
—Vas creciendo entre tu tiempo interior y el del universo.
Creces, y de adolescente no sientes tu tiempo inacabable como el de niña. A los
20, el tiempo te arrastra: Te lleva donde quiere; hasta que a los 30 coinciden
de repente tu tiempo interior y el exterior.
—¿Una coincidencia biológica?
—Tu tiempo se va acelerando y a los 40
se desboca, pero puedes frenarlo si tienes un hijo, por eso, las embarazadas
que te parecían mujeres empiezan a parecerte niñas. Porque, hasta los 40,
la vida te lleva como una gran fuerza dentro de ti. Después eres tú la que
trata de meterse en esa fuerza.
—¿En qué tiempo está usted ahora?
—... Más allá de los 45 descubres, como yo
ahora, que tu cuerpo ya va por libre: Avanza por su cuenta hacia territorios
desconocidos...
—¿Y después...?
—Está la menopausia: Debemos
repensarla, porque no hace tanto casi coincidía con la muerte, pero hoy nos
llega justo en la mitad de la vida. Y una parte de ti cree entonces que ha sido
abandonada por la vida.
—¿En qué sentido?
—El hombre concibe la vida como el
deseo: Un recorrido en línea recta con principio y fin; hasta le ponen nota. La
mujer es cíclica. Y su deseo lo es. Para nosotras, el deseo y la vida es una
espiral sin fin que va ampliándose. Por eso, cuando en la menopausia pierdes
ese ciclo de mujer, te desorientas y tienes que encontrarte de nuevo.
—¿Cómo se encuentra de nuevo?
—Al gozar de la inversión que hayas
hecho en los placeres sin edad: Amistad, familia, música, deporte, profesión,
la seducción del intelecto en conversación... Y el sexo, claro, vivido en
ciclos de mujer. No en línea recta.
—Defina «placeres sin edad».
—Son los que requieren esfuerzo previo,
como la música: No puedes disfrutar de tocar el piano si no lo has aprendido
con esfuerzo. Son la amistad y la inversión afectiva. Son placeres que requieren esfuerzo durante
años, pero después devuelven durante años hondas y gratificantes satisfacciones.
—Defina «inversión afectiva».
—Siento sobre todo no haber sido madre
porque no puedo ser abuela. Tengo, en cambio, el mismo compañero desde hace 26
años.
—¿El amor funciona como inversión?
—Para el hombre, sí, porque también es
llegar: Principio y final. Y hacer balance y quedar bien. La mujer es cíclica y su gran triunfo es
que su ciclo siga... aun sin ella.
—Hoy, contra los años hay cirugías.
—Tengo una foto de Liza Minnelli y sus
amigos de Hollywood: Hombres y mujeres con la misma cara estirada, brillante,
igual mueca sin gesto ni sexo: Idénticos. La cirugía plástica te roba la identidad a cambio de...
La verdad es que no te da nada a cambio.
—No te da, pero te quita arrugas.
—Te quita tu identidad. Compare a
Minnelli con una abuela de cualquier país del tercer mundo en la que cada arruga
cuenta una historia vivida... Una vida. ¿No son esas caras viejas
sin bisturí muchísimo más guapas?
—Dígaselo a Berlusconi.
—Berlusconi se opera por la misma
razón por la que simula fornicar con jovencitas: En el fondo, no le interesa ni
el sexo ni la belleza; sólo el poder, pero para tenerlo debe aparentar juventud
y sexo. Así
pierde su identidad, que es la construcción de toda una vida. Así
vende su alma.
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