—¿Por qué cree usted que tiene algo
que enseñarme? Oiga, yo no soy el Dalai Lama. Pero... ¡Ale hop!
—¡Vaya...! ¡Doble
voltereta! Veo que sigue en forma a los 55.
—Pero es que, además, las horas de
gimnasio me enseñan a vivir. Lo único que pretendo es explicar lo aprendido en
años de entrenamiento y autodisciplina y que a mí me sirven en la vida
cotidiana.
—Por
ejemplo...
—Por ejemplo, la ley del sobre
equilibrio para corregir sus defectos.
—¿Qué
defectos?
—¿No cree que habla usted demasiado e
interrumpe al otro en las entrevistas...?
—Tal vez tenga razón.
—Muy bien. Aplique un truco de
gimnasta para corregir desequilibrios. Haga lo opuesto de lo que cree lo correcto. Tiene que
practicar deliberadamente lo contrario de lo que hace. Exagere el contrario de
lo que cree virtud. Así que si usted cree que habla demasiado, ¡Cállese
del todo!
...
—De ese modo, usted tal vez crea que
está demasiado callado, pero en realidad está callado lo justo. Le sorprenderá
comprobar que nadie se queja de su silencio.
¿...?
—Pregunte sus fallos a los seres más cercanos y ¡Escúcheles!
Ellos se los dirán. Después haga planes. Dé sentido y dirección a su vida. No
hay nada ¡Nada! que se proponga usted que no pueda conseguir en diez años.
...
—Ya tiene plan. ¿Cuál es el secreto
del gimnasta? Organizar el progreso en proceso: Podemos llegar tan alto como
queramos con una escalera de caracol, pasito a pasito.
...
—La habilidad es saber convertir el trayecto hacia el gran
objetivo en pasos pequeñitos muy asequibles. Así el camino se
convierte en un rosario de éxitos. Y consigues crear una visión alcanzable y
positiva de lo deseado.
—¿Alguna
lección más del gimnasio?
—Concentración en el momento. Los grandes
maestros zen tienen oficios: Son carpinteros, cocineros, jardineros. No son
profesionales del espíritu, sino que aportan espíritu a su profesión. La absoluta
concentración en el momento les permite trascenderlo.
...
—¿Usted cree que la mayoría de la gente
busca un frenesí de placeres sin cuento?
¿...?
—¡Nooo! La gente sólo aspira a la paz
y la sencillez. Llevo 30 años escuchando ese deseo en mis seminarios. La vida
es muy compleja y todos quieren sencillez y paz. ¿Pero por qué es muy compleja?
¿...?
—Porque nos la complicamos. La mayoría de los problemas
que tenemos no suceden nunca. Consisten en temores sobre el futuro y en
arrepentimientos del pasado. «Me quedaré sin un duro...», «me abandonarán...»,
«debería haber hecho esto...» o «me equivoqué en lo otro». Nadie
vive el presente.
—Hummm.
—Y, en cambio, lo que aprendemos en el
gimnasio y debemos aplicar en la vida es concentrarnos en el momento. ¿Cómo?
¿...?
—Respirando total y profundamente... ¡No
es fácil! Se lo dice un atleta. Aprenda a relajar su cuerpo a voluntad...
Masajes...
—No siempre
tienes quien...
—¡Tú mismo! Autoanálisis y
automasaje...
—¿Automasaje?
—Los guerreros mongoles conquistaron
el mundo sabiendo automasajearse y logrando relajación total antes del combate:
Necesitaban seis horas para lograr masajear músculo a músculo. Aprenda
automasaje... Es más útil que otras cosas que cree importantes.
—Seguro.
—Así que logre concentrarse en el
momento. Aprenda
a respirar, a relajarse, a masajearse y así tomará conciencia de lo que está
viviendo en cada momento y no irá de un lado a otro con la cabeza
siempre en otra parte.
—¿Algo más?
—No sea mezquino. Dé dirección y sentido a su vida y una
conexión con los demás. ¿Sabe lo que hago cada día cuando pago el
peaje del puente de San Francisco?
¿...?
—Le pago el peaje al de atrás. Voy y
le digo al operario: «Cóbreme el mío y el de detrás». Y observo el rostro del
conductor del coche de atrás por el retrovisor... Son unas monedas...
—Un catalán
apreciaría el gesto.
—¡Pero las buenas vibraciones de ese rostro agradecido me
duran todo el día! Aquí en Barcelona he recogido algún papel del
suelo entre las miradas sorprendidas de la gente. Porque sí, porque me apetecía
hacer algo bueno. He visto después que alguien me secundaba. Son actos
egoístas, créame.
—¿Egoístas?
—Sí,
cuestan muy poco y te hacen sentir increíblemente bien.
—Bueno, ya lo
hacían los «boy scouts»...
—Claro.
—... Pero
usted cobra derechos de autor por esos consejos.
—Sí, yo no he dicho que no sean cosas
muy sencillitas sobre las que soy muy feliz escribiendo desde que entrenaba en
Stanford. Sólo aspiro a que la gente reflexione un momento sobre sus propias
vidas. No soy original.
—Yo no he dicho que lo fuera.
—¡Ja, ja! No. Pero supongo que alguien tiene que pensar y
explicar a los demás esas chorraditas que parecen tan obvias y que, sin
embargo, son tan importantes como respirar. Y vivirlas. Los niños no saben
escuchar a sus padres, pero los imitan enseguida.
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