“Se despidieron y en el
adiós ya estaba la bienvenida”, Mario Benedetti
Todos conocemos la historia. La
hemos visto repetida hasta la saciedad en incontables películas. Chica conoce
chico. Se enamoran. Se casan…y según aseguran justo antes de los títulos de
crédito, viven felices para siempre. Pero lo cierto es que el punto final de
los cuentos de hadas es el principio de la auténtica historia. Si las princesas
de Disney vivieran en el mundo de hoy, posiblemente habrían fundado un ‘club de
las primeras esposas’. Tal vez Cenicienta le lanzase a la cabeza a su príncipe
el zapato de cristal tras acabar hasta el gorro de su fetichismo por los pies.
La princesa Yasmin probablemente se escapó volando en la alfombra mágica tras
hartarse de las concubinas de Aladín, mientras Bella arguyó diferencias
irreconciliables con la Bestia a causa de su temperamento irascible y
explosivo. Eso sin olvidar a la sirenita Ariel, quien dejó plantado a su
príncipe por su inaceptable adicción a comer sushi. Al final, su matrimonio
hizo aguas.
La vida de pareja que muchos viven es la historia que nadie nos
contó.
Las estadísticas afirman que gran parte de las relaciones de pareja están
abocadas al fracaso. De hecho, hasta tres de cada cuatro matrimonios en nuestro
país terminan en divorcio. Según datos del INE en 2010, España era, junto a
Bélgica, el país de la UE con mayor tasa de ruptura. Se rompía un matrimonio
cada 3,7 minutos, lo que significa que cada día terminaban hasta 387
matrimonios. La crisis económica ha cambiado ligeramente esta situación. Muchas
parejas no cuentan con los recursos necesarios para emprender una nueva vida
por separado. Pero eso no significa que no quieran hacerlo. En cualquier
caso, decir adiós no siempre resulta fácil.
Utilizamos esta interjección a
diario, y en la mayoría de ocasiones surge como una mera fórmula de cortesía, una
coletilla al final de toda conversación. Pero hay momentos en nuestra vida en
los que esta palabra se resiste a dejar nuestros labios y resulta casi
imposible de pronunciar. No en vano, está vinculada a la pérdida, la tristeza y el dolor.
Es la expresión de una decisión tan difícil como delicada, que nos aleja de
todo lo conocido y nos obliga a transformar nuestra vida. Cinco letras que
contienen tanta emoción como poder, y cuyo significado implica “despedirnos de
alguien sin esperanza de recuperarle”. Tal vez sea el momento de
pararnos un momento y reflexionar sobre las relaciones de pareja actuales.
¿Cuándo
y cómo sabemos si ha llegado el momento de poner punto y final?
¿Cuál
es la fórmula para saber si estamos tomando la decisión correcta?
El
significado de ‘compromiso’
“Es muy difícil
encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero imposible hallarla en ninguna
otra parte”, Nicolás
Chamfort
En una relación de pareja, uno
más uno casi nunca suman dos. Desafiando todas las leyes matemáticas, el
romanticismo clásico dictamina que la suma de dos corazones da como resultado
uno solo. Como consecuencia, solemos crecer bajo la tiranía de la denominada ‘teoría de la
media naranja’. Lamentablemente, la eterna búsqueda de nuestra otra
mitad suele dejarnos exprimidos. Lo cierto es que no podemos amar verdaderamente a nadie si
primero no nos amamos a nosotros mismos. Miremos a nuestro
alrededor.
¿Cuántas
parejas resultan realmente inspiradoras?
¿Cuántas
se cuestionan su relación y siguen creciendo juntas?
Hay muchos indicadores que nos
pueden ayudar a valorar si es el momento de decir adiós. Uno de los más
importantes es la falta de comunicación. Cuando no se crean
espacios para compartir, más allá de los asuntos meramente logísticos y los
compromisos sociales, es inevitable que se imponga la distancia. Otro indicador
es nuestra
manera de enfocar la vuelta a casa tras un día de trabajo. Por lo
general, ¿nos apetece llegar y disfrutar de la compañía de nuestra pareja? ¿O
tal vez tratamos de alargar lo máximo posible nuestras tareas para evitar
regresar? El contacto
físico también resulta un buen medidor de la salud de una pareja.
Los besos, los abrazos, las caricias, la ternura y la intimidad contribuyen a
construir una complicidad sólida, que trasciende los pequeños desencuentros del
día a día. Por otra parte, vale la pena preguntarnos: ¿compartimos valores y aspiraciones
comunes con nuestra pareja? Si la respuesta es no, planteémonos:
¿qué le pasa a un equipo de remo cuyos miembros quieren ir en diferentes
direcciones?
Existen miles de razones para
mantener una relación de pareja que ya no funciona. Los hijos, la economía, el
qué dirán, la culpa, la comodidad, el recuerdo de lo que fue, el miedo a
empezar de cero, la imagen social de fracaso, el miedo a la soledad, la
dependencia…la lista es muy larga. Cada una de ellas es válida para quien la
esgrime, pero eso no evita el malestar, el conflicto y la sensación de
insatisfacción.
Si hay algo que no va bien, por mucho que tratemos de esconderlo
debajo de la alfombra terminará por hacernos tropezar. A menudo evitamos pensar
demasiado en todo aquello que nos hace cuestionarnos nuestra relación,
dejándonos arrastrar por la inercia y la rutina. Pero esta depurada táctica tan sólo provoca
que las cosas se deterioren todavía más.
Y así, llegamos al momento de
la despedida. Cada
persona tiene su particular manera de enfrentarse a un adiós. Hay
quien opta por evitarlo, desapareciendo sin más. Otros prefieren la palabra
escrita para expresar lo que sienten. Algunas despedidas se convierten en un
mar de lágrimas, y otras resultan frías, cargadas de tensión. La respuesta a un
adiós también es particular. Incomprensión, incredulidad, negación,
enfado…también hay quienes lo aceptan como algo necesario, y quienes comparten
la decisión. Si pretendemos que nuestra despedida esté a la altura de lo que
merece nuestra relación, tenemos que intentar compartir desde la honestidad, el respeto y
aplicarnos una buena dosis de autocrítica en el proceso. El afecto
no está reñido con el adiós. Tras la tormenta, llega la reflexión y el
análisis. Tenemos que empezar de nuevo, y siempre sirve aprender algo de
nuestra experiencia.
Remiendos
y costuras
“El verdadero amor no se
conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece”, Jacinto Benavente
En una relación de pareja estable y duradera, el amor no es el
único protagonista.
La voluntad juega un papel fundamental. No en vano, las relaciones son seres
vivos, que al igual que las plantas, requieren de ciertos cuidados para
sobrevivir. Aquí
es donde entra en escena el compromiso. Se alimenta de la constancia
y la paciencia, cualidades poco comunes en la actual cultura de la
hipervelocidad. En los últimos cien años las relaciones de pareja han cambiado
profundamente.
Hemos pasado de la ‘ley de aguantar’ al ‘divorcio exprés’. Y a veces
nuestra impaciencia nos juega malas pasadas. Más allá del impulso de querer
terminar con todo tras una discusión, tenemos que darnos espacio para valorar la relación en su
conjunto. Y decidir si merece la pena darle una nueva oportunidad.
En última instancia, sólo quien la vive en primera persona puede saber si
merece la pena trabajar para salvarla o si está herida de muerte. Pero si
decidimos sacarla adelante, hemos de asumir que no podemos cambiar al otro, tan
sólo a nosotros mismos.
A veces vale la pena luchar,
poner lo mejor que tenemos al servicio de la relación, y eso supone plantear
cosas incómodas. Todos cambiamos a lo largo de la vida, y hay momentos en los que hay
que trabajar para acercarse el uno al otro. Si no nos comprometemos
a cambiar y evolucionar en relación con nuestra pareja, será muy difícil que
sea sostenible a largo plazo. Podemos ver a nuestra pareja como el espejo en la
que ver reflejada la mejor versión de nosotros mismos. La base para que ello
funcione es construir
una autoestima sólida, el primer paso para poder mantener una
relación sana y sostenible. Y es que, ¿si no nos
aceptamos, respetamos y amamos a nosotros mismos, quién lo hará?
Además, resulta clave mantener nuestra confianza en el amor, que está en nuestras
manos cultivar. No sólo como sentimiento, sino como actitud.
Pero por encima de todo, si
aspiramos a que nuestra relación sobreviva el embiste del tiempo, tenemos que
hacernos responsables de nuestra propia felicidad, poniéndola al servicio de
nuestra relación. Si no, seguiremos nuestra vida repitiendo la misma
historia sentimental una y otra vez. Esto pasa por ser conscientes de que,
llegado el caso, podemos vivir sin nuestra pareja. Y supone comprender que decir adiós a
veces es necesario para poder seguir aprendiendo a amar con mayúsculas.
En
clave de coaching
¿Por qué estamos con nuestra
actual pareja?
¿Cuándo fue la última vez que
le demostramos nuestro amor sin palabras?
¿Qué pasaría si convirtiéramos
nuestros espacios de soledad en una oportunidad para conocernos mejor?
Libro
recomendado
‘El arte de amar’, de Erich
Fromm (Paidós)
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