—¿Qué es un
filósofo?
—Alguien que se compromete a pensar
bien.
—¿Y qué es
pensar bien?
—Pensar de forma correcta. De forma
lógica, clara.
—Un ejemplo.
—Yo digo: «Que luzca el sol me hace
feliz». Y el filósofo preguntará: «Que muera toda tu familia y luzca el sol, ¿Te
hará feliz?».
—Menudo
cenizo, el filósofo...
—No: Está pensando bien. En mi caso,
yo responderé: «No». Y él concluirá: «Que luzca el sol no es lo que te hace feliz, pues».
—Pensar bien.
Vale, pero... ¿Sobre qué?
—Sobre lo que sea: Ética, metafísica,
buena vida... A mí me interesa la filosofía aplicada a pensar sobre la vida
emocional, sobre nuestras actitudes ante la vida cotidiana.
—¿A qué
filósofo tiene por maestro en eso?
—A seis: Séneca, Sócrates, Epicuro, Montaigne,
Schopenhauer y Nietzsche. Cada uno de ellos me enseña algo útil para
sentirme mejor en mi vida diaria. Eso es lo que me interesa: ¡La filosofía
como medicina del alma!
—A ver: ¿De
qué puede sanarme Séneca?
—De la ira, de la rabia, de ese enfado que te
arrebata cuando sufres una frustración (es decir, cuando la inquebrantable
realidad no se acomoda a tus deseos).
—¿Y qué me
aconseja Séneca en ese caso?
—No ser tan optimista: El optimista se
enfada fácilmente. Sí: Él piensa que la realidad es mejor de lo que es ¡Y la
realidad, claro, le falla enseguida... y él, entonces, se cabrea! Conclusión,
consejo: ¡No sea usted tan optimista!
—No me diga
eso...
—Es así: Si tú, como conductor, gritas
a otro... ¡Es porque tenías expectativas demasiado altas en la pericia
conductora de los demás! Y no, hombre: ¡Acepta la idea de que la gente no conduce bien, y ya no
te cabrearás!
—Entiendo...
Rebajar expectativas.
—Haga la prueba: Salga de casa el
lunes convencido de que el autobús se retrasará, de que su jefe le regañará, de
que... ¡Todo irá mal! Prevenido por tal previsión, ¡Nada le contrariará ya... y
no se enfadará! Al revés: Si esas adversidades no se verifican, ¡Qué alegría,
qué gozo, qué afortunado se sentirá!
—¿En eso consiste el senequismo?
—Sí. Es estar preparado para todo: Para lo
bueno, lo malo y lo peor. ¡Juegue a pensar en todos los horrores que
pueden acaecerle!
—Oiga,
Alain..., usted se casa pronto, ¿No?
—Sí, el 1 de marzo. ¿Por qué?
—Oh, nada: Sólo
pensaba en que su novia puede dejarle plantado una hora antes...
—¡Ya lo he pensado, ja, ja! Y en la
luna de miel puede abandonarme por un gondolero veneciano. Ambos reímos mucho
con eso... ¡Es más saludable poner esas ideas encima de la mesa que ocultarlas
bajo la cama!
—¿Y algún
filósofo habla del matrimonio?
—«El matrimonio tiene por fin la procreación de los hijos
y no los atractivos del comercio espiritual», dice Schopenhauer, que enseña que el
matrimonio no garantiza felicidad.
—Busquémosla
en Epicuro. ¿Qué nos dice?
—Epicuro señaló al placer como la base
de la felicidad.
—Sexo, estómago,
caprichos, riqueza...
—Eso es lo que «deseas», pero ¿Es lo que «necesitas» para
ser feliz?, pregunta Epicuro.
—¿Y qué
necesito, ¡Oh Epicuro!?
—Estos cuatro placeres: Uno, buenos amigos;
dos, sentirte
libre (aunque no seas rico); tres, reflexionar (sobre las fuentes
de tus ansiedades), y, cuatro, disponer de la comida, cobijo y abrigo elementales.
—No es mal
consuelo para los que no ganamos mucho dinero...
—¡Consuelo!: Ésa es la medicina que la filosofía
proporciona para nuestra alma.
—¿Y puede consolar del dolor, de la
muerte?
—¡Vivir sin dolor es vivir como una
col!, enseña Nietzsche: No se goza de una vida plenamente humana sin asumir
sufrimiento, dolor, reveses. Extraer máximo provecho de todas las adversidades:
¡He ahí el arte de vivir!
—¿Incluye eso
a la muerte?
—Es que «ser filósofo es aprender a morir»,
escribe Montaigne.
—¿Y no sería
preferible curar la muerte?
—¿Hay cura para la condición humana?
—Pero la
muerte es dura...
—La vida entera lo es. Nos horroriza
morir porque nos damos demasiada importancia... En eso los antiguos
nos llevaban ventaja.
—¿Por qué?
—Hoy tapamos todo sufrimiento y miedo. Los
griegos, en cambio, los encaraban en ciertos rituales para dar rienda suelta a
sus pulsiones oscuras, pasiones, pánicos... La muerte es una puerta obligada para todos
y ellos no tapaban eso, sino que lo compartían.
—No sé si eso
me aliviaría mucho...
—Sí: ¡La máxima ansiedad es sentirse
solo! Por eso la filosofía y el arte ayudan: Te enseñan que otros han sentido lo mismo
que tú.
—Pues tan
insignes sabios me hacen sentirme poquita cosa, un poco acomplejado...
—«¡Mil mujerucas han llevado en el pueblo vida más
equilibrada, dulce y segura que el gran Cicerón!», dice Montaigne, que escribe sin distingos
sobre sus ideas y sus heces, sus emociones y su pene. Él enseña que bastante
meritorio es llevar una vida corriente y virtuosa. Y que ansiamos saber... pero
jamás podremos alejarnos demasiado de la locura.
—Bravo... No
me ha hablado de Sócrates...
—Sócrates nos anima al recto razonar: A sopesar todo
razonamiento por sí mismo, sin prejuicio, venga de donde venga, aunque sea
minoritario. O sea, ¡A pensar por ti mismo!
—¿Y hay algo
que yo pueda hacer para ayudar a mis hijos a pensar bien por sí mismos?
—Sí, puede hacer una cosa: ¡ámeles! Si
ellos se sienten amados, confiados, ¡Nada podrá frenarlos!: Sentirán curiosidad
por el mundo... y pensarán correctamente.
EL SABOR DE LA VIDA
“Disfruta la vida: ¡Hay mucho
tiempo para estar muerto!”, aconsejó Andersen,
y seguir esta doctrina desemboca en esta percepción de Alain: «Así como la fresa sabe a fresa, la vida sabe a
felicidad».
¡El sencillo gozo de sentirse vivo: Tal
cosa sería la felicidad! «Mi esqueleto
baila dentro de mi cuerpo cada mañana», me explica mi amigo Alejandro Jodorovsky, una imagen que me
ayuda a explicarme la felicidad. Puedo ser más modesto y ajustarme a la
doctrina formulada por un popular gimnosofista etílico: «No
estamos tan mal» (Laporta), aunque prefiero, por elevación, a Ramon Llull, primer filósofo en lengua
catalana: «Ya que existimos, ¡Alegrémonos!».
¿Cómo cristalizar esta alegría vital?
Nos guía Epicteto: «No importa lo que te pasa, sino cómo te tomas lo que te
pasa», o un autoexigente Shakespeare:
«Todo lo que sucede, conviene». Vivir
acorde con esta máxima te convierte en sabio o santo —quizá sea lo mismo—, y tu
felicidad será inexpugnable. Pero no olvido la admonición de Huxley en Un mundo feliz: Si convertimos
la felicidad en obligación, deja de ser un bien. Que nadie, pues,
lea estas entrevistas como sermones en favor de la felicidad como mandamiento,
sino como provocación, al modo de Pavese:
«El mundo es
hermoso porque hay de todo».
Yo tengo siempre presente lo que me
dijo Albert Casals, un chico
adolescente sentado en silla de ruedas a causa de un tratamiento por leucemia,
sonriendo de oreja a oreja y con el pelo teñido de azul: «¡Qué
sencillo es el mundo!». Sentencia subversiva, desmiente que el
mundo sea un lugar adverso. Así que lo dicho: Gózalo, pues este ratito en el mundo merece
la pena incluso con todas las contrariedades e hijos de puta que contiene.
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