La
mayoría de padres y madres da mucha importancia a los estudios de sus hijos y
aspira a convertirlos en jóvenes brillantes. Pero no siempre tienen claro su
papel en el aprendizaje escolar y a menudo adoptan conductas erróneas para la
educación del hijo.
En la sociedad actual se concede mucha relevancia
a la formación y a las calificaciones académicas y a menudo se relacionan la implicación y
actuación de los padres en los estudios de sus hijos con los resultados
escolares que estos obtienen. La consecuencia es que muchos padres y
madres se vuelcan en la educación de sus hijos e invierten en ella ingentes
cantidades de dinero, tiempo y emociones. Sin embargo, los resultados no
siempre son los esperados, como evidencian las elevadas tasas de fracaso
escolar. Según los expertos en educación, la ausencia de recompensa a tanto esfuerzo a menudo
tiene que ver con la desorientación de los padres sobre cuál ha de ser su papel
en el aprendizaje de los hijos, que les lleva a cometer errores que
lastran su educación.
En unos casos son conductas que no tienen que ver
específicamente con los estudios sino con el estilo educativo de la familia,
con comportamientos tan recurrentes a la hora de educar como la
sobreprotección, la falta de límites, la negatividad o los malos ejemplos,
a los que se hacía referencia en Los 12 errores más comunes de los padres,
reportaje publicado en estas mismas páginas el pasado 23 de febrero. Pero otros
fallos muy reiterados están relacionados con el desconocimiento de la respuesta
más adecuada a preguntas como: ¿han de estudiar los padres con los hijos? ¿Y
ayudarles con los deberes? ¿Preguntarles la lección? ¿Revisar y corregir los
trabajos escolares antes de que los entreguen? ¿Premiar las notas? ¿Poner
tareas extras si el maestro exige poco? ¿Buscar profesores particulares?
¿Controlar sus agendas escolares? ¿Hablar con el profesor? ¿Estimularles con
actividades extraescolares?.
A partir de sus experiencias profesionales, Joan Domènech, director del colegio Fructuós Gelabert de Barcelona; Benjamí Montenegro, del Equip
Psicológic del Desenvolupament de l’Individu, y Ángel Peralbo, responsable del área de adolescentes del centro de psicología
Álava Reyes, consideran que los desaciertos más habituales de los padres
vinculados con el aprendizaje y la educación escolar de los hijos son los
siguientes:
1. Ejercer de
maestros Son
muchos los padres que ayudan a sus hijos a hacer los deberes, que estudian con
ellos y les explican la lección, que corrigen sus trabajos. Sin embargo,
psicólogos, pedagogos y profesores coinciden en que es un error pretender ser padre y maestro a
la vez, entre otras razones porque acostumbra a provocar situaciones
conflictivas prácticamente a diario y el tiempo de estudio se convierte en una
tortura para padres e hijos. Ángel Peralbo explica que, además, "si los
niños se acostumbran desde pequeños a tener a alguien por encima de ellos para
trabajar se vuelven dependientes y en lugar de desarrollar la necesaria
proactividad en los estudios, se relajan y esperan, y acaban necesitando a alguien que les tutorice constantemente".
Benjamí Montenegro subraya que "el papel de los padres es el de auditores:
han de controlar que el trabajo esté hecho, que la letra es correcta, que se
respetan las reglas de presentación, que no se dejan cosas sin hacer, pero no
entrar en el contenido porque las tareas
escolares son para que los hagan los alumnos solos y así trabajar su autonomía".
Advierten los expertos que eso no significa que si un niño pregunta a sus
padres algo que no sabe o no entiende, no le ayuden facilitándole pistas o
herramientas para que busque la respuesta. Y en los casos de chavales que
tienen dificultades, que necesitan un refuerzo o que les vuelvan a explicar los
contenidos, su consejo es recurrir a un profesor particular o a un
psicopedagogo.
Joan Domènech cree que el papel de los
progenitores es acompañar
el aprendizaje de los hijos, pero enfatiza que hay una serie de
competencias cuya enseñanza compete a la escuela y si los padres tratan de
hacerlo, interfieren en el aprendizaje. "Los padres no tienen que enseñar a los hijos a
multiplicar ni comprarles cuadernos para practicar multiplicaciones porque eso
es cosa de la escuela; lo que compete a los padres es compartir con sus hijos situaciones cotidianas en que las operaciones matemáticas deban utilizarse, como ir a la
compra, hacer cálculos aproximativos de si tienen bastante dinero para comprar
algún artículo, etcétera".
2. Querer
Einsteins. "Un rasgo
muy habitual en las familias actuales es el afán de sobreestimular a los niños,
desde bebés, para que desarrollen rápidamente sus capacidades, y eso se traduce
en llenar la cuna de artilugios, en un abuso de los juegos didácticos, en
querer que sepan leer y escribir con cuatro años o en apuntarles a un montón de
actividades extraescolares para descubrir y potenciar su talento",
afirma Domènech. Y explica que ese afán de que sepan muchas cosas y cuanto antes mejor provoca
una sobreestimulación que, lejos de lograr una evolución cognitiva
más rápida y talentos por encima de lo normal, suele tener efectos
contraproducentes en forma de problemas de atención, de falta de concentración,
de hiperactividad…
Esta aspiración generalizada de hijos-genios
dificulta, por otra parte, que algunos padres asuman la capacidad real de sus
hijos o acepten sus limitaciones. "Abundan los casos donde el nivel de exigencia de los padres supone un listón demasiado alto
para el niño en cuestión y eso puede provocar desmotivación, crecientes
resistencias e incluso una baja autoestima que haga cada vez más difícil todo
lo relacionado con el estudio", advierte el psicólogo Ángel
Peralbo.
Benjamín Montenegro pone como ejemplo los padres
que imponen actividades extraescolares intelectuales a niños con dificultades
académicas. "Hay
niños que en el colegio tienen problemas con las lenguas y encima les apuntan a
clases extraescolares de idiomas, y otros a los que les cuestan las matemáticas
y al salir del cole han de ir a clases de música y solfeo; lo único que se consigue con eso es sobresaturar al chaval, que se
aclare aún menos y que se frustre porque no puede cubrir las expectativas que
están puestas sobre él", alerta.
3. Focalizar todo
en los estudios.
Los educadores aseguran que una frase muy reiterada entre los estudiantes es: "Mis padres sólo se interesan por mi rendimiento
escolar; lo demás no les importa nada". La queja no siempre
es objetiva, pero los psicólogos aseguran que refleja fielmente lo que ocurre
en algunas familias, en especial cuando surgen dificultades o los hijos no
obtienen los resultados académicos esperados. "Los estudios ocupan el mayor
porcentaje de las preocupaciones familiares y, por tanto, de las conversaciones
del día a día, y muchos padres hacen que
los estudios monopolicen la vida de los hijos; y si bien lo académico es la
actividad que más tiempo les ocupa y la mayor responsabilidad de los chavales, son también esenciales otras muchas facetas
de desarrollo, como los deportes, todo tipo de actividades lúdico
culturales, el ocio, los planes y las responsabilidades familiares, los amigos
y las relaciones sociales, la afectividad dentro y fuera del ámbito de la
familia…", comenta Peralbo.
4. Premiar las
notas. Un
recurso habitual de los padres para animar a los hijos a estudiar es
prometerles grandes regalos si aprueban o si sacan buenas notas. Sin embargo,
los especialistas en educación lo consideran un error. "Si buscamos estímulos de este tipo,
es que algo falla, porque el niño no debería necesitar premios externos y
materiales para disfrutar con el aprendizaje; su mejor estímulo debería ser descubrir cosas nuevas, plantearse retos
y desarrollar sus intereses", afirma el director de la
escuela Fructuós Gelabert. Los educadores consideran que las buenas notas se han de elogiar,
aplaudir e incluso celebrar, pero nunca comprar, porque se convierte
al niño en esclavo del estímulo material y, si a pesar de la recompensa
prometida no triunfa, su sensación de fracaso y su malestar es mayor porque
además de no conseguir su meta escolar se ha quedado sin regalo.
El psicólogo Benjamí Montenegro alerta
especialmente sobre los premios imposibles, como prometer a un adolescente que
ha suspendido siete asignaturas una moto si finalmente aprueba todo. "Es una
salvajada que genera frustración en el chico y que a menudo deja en entredicho
a los padres cuando el chaval se entera de que le han ofrecido el premio
después de hablar con el profesor y saber que es más que probable que repita
curso", detalla. En cambio, opina que premiar las notas puede
estar justificado en casos excepcionales "como el de un chaval disléxico sin adaptación
curricular que consigue un bien en un examen de lengua".
En relación con las notas, Montenegro destaca otro
error recurrente de los padres: valorarlas a bote pronto. "Llegan las notas y, con ellas en la
mano, empezamos a hacer valoraciones, positivas o negativas, y eso no es
correcto; hay que darse un día o dos de
reflexión, enfriarse y hablar de ellas y tomar decisiones con tranquilidad",
explica. Los educadores subrayan que, en lugar de abroncar por las notas, el papel de los
padres debe ser enseñar a tolerar la frustración y el fracaso y ayudar al hijo
a que tome conciencia de la causa y adopte posibles soluciones para el futuro.
5. Disfrazar la
falta de esfuerzo de trastorno.
Otra conducta recurrente y negativa entre los progenitores es, según los
expertos,
buscar siempre trastornos neurológicos detrás de los fracasos escolares de sus
hijos. "Hay muchos niños que son incapaces de esforzarse en hacer los
deberes o en estudiar porque son vagos, y eso es inmadurez, no un trastorno
mental, y a veces se intenta disfrazar esa vaguería como intolerancia a la
frustración o intolerancia al estrés cuando lo que tienen es falta de
autonomía", indica Montenegro. Y añade que la prueba es que
esos chavales que no son capaces de esforzarse con las tareas escolares también
son incapaces de ordenar su habitación, de prepararse el bocadillo de la
merienda o de calentarse la comida cuando regresan del instituto.
Ángel Peralbo subraya que, en muchos casos, "el error
de los padres es no darse cuenta de que detrás de la falta de esfuerzo y
motivación por los estudios lo que existe es una inversión de prácticamente
todo su tiempo en ocio, especialmente en
ocio tecnológico, que es el que hoy impera y dificulta su dedicación a
otras tareas".
Montenegro destaca que también es una equivocación
de los padres poner un profesor particular a estos chavales para controlar que
hagan los deberes y estudien. "Al profesor particular hay que recurrir para
resolver problemas concretos, no para conseguir que tu hijo haga las tareas con
él, porque entonces continuará con la actitud inmadura y dependiente de que se
lo solventen otros", dice.
6. Impaciencia. Ángel Peralbo considera que
otra actitud frecuente y perniciosa es querer ir demasiado deprisa en lo que se refiere al
aprendizaje, en vez de entender la educación como un proceso a largo
plazo. La impaciencia de los padres, dicen los expertos, se traduce
en tratar de que hablen lenguas extranjeras cuanto antes, en que comiencen a
leer y escribir sin haber llegado al colegio, en acelerar los procesos de
aprendizaje de las operaciones matemáticas sin respetar los ritmos de la
escuela… "Ese
afán de que sepan muchas cosas y cuanto antes es un error; en Dinamarca y en
los países mejor situados en los ranking educativos los niños aprenden a leer y
escribir a los siete años", apunta Joan Domènech.
Peralbo explica que esa impaciencia de los padres
provoca que se desesperen ante las primeras dificultades en los estudios o los
primeros malos resultados, sin tener en cuenta que las dificultades y los
errores son inherentes al aprendizaje y los niños lo que necesitan es paciencia
y ánimo para continuar trabajando durante toda la etapa escolar. "Los padres no deberían considerar esos malos
resultados como un fracaso, porque ello reduce la autoestima de los hijos e
incapacita cada vez más a unos y otros", indica.
7. No respetar la
línea de la escuela.
Algunos padres, movidos por la impaciencia, intentan enseñar a sus hijos a leer
o a calcular por sus propios métodos, o les ponen tareas de refuerzo en casa,
sin tener en cuenta que quizá están interfiriendo en el ritmo o el método
pedagógico que sigue la escuela. "Los padres deben plantearse a qué escuela llevan a
sus hijos, asegurarse de que comparten las mismas ideas, y luego ir trabajando
en paralelo, acompañando a sus hijos en
el aprendizaje pero con cierto respeto al proceso que siguen en la escuela
para educar en la misma dirección y no dar al niño mensajes diferentes",
indica Domènech.
8. Proyectarse en
los hijos.
Otro error bastante reiterado de los padres es pensar que el modelo y los
métodos educativos que les sirvieron a ellos van a servir a sus hijos. "La escuela ha cambiado mucho y los niños también, y
lo que a ti te gustaba del colegio o lo que tú aprendías entonces no tiene por
qué ser un modelo de éxito para tus hijos", alerta el
director de la escuela Fructuós Gelabert. También Ángel Peralbo considera que
en muchas familias "siguen prevaleciendo más las
expectativas que tienen los padres sobre los estudios de los hijos que las
preferencias o capacidades de estos" y hay muchos chavales
que son orientados a estudiar lo que quieren o les gusta a sus padres.
9. Cuestionar a
los profesores.
No apoyar a los maestros, mostrar constantemente el desacuerdo con el profesor
en presencia de los hijos, es otra conducta errónea de algunos padres. "Los
profesores han reducido su capacidad para imponer la necesaria disciplina de
los alumnos en el aula y no ayuda precisamente que tengan a los padres enfrente
o en contra en vez de al lado, pues el alumno, aprovechándose de esa situación,
consigue manipular y poner en contra a unos y otros cuando el objetivo que persiguen
es exactamente el mismo", comenta Peralbo. Añade que los
profesores tienen una visión privilegiada de los alumnos que en ocasiones no se
corresponde con su comportamiento y su actitud en casa, y que a los padres les
conviene conocer. "La complicidad entre padres y
profesores, el compartir información, puede ayudar a que el chaval progrese
adecuadamente tanto a nivel académico como en lo que se refiere a su actitud y
comportamiento", enfatiza.
10. Hacer de
Sherlock Holmes.
Benjamí Montenegro opina que otra conducta equivocada en la que caen padres y
madres es acabar convertidos en Sherlock Holmes. "Hay padres que rastrean los deberes,
los trabajos, las fechas de los exámenes a través de las redes sociales o de
los padres de otros niños para ver si el hijo hace o no sus tareas, y eso provoca un boquete de desconfianza y no
resuelve nada", explica. Su consejo es revisar con el niño
la agenda y las tareas realizadas en cada asignatura y, si no se lo apunta para
evitar el seguimiento, hablar con el tutor "que es el jefe (en términos laborales) del
chaval" para estas cuestiones. Los expertos desaconsejan
imponer un control absoluto sobre las tareas escolares, estar examinando al
hijo constantemente sobre lo que ha leído o ha estudiado, y aseguran que es mejor un
acompañamiento lejano, dejándole que sea autónomo. Y si el padre o
madre opta por preguntar la lección para preparar un examen, Montenegro
aconseja no hacerlo oralmente, sino poner tres o cuatro preguntas por escrito "porque
normalmente no hay exámenes orales y aunque el chaval se sepa la lección
hablando, igual luego se expresa mal por escrito o comete muchas faltas de ortografía”.
11. Solventarles
los problemas.
Otro comportamiento habitual y erróneo de los padres, según los educadores, es
solventar los problemas de organización de sus hijos. "A las siete de la tarde el niño dice
que falta tinta para imprimir el trabajo que ha de entregar al día siguiente y
mandamos al abuelo que vaya corriendo a comprar un cartucho o que nos deje el
suyo", ejemplifica Montenegro. Y enfatiza la importancia de
dejar que los hijos afronten esos problemas solos "aunque eso suponga entregar un
trabajo tarde y que le bajen la nota, porque si de mayor entrega tarde la
declaración de la renta le aplicarán un recargo, por mucho que diga que el
banco se retrasó en enviarle el extracto de sus cuentas; así es la vida, y han de aprender a organizarse y solucionar
sus problemas desde pequeños".
Los educadores también rechazan la conducta
permisiva de algunos padres que justifican los fracasos o errores de los hijos
ante el maestro y la escuela alegando siempre una causa exterior o bien
cuestionando la dificultad de la tarea o la idoneidad de los libros, de la
materia o del propio profesor.
12. Vincular las
tareas a castigos.
"Castigado
a hacer los deberes" o "hasta que no acabes de leer no podrás ver la
televisión" son frases habituales en muchas casas pero que,
según los educadores, deberían erradicarse. En primer lugar, explican, porque el tiempo de
realizar las tareas escolares debería ser un tiempo de tranquilidad y sosiego
para trabajar, no de regañinas. En segundo lugar, porque el objetivo
debe ser educar a los niños en el placer de la lectura o del estudio y no convertir
esas actividades en un castigo. Y, por último, porque tampoco
interesa que consideren
la lectura o los deberes un peaje necesario para ver la televisión,
jugar a la consola o salir con los amigos.
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