Marcos, un niño de 10 años, decidió estudiar judo a pesar de haber perdido su brazo izquierdo en un terrible accidente.
Comenzó a tomar clases con un anciano maestro japonés. Marcos se esforzaba tanto como podía y no podía entender por qué después de tres meses, el maestro sólo le había enseñado un movimiento de esta disciplina.
-Maestro –dijo el niño- ¿No debiera estar aprendiendo más movimientos?
-Este es el único movimiento que sabes, pero es el único que necesitaras saber.
Sin comprenderlo bien, pero creyendo en su maestro, Marcos siguió entrenando y confiando en su buen criterio, repitiendo una y otra vez, con constancia el movimiento.
Meses más tarde, el maestro llevó a Marcos a su primer campeonato. Para su sorpresa, ganó fácilmente sus dos primeros encuentros. El tercero resultó ser más difícil, su contrincante se impacientó y atacó; el niño usó hábilmente su único movimiento para ganar el encuentro.
Marcos ya estaba en las finales.
Esta vez, su contrincante era mayor, más fuerte y con más experiencia. Al principio parecía que el niño estuviera a punto de perder. Preocupado de que Marcos fuese lesionado, el árbitro pidió un receso. Iba a detener el encuentro cuando el maestro dijo:
-Déjelo continuar, él puede.
Poco después de recomenzar el encuentro, su contrincante cometió un error crítico y bajó la guardia. Instantáneamente, Marcos empleó su movimiento para inmovilizarlo. El niño había ganado el encuentro y el campeonato.
De regreso a casa, el niño y el maestro repasaban cada movimiento. Entonces el niño se llenó de valor y preguntó:
-¿Maestro, cómo es que gané el campeonato con un solo movimiento?
-Ganaste por dos razones, primero casi dominas a la perfección uno de los movimientos más difíciles del judo. Segundo, la única defensa conocida para este movimiento es que tu contrincante te agarre por el brazo izquierdo.
La mayor flaqueza del niño se había convertido en su mayor fortaleza.
Jaume Soler y M. Mercé Conangla
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