EL SABOR DE LA VIDA
“Disfruta la vida: ¡Hay mucho
tiempo para estar muerto!”, aconsejó Andersen,
y seguir esta doctrina desemboca en esta percepción de Alain: «Así como la fresa sabe a fresa, la vida sabe a
felicidad».
¡El sencillo gozo de sentirse vivo: Tal
cosa sería la felicidad! «Mi esqueleto
baila dentro de mi cuerpo cada mañana», me explica mi amigo Alejandro Jodorovsky, una imagen que me
ayuda a explicarme la felicidad. Puedo ser más modesto y ajustarme a la
doctrina formulada por un popular gimnosofista etílico: «No
estamos tan mal» (Laporta), aunque prefiero, por elevación, a Ramon Llull, primer filósofo en lengua
catalana: «Ya que existimos, ¡Alegrémonos!».
¿Cómo cristalizar esta alegría vital?
Nos guía Epicteto: «No importa lo que te pasa, sino cómo te tomas lo que te
pasa», o un autoexigente Shakespeare:
«Todo lo que sucede, conviene». Vivir
acorde con esta máxima te convierte en sabio o santo —quizá sea lo mismo—, y tu
felicidad será inexpugnable. Pero no olvido la admonición de Huxley en Un mundo feliz: Si convertimos
la felicidad en obligación, deja de ser un bien. Que nadie, pues,
lea estas entrevistas como sermones en favor de la felicidad como mandamiento,
sino como provocación, al modo de Pavese:
«El mundo es
hermoso porque hay de todo».
Yo tengo siempre presente lo que me
dijo Albert Casals, un chico
adolescente sentado en silla de ruedas a causa de un tratamiento por leucemia,
sonriendo de oreja a oreja y con el pelo teñido de azul: «¡Qué
sencillo es el mundo!». Sentencia subversiva, desmiente que el
mundo sea un lugar adverso. Así que lo dicho: Gózalo, pues este ratito en el mundo merece
la pena incluso con todas las contrariedades e hijos de puta que contiene.
—¿Cómo empezó
a hacer cine?
—Ahhhh... ¡Qué pregunta más aburrida y
previsible! ¡Motíveme, hombre! Provóqueme o aquí nos vamos a dormir todos.
—...¿Cuántos
años tiene, Michael?
—...¡Vaya! Eres un tío duro.
—¿Cuántos años
dice que tiene...?
—Esto... Cerca de 70. Nací en el 42,
en Ohio.
—¿Maduramos o
sólo envejecemos?
—Buena pregunta. Yo amo todos mis años.
—¿Por qué?
—Porque gracias a mi edad pude ser
joven en los sesenta, la década de mayor creatividad, transformación y progreso
del siglo.
...
—Conocí y traté a Luther King y
experimenté la revolución de las conciencias de Gandhi. Viví un momento en el
que los mayores talentos del siglo competían y cooperaban para lograr componer
la mejor música. Y no lo hacían sólo por vender más discos ni ganar más dinero
ni ser los más de nada, sino por el puro placer de crear y compartirlo.
—¿Tan triste
le parece lo que vivimos?
—Hoy, como mucho, cambian a veces los
políticos, pero ni siquiera las políticas, y menos aún se plantea nadie cambiar
conciencias.
—¿Los sesenta
no fueron un poco iluminados?
—Al contrario, fueron mucho más
realistas. En los sesenta nos dimos cuenta de que ganar más y más dinero y consumir más y más
hasta agotar todos los recursos disponibles era entonces —y es hoy— muy poco
realista.
—¿Qué ha
cambiado?
—Que si hoy dices lo obvio eres un
peligroso idealista fuera de toda lógica.
—¿Cuál es la lógica de nuestros
días?
—Sólo importa lo cuantificable: Las
cifras, porque son inmediatamente transformables en resultados: En una cantidad
de dinero y con él se mide el éxito o fracaso. Todo lo que no se puede medir en dinero
está fuera de esa competición que todo el mundo cree correr.
—¿Y en los
sesenta no importaba la pasta?
—¡La guitarra de Jimi Hendrix!
—El mejor: No
se lo discuto.
—Pero no por su guitarra. Se han
invertido fortunas en mejorar las guitarras eléctricas desde entonces, pero
nadie ha vuelto a tocar como él. El progreso no está en la guitarra sino en el modo de
tocarla y en las conciencias de quienes la escuchan.
—Eso es más
difícil de cuantificar que las ventas de un disco.
—La ignorancia del público se cultiva haciéndoles creer
que mejorar la música es tener guitarras más potentes, que avanzar es tener un
coche más rápido y comunicarse, pasarse la vida ante una pantalla: Mucho
Twitter; mucho Facebook... Y nada que decir.
—Yo veo
jóvenes inteligentes y capaces.
—Son magníficos, buena gente, pero no cuestionan nada:
Creen que lo que hay es lo único y se conforman con ser uno más dentro de ese
triste posible. Su reto sólo es ganar más. En los sesenta, la clase media se
autoanalizó y lo que vio no le gustó y puso el mundo entero patas arriba, pero desde
dentro, desde las conciencias. Por eso adoro tener 70 años, porque
me permitieron vivir aquello.
—¿Puedo
preguntarle ahora cómo llegó a filmar el documental Woodstock?
—Mis padres eran maestros de escuela:
Lucharon por los derechos civiles en el sur. Yo estudié Medicina en Columbia
para ser útil, pero también tenía una Harley...
—Gran
motocicleta.
—... E iba al Apollo en Harlem a
escuchar música negra. Así conocí a quienes hicieron posible mi documental.
Woodstock fue el lugar donde en 1911 se fundó el Partido Comunista de Estados
Unidos, un sitio vinculado a la lucha por la igualdad: El lugar donde los
estudiantes y los obreros confraternizaron, se dieron la mano y cambiaron la
historia.
—Hoy aquí
coinciden en la cola del paro.
—En mi documental, entre Joan Baez,
Bob Dylan, Pete Seeger o el gran Hendrix, también aparece de repente el que
limpia los váteres del concierto de Woodstock...
—Ningún trabajo
es menos que otro.
—Era el hombre que sacaba la mierda de
los niños que ven el concierto. Pues bien, ese señor sonríe a la cámara con
naturalidad y explica lo contento que está de sentirse útil.
—Me gustaría
haberle conocido.
—Era sincero. Y nos cuenta que tiene
un hijo pacifista allí, escuchando el concierto, y otro hijo soldado
combatiendo en Vietnam, en un escuadrón de helicópteros. ¡Y la gente al oírlo
se levanta y aplaude! Porque ese tipo hace un trabajo que ellos no harían
jamás...
—Nunca digas
este váter no limpiaré...
—Y, en cambio, es feliz al hacerlo, es útil;
mucho más que los millonarios, los políticos y los militares preocupados tan
sólo por seguir siendo poderosos; esos que han enviado a su hijo a Vietnam y
ahora llaman delincuente y aporrean a su otro hijo pacifista.
—¿Es la mejor
escena de Woodstock?
—Aparece también un joven hermoso con
una larga barba rubia contando que es hijo de inmigrantes europeos que llegaron
a América para tener un coche y una casa y a él enviarlo a la universidad. ¡Triunfaron!
...
—Y él se pregunta ahora si triunfar es
esto: Acumular, guerrear, dominar... Y dice que va a repensarse lo que es triunfar. Y concluye
que para él triunfar es ser humano.
—¿Qué hizo
usted tras Woodstock?
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