En ocasiones es útil reaccionar con vehemencia y en otras se
echa de menos tener más paciencia para ahorrar nervios y ganar efectividad. Hay
maneras de aumentarla
Paciencia, paciencia,
paciencia… Paciencia ante el atasco de veinte minutos a primera hora de la
mañana. Paciencia ante el lloro desconsolado e intenso de bebé que no deja
dormir ni tres horas seguidas. Paciencia cuando las cosas van mal. Y más
paciencia… ante la cola interminable de atención al viajero por retrasos en el
tren o ante la promesa de que el final de la crisis económica está a la vuelta
de la esquina. Más allá de cómo se reaccione o deje de reaccionar ante tales
circunstancias, los expertos están de acuerdo en la necesidad de conquistar una
buena dosis de paciencia para no sucumbir a los accesos de ira o de rabia que
pueda provocar tales situaciones. Hasta aquí nada que objetar, salvo que no es
tan fácil adquirir esta paciencia. ¿Cómo se consigue ser realmente más paciente?
No siempre es suficiente contar
hasta diez. “Para aprender a tener más paciencia hemos
de ver las situaciones externas como una escuela de aprendizaje, como un
entrenamiento”, apunta Assumpció
Salat, psicóloga, directora del centro de psicología Àgape y autora de El desarrollo de la conciencia (Uno
editorial). Maria Mercè Conangla,
psicóloga, cofundadora de la Fundació
Àmbit, añade que la paciencia es un valor humano que supone el cultivo del
respeto y aceptación de que las cosas suceden con un ritmo distinto al que se
espera o desea. Y no es tan fácil “porque parte de la comprensión de que todo tiene su
tiempo; no se pueden acelerar los procesos de la persona y la naturaleza porque
si se intenta se está creando de alguna
manera u otra tensión y violencia al querer forzar una circunstancia según
nuestro criterio”. Juan
Cruz, psicólogo clínico y fundador de Diotocio.com (desarrollo integral de
ocio y tiempo y libre), lanza una pregunta: “¿Tengo motivos
para sentirme impaciente? Si la respuesta es afirmativa, es lógico que
sientas impaciencia, pero también es oportuno preguntarse por las consecuencias
de esta impaciencia”. ¿Somos más resolutivos mostrando impaciencia o
mejor cultivar la paciencia? Si se puede incidir en las circunstancias, la
impaciencia puede ser un combustible que hay que saber emplearlo. Pero si las
circunstancias son inamovibles (un atasco, un hecho traumático), tal vez es más
productivo cultivar esta paciencia. Aunque sea por salud.
Cómo
incide en la salud.
No es baladí. Redford Williams, investigador del
departamento de Psicología y Neurociencia de la Universidad Duke, en Estados
Unidos, está especializado en la relación entre la psicología del
comportamiento y su incidencia en la salud. En 1999, el Journal of the American
Medical Association, publicó los resultados de la investigación de Redford
Williams cuyo eje era la mayor o menor paciencia. Este experto señala
que a mayor impaciencia, aumenta el riesgo de padecer problemas de salud como
hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares en general. Las personas
propensas a la impaciencia, generalmente, están tensas, lo que eleva el nivel
de estrés. El estrés estimula la segregación de hormonas como el cortisol y la
adrenalina. “Elevados
niveles de estas hormonas, en última instancia, podrían dar lugar a un aumento
de peso, de azúcar en sangre y de nuestra presión arterial. Las hormonas del
estrés estimulan las plaquetas, haciéndonos más propensos a coágulos en las
arterias estrechadas ya por una enfermedad cardiaca, un proceso que puede
desembocar en un ataque al corazón. Estas hormonas también hacen que las
células de grasa del cuerpo liberen dicha grasa en la sangre”. Sin
duda, estas reacciones fisiológicas pueden dañar la salud. Es un pez que se
muerde la cola, porque en la medida que se eleva el nivel de cortisol en la
sangre provoca en el sujeto más impaciencia, más irritabilidad y más ansiedad,
señala dicho investigador.
La
personalidad A
Juan
Cruz
explica que está
en manos de cada persona modificar este tipo de respuesta, pero no
todas lo tienen tan fácil. De manera natural hay personas más pacientes que
otras, les cuesta menos, mientras que a otros les falta poco para que les
salten los fusibles. Tanto es así que ya en 1957 los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman
definieron lo que se ha dado en llamar personalidad tipo A. Se trata de un tipo de
persona que suele estar muy nerviosa y es competitiva. Suele tener prisa, todo
le resulta urgente. Juan Cruz recuerda que se trata de aquellas personas que en
el trabajo ofrecen una tarea exigiendo que esté hecho ya: “Lo
necesito desde ayer”. Su exigencia es con los demás y consigo
mismo. Tienen un estilo dominante y autoritario, así como dificultades para
expresar sus emociones e identificar sus sentimientos. Consideran el descanso y
el ocio como pérdidas de tiempo porque el trabajo es lo primero. Están más
preocupados por el rendimiento que por el disfrute de la actividad mientras se
realiza. El umbral de tolerancia es menor, así como su capacidad de
frustración. Los expertos señalan que en sociedades avanzadas estiman que el
25% de la población tiene una personalidad tipo A. Meyer Friedman y Ray
Rosenman llegaron a la conclusión que este tipo de conducta “constituye un
factor de riesgo para la cardiopatía isquémica. Estas personas tienen 2,5 veces
más probabilidades de presentar angina de pecho o infarto de miocardio. El
patrón tipo A es un factor de riesgo que opera al margen de otros factores de
riesgo como el tabaco, la hipertensión o la obesidad”.
No
solo de la personalidad.
La paciencia también depende
del temperamento. Assumpció Salat explica que el temperamento “es la parte
instintiva, innata de nuestro carácter y la personalidad es la parte de nuestro
comportamiento y de nuestra manera de pensar que es construida, elaborada a
través de la educación, la cultura, la familia, etcétera. El ser impacientes o
más pacientes, por tanto, depende del
temperamento y de la personalidad, de cómo hemos sido educados, de las
creencias o ideas que hemos ido interiorizando y que hacen que seamos más
pacientes o impacientes. Los traumas que se producen durante nuestra vida
también influyen en nuestros niveles de paciencia o impaciencia”.
La buena noticia es que, según
señalan también los expertos, se puede cambiar. “Sí, realmente, hay personas más o menos
pacientes. Pero la paciencia también
podemos desarrollarla y convertirla en un hábito si tomamos conciencia de
lo importante que es desarrollarla”, señala Juan Cruz. Es una
cuestión de voluntad, afirma Assumpció Salat, una fortaleza mental “para conseguir
que nada de lo que ocurra fuera, en nuestras vidas externas, altere nuestra
paz, ni nos haga perder los estribos”. Conservando este mayor o
menor grado de calma será más fácil que surja un comportamiento más acertado
ante la situación que se está produciendo.
Entrenamiento.
Como casi todo, requiere un
entrenamiento. El psiquiatra Steve
Peters, autor de La paradoja del
chimpancé (Ed. Urano), explica que el autocontrol “es el factor más importante que nos
distingue de los chimpancés”. El chimpancé funciona por impulsos y
carece de control emocional, mientras que los seres humanos tienen el potencial
de controlar los impulsos y las emociones. “El chimpancé exige la gratificación inmediata, mientras
que los humanos podemos optar por no actuar basándonos en los impulsos y las
emociones”.
Mónica
Aldegunde,
coach, creadora del programa “Mi mapa de
ruta”, aporta unas claves. “Cuando un cliente quiere trabajar la paciencia, primero
le acompaño en definir paciencia, dónde necesita que la paciencia esté presente
o qué hace que piense que no la tiene, qué emociones aparecen asociados a esta
falta de paciencia; delimitamos las áreas de la profesión y del ámbito
personal, así como objetivos. En segundo lugar, diseñamos un mapa de ruta, y
organizamos y planificamos acciones que realizar. Definimos lo que quiere, lo
que puede, cómo se hará, lo que necesita, cuándo lo hará”. Mónica
Aldegunde señala la importancia de especificar los tiempos y los ritmos en la
consecución de los objetivos para evitar precisamente la frustración y la
rabia, enemigos de la creatividad y la perseverancia. De esta manera es posible
reconocer las propias limitaciones para manejar el estrés y los
imprevistos y conquistar la anhelada paciencia. Juan Cruz aconseja cambiar la
percepción de lo que acontece y observarlo como una oportunidad que
brinda la vida para aprender y salir fortalecidos. “Es una oportunidad de practicar y
fortalecer el músculo de la resistencia a la frustración. Esto es madurar. La
madurez permite adquirir otra visión del tiempo”. Aceptar la
frustración es un ejercicio de humildad que en la sociedad actual no prima.
Prima la velocidad. Pero este experto señala que el hecho mismo
de tomar conciencia de este aspecto da la oportunidad de lentificar los ritmos.
Los ritmos Para Juan Cruz, una
de las claves para desarrollar la paciencia consiste en reconectarse con el
ritmo de la propia naturaleza. “Hay un ritmo biológico natural que todos los seres vivos
lo llevamos dentro. Sólo tenemos que
conectarnos. Estamos dentro de los ciclos naturales y biológicos naturales.
Al educarnos al margen de los ciclos es cuando nos desconectamos de la
naturaleza. A nivel laboral decimos esto es para ayer… Esto es fatal. Nos
estresamos y el estrés es todo lo contrario a la paciencia, al equilibrio.
Formamos parte de una sociedad estresada, impaciente, ansiosa. La solución es
conectar con lo natural, con la calma. Es una llamada a esta reconexión con los
ciclos de la naturaleza. Nuestra naturaleza biológica es paciente, tiene unos
ritmos que al romperse producen estrés e impaciencia. Queremos adelantarnos a
los ritmos”. Este experto indica que la autoexigencia es fruto de
esta alteración de los ritmos. “La
autoexigencia es como ir más rápido de lo que indica el propio ritmo natural.
Seamos más compasivos con nosotros mismos y también seremos más compasivos con
los demás, más pacientes”.
Ona
Cardona,
concertista y profesional del método
Trager, señala la importancia de sumergirse en los ritmos para olvidarse de
la autoexigencia, de la perfección en la ejecución. “Hay que saber esperar y abrirse al ritmo
de lo otro, más allá de uno mismo. Se concreta en una sala de concierto, pero
también en el trato con los demás. Olvidarse
de uno y abrirse al ritmo de lo que acontece”. Según los
expertos, es una de la claves en la adquisición de la anhelada paciencia. “Dejar que el otro hable”, señala Juan
Cruz. Fomentar el diálogo y escuchar. Pero antes de confrontarse con el otro,
mejor entrenarse con uno mismo. “El primer trabajo para aprender a ser más pacientes se
cuece en nuestro propio interior, en nosotros mismos, en nuestro diálogo
interior. Para ser pacientes con los
otros o con lo que sucede es clave que sepamos practicar el arte de la
paciencia con nosotros mismos”, explica Maria Mercè Conangla.
Los expertos insisten en que la autoexigencia desmedida no ayuda. Y el termómetro
que permite detectarlo es la impaciencia que se muestra con los demás.
La respiración
“También ayuda mucho una respiración lenta abdominal”, asegura Maria
Mercè Conangla. Juan Cruz añade que con sólo respirar de manera consciente y
lenta ya cambia la bioquímica del cerebro, descienden los niveles de cortisol y
adrenalina. “Se
estimulan las áreas cerebrales superiores y podemos convertirnos en
observadores de nosotros mismos. Si a esto se le añaden paseos por la
naturaleza y la meditación, ayuda a reconectarse con los ciclos y los ritmos
que he explicado antes”. Según este experto, con la respiración más
tranquila es más fácil vivir las circunstancias estresantes de otra manera. “Podemos
impacientarnos menos y valorar si hay manera de cambiar o no dichas
circunstancias, incluso aceptar nuestras propias limitaciones ante dichas
circunstancias, o mostrar la ira en su lugar adecuado, sin perder entonces la
paciencia. La paciencia es un rasgo de la personalidad madura. Y esa paciencia
es la que te permite parar y pensar, reflexionar y actuar en su justa medida. Empiezas a funcionar con otros niveles de
conciencia. No siempre puedes conseguir todo lo que quieres”.
No
es pasividad
La paciencia no es igual a
resignación ni pasividad. “La paciencia es una de las virtudes de la sabiduría,
pero no la única, otra de las grandes virtudes de la sabiduría es el
discernimiento, por tanto habrá situaciones en la vida que lo que hay que
manifestar es firmeza y acción”, explica Assumpció Salat. Por otra
parte, Juan Cruz también comenta que la paciencia no implica indiferencia. “Sí desapego, pero no indiferencia. No todo da igual. En
todo caso ser como un buen campesino, que sabe coger el fruto de la tierra en
el momento adecuado, ni antes ni después”. Claro, requiere
transitar por la conquista de la sabiduría. Son palabras mayores.
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