—¿Desde cuándo
vas en silla de ruedas?
—Desde los ocho años. Tuve
mononucleosis y leucemia: O me trataban a saco, con riesgo de provocarme alguna
discapacidad, o me moría.
—Y fueron a
saco.
—Sí. ¡Y el resultado ha sido perfecto!
—¿No te
importa la silla de ruedas?
—Si hubiese querido ser futbolista... ¡Pero no hay
nada que yo no pueda hacer en mi silla!
—¿No?
—Subo, bajo, entro, salgo, he
atravesado selvas y playas, he viajado por Francia, Italia, Grecia, Alemania,
Escocia, Tailandia, Malasia, Singapur... Acabo de regresar de un viaje de seis
meses por toda Sudamérica...
—¿Con quién
viajas?
—Me gusta viajar solo.
—¿En silla de
ruedas... ¡Y solo!?
—La silla es más ventaja que inconveniente: La
gente te pregunta qué te pasa, de dónde vienes..., y así haces un montón de
amigos.
—¿Desde cuándo
viajas así?
—A los catorce años les dije a mis
padres que me iba. Fue muy duro para ellos permitir mi felicidad.
Pusieron una condición: El primer viaje lo haría acompañado por mi padre.
Fuimos a Bruselas y aprendí cosas útiles para viajar. Y, a partir de los quince
años, ya he hecho todos esos viajes yo solo.
—¿Y qué dicen
hoy tus padres?
—Sufren un poco, pero están contentos
viéndome contento. Agradezco que se hayan esforzado tanto en no
ayudarme, en no decirme: «Esto no puedes hacerlo porque vas en silla de ruedas».
Ellos facilitan mi felicidad.
—¿Eres feliz,
pues?
—Plenamente, pues no hago nada que no quiera hacer en cada
momento. Ahora me apetece hablar contigo, y si no, no estaría aquí.
—¿Con qué
dinero viajas?
—Con tres euros al día.
—No es
posible.
—Hace seis meses salí de casa con 20
euros para irme a Sudamérica, ¡Y he vuelto con 20 euros en el bolsillo!
—Pero... ¿Y
dónde duermes, y cómo comes y... cómo lo haces?
—¿Por qué nos complicamos tanto la vida? Siempre
hay donde dormir, siempre hay algo que comer. Conoces a gente, y todo fluye. ¡Qué sencillo
es el mundo! Lo he entendido viajando. Bastan cuatro cosas: Dormir,
comer, ducharse y hacer amigos.
—Dicho así, sí
parece fácil.
—Claro. ¿Qué impide a todos los
europeos hacerse vagabundos? Es maravilloso...
—¿Qué buscas
en tus viajes?
—Ver cómo vive la gente, ver cómo son,
conocerles, vivir con ellos, ser su amigo.
—¿Y qué opinan
tus amigos de aquí?
—Me entienden, mis amigos son como yo:
Todos están haciendo lo que desean hacer, aunque a ellos no les apetece viajar.
—¿No te da
miedo viajar solo?
—¿Qué puede pasarme peor que no realizar mis sueños?
—Pueden
robarte...
—Al poco tiempo volveré a tener lo
necesario, ¡Seguro! Y nunca podrán robarme lo vivido.
—... Puedes
sufrir un accidente, morir...
—Aun así, habría hecho lo que
realmente quería, ¡Habría sido más feliz que quedándome aquí contra mi
deseo!
—¿Qué haces al
llegar a un sitio nuevo?
—Voy a un parque, a una plaza, saco
mis naipes... Al
cabo de un rato hay niños, ¡Y luego medio pueblo está alrededor!
—¿Qué te dice
la gente nueva con la que te vas encontrando?
—Los adultos repiten dos preguntas: «¿De dónde
sales?», «¿Y tus padres?». Algunos se escandalizaban de mis padres
por dejarme solo... Alguna vez la policía me ha detenido por si me había
escapado... Un
niño solo por el mundo, feliz..., ¿Qué tiene de malo?
—Hombre...
—Ahora, ya con 18 años cumplidos, ¡Soy
libre!
—¿Qué llevas
en tu mochila?
—Una libreta, algún libro, un boli,
una linterna, los naipes para juegos de manos, jabón, cojín, dos pantalones y
dos camisetas, calzoncillos, chaqueta, botiquín, la tienda de campaña y el kit
de reparación de la silla.
—Dime lugares
en que hayas dormido.
—Playas, vagones de tren, parques,
estaciones, coches, campos, comisarías, castillos en ruinas, casas abandonadas,
casas de gente, cuevas, mansiones...
—¿Cuál ha sido
el mejor momento?
—Viajar de noche en la caja de un
camión en marcha, destapada. Podía sacar la cabeza al viento o acurrucarme. Fue
chulísimo.
—¿Y tu momento
más peligroso?
—He estado a punto de palmar volcando
en un camión, y atravesando una selva con vampiros, y en una lancha de
traficantes de motores entre islas caribeñas, zarandeados por una tormenta con
olas de cinco metros: Me golpeé, caí al agua inconsciente... y pudieron
rescatarme por pelos.
—¿Qué planes
tienes ahora?
—Recorrer toda el África oriental
hasta llegar a Madagascar.
—¿Nada te
frena?
—Cuando haces lo que de verdad quieres, el universo entero
conspira a tu favor. Mira alrededor y decide: Tú puedes elegir vivir triste o contento.
Yo elijo la felicidad. No veo entre nosotros razones para ser infeliz.
—¿Y no piensas estudiar,
trabajar...?
—No, si no me divierte. Me gustaría
ser mediador o acoger niños... A veces me dicen: «Si no trabajas, ¡De viejo serás pobre!».
Pero, si llego a viejo, ¡Tendré amigos por todo el mundo! ¿Se puede tener más?
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