A partir de muchos y muy
amables comentarios que he recibido en Twitter y en Facebook sobre “La
Brújula Interior” y algunos de los conceptos que el libro trata, he
decidido compartir en este post y en el anterior ideas del capítulo 17, en el
que hablo sobre el Guión de Vida, los mandatos y los permisos.
Arrancamos con algunos de estos mandatos, y retomando lo que decíamos en el
post anterior, “Permisos, logro y
transformación (I)”, Eric Berne enumera una serie de condicionamientos que
nos coartan en la vida:
8. “No seas niño/a”. Es el opuesto al anterior, “No crezcas”,
aunque no son incompatibles. Se fuerza al niño a que abandone sus necesidades
naturales en la infancia para, de repente, convertirse en un adulto y a menudo
ocuparse de las necesidades de otros: hermanos menores, familiares enfermos e
incluso padres.
9. “¡No!” (o “no lo hagas”). Acostumbran a transmitirlo
personas que, pese a que piensan y sienten, no hacen. Dubitativos, vacilantes,
viven el hacer como un riesgo.
10. “Tus necesidades no son importantes” (o “no importas”). Tristemente,
éste es uno de los mandatos que se observarán cada vez más, ya que aparece
sobre todo entre aquellos padres que dicen no tener tiempo para sus hijos. El
niño que por la ausencia de sus padres interpreta un “no podemos estar por ti” asume
lo siguiente: “no
importo”. Con lo cual no se dará el permiso de importar, de ser
tenido en cuenta, de que se cuente con él cuando sea adulto.
11. “No vales”. Cuando nada de lo que hace el niño se
considera suficientemente valioso porque se le exige permanentemente más.
Detrás de este mandato hay una exigencia de perfección que aparece para
compensar un profundo sentimiento de impotencia y falta de autoestima por parte
de los padres. De este modo, engendran a alguien que esperan que sea un niño/a
prodigioso, una especie de Supermán.
12. “No pienses”. Cuando las preguntas del niño son
ignoradas, respondidas burlonamente o de manera inadecuada es cuando se está
transmitiendo este mandato. También se genera cuando el niño observa
precisamente este mandato de manera repetida en la vida de sus padres, es
decir, observa que ellos no piensan. El riesgo de tener ideas propias, de ser
crítico, o de tener un pensamiento distinto a los progenitores con relación a temas
clave o tabú como la religión o el sexo, puede ser vivido como altamente
peligroso por los padres. Este mandato se estructura a varios niveles: desde el
“no pienses
lo que piensas” hasta el “no pienses del todo”.
13. “No sientas”. Se manifiesta cuando la emoción está
desterrada por miedo o porque estuvo prohibida en el hogar de los propios
padres.
14. “No me superes”. En caso de rivalidades no resueltas o
de celos de los padres hacia los hijos cualquier progreso de un hijo puede ser
vivido por el padre o la madre como una pérdida de su propio valor. Es
tristemente frecuente observar cómo hay padres que no saben digerir la primera
derrota deportiva, lúdica o intelectual
frente a su hijo/a. En tal caso abandonan la partida, se enfadan, y
pueden llegar a negarse a reconocer la derrota o a volver a jugar.
Llegados a este punto, la cuestión es: ¿estos mandatos van a estar siempre ahí,
bloqueando, inhibiendo, reprimiendo, limitando el sano desarrollo psicológico y
la capacidad de vivir una vida con mayor grado de espontaneidad, de intimidad,
de conciencia…? ¿Son los guiones de vida cerrados? La respuesta es,
afortunadamente, no.
Cada mandato tiene su reverso,
esto es, un permiso:
1.- El permiso de vivir, de
existir, de ser.
2.- El permiso de ser uno mismo.
3.- El permiso de lograr.
4.- El permiso de saber.
5.- El permiso de acercarse.
6.- El permiso de pertenecer.
7.- El permiso de crecer.
8.- El permiso de ser niño.
10.- El permiso de ser
importante e importar.
11.- El permiso de valer.
12.- El permiso de pensar.
13.- El permiso de sentir.
14.- El permiso de superar y
superarse.
El permiso es esencial en el proceso de cambio y de desarrollo
personal y de modificación del guión de vida. Lo integramos cuando revocamos
la decisión de seguir los mandatos parentales, una vez éstos han sido
identificados y reconocidos como bloqueantes o inhibidores de nuestro deseo. Es
decir, una
vez que hemos aceptado que están condicionando nuestra manera de percibirnos a
nosotros mismos y a los demás, y en consecuencia afectando nuestro
comportamiento aquí y ahora.
Probablemente el primer permiso
que uno puede darse es el de vivir (más allá de “ganarse la vida”), para
luego ir avanzando sobre los demás permisos e ir asumiendo progresivamente la capacidad de
generar cambios a través de la responsabilidad sobre la propia vida.
Pero para ello se necesita también el coraje de plantearse si las creencias,
convicciones y valores sobre los que tenemos construida nuestra vida actúan
como mordazas limitadoras.
Seguiremos profundizando en
este blog “Soluciones” sobre éste y otros conceptos. De todos modos, hay una
extensa bibliografía que puede ser consultada. Aparte de la propia “La
Brújula Interior”, os aconsejo con vehemencia el libro “Los
Guiones que vivimos”, de Claude Steiner, editado por Kairós.
Álex Rovira
P.D. Hay un relato de Anthony de Mello que es ideal para
cerrar este post. Tiene que ver con lo que creemos ser y con los guiones de
vida. Y dice así:
Un hombre se encontró un huevo
de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El
aguilucho fue incubado y creció con la nidada de pollos.
Durante toda su vida el águila
hizo lo mismo que hacían los pollos, pensando que era un pollo. Escarbaba la
tierra en busca de gusanos e insectos, piaba y cacareaba. Incluso sacudía las
alas y volaba unos metros por el aire, igual que los pollos. Después de todo
¿no es así como vuelan los pollos?
Pasaron los años y el águila
envejeció. Un día divisó muy por encima de su cabeza, en el límpido cielo, una
magnífica ave que flotaba elegante y majestuosamente por entre las corrientes
de aire, moviendo apenas sus poderosas alas doradas.
La vieja águila miraba
asombrada hacia arriba.
“¿Qué
es eso?”,
preguntó a una gallina que estaba junto a ella.
“Es
el águila, la reina de las aves”, respondió la gallina.
“Pero
no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él”.
De manera que el águila no
volvió a pensar en ello. Y murió creyendo que era una gallina de corral.
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