Una habitación propia es un espacio de independencia para el adolescente y
también un espejo de su personalidad cambiante. Claro que muchas veces se
convierte en un importante campo de batalla de la relación entre padres e hijos. ¿La palabra clave? Negociar
La cama sin hacer. ¿Por qué están en el suelo esos calcetines sucios? Ha
puesto otro póster de ese cantante tan estrambótico. ¿Huele a tabaco? ¡Pero qué
desordenado está su armario! Sí, bienvenidos, es la habitación de los
adolescentes, un refugio para ellos y un dolor de cabeza crónico
para muchos padres.
Los adolescentes necesitan tener una habitación propia para empezar a
tantear el camino de la independencia. “Su habitación
es fundamental –explica Joseph
Knobel Freud, psicoanalista–. Les permite ir probando cómo se sienten solos en
su espacio antes de irse de casa. Por eso es importante que esté a su gusto”. Es un espacio de libertad, pero también una
guarida. Un lugar en el
que capear el temporal en una época en la que se viven muchos cambios físicos,
psicológicos y sociales. El adolescente está dejando de ser un niño y ya se le
empiezan a exigir responsabilidades adultas. Como señala Carles Feixa, antropólogo de la Universitat de Lleida, “la habitación es como su segundo útero: un
espacio seguro y protegido, en el que acumular fuerzas físicas y emocionales
para enfrentarse al mundo”. El primer útero se abandona con el nacimiento físico a la vida. Y el
segundo útero sería la adolescencia, que se abandona con el nacimiento a la
vida social: al trabajo, a las relaciones externas a la familia, a la pareja. “En nuestra sociedad, ese segundo nacimiento se expresa en ritos de paso
privados: la habitación reemplaza la cabaña iniciática de las sociedades
tribales”.
Además, no hay que olvidar que, para los adolescentes, el horizonte de una posible
emancipación del hogar es cada vez más lejano. “Ya no están
obsesionados con abandonar el espacio compartido, entre otras cosas, porque
saben que les va a costar mucho permitírselo, y buscan espacios propios que
puedan compensarles: la cultura de la noche, los viajes y la habitación propia”, señala Carles Feixa.
Hubo un tiempo, antes de Justin Bieber o Mecano, en el que los adolescentes
no tenían una habitación propia. “Es un fenómeno muy reciente –apunta Carles
Feixa–. Empezó a partir de la década de 1960, gracias a la sociedad de consumo
y la reducción del número de hijos. Antes, estos vivían y dormían juntos,
incluso con los padres. No había una noción de espacio doméstico para cada
miembro de la familia”. Hoy en día, los adolescentes quieren su habitación, ecosistema que es un
reflejo de la sociedad. “Seguramente es la mejor ventana para conocer el mundo actual”, añade. Si entráramos en las habitaciones de varios
adolescentes, conoceríamos a los ídolos actuales, hacia dónde va la moda o la
tecnología.
El problema es que muchos padres entran en la habitación de su hijo
adolescente y no se quedan, precisamente, fascinados. Quieren orden, higiene,
unos horarios para que su hijo no esté toda la noche jugando a videojuegos…
Unos mínimos que, muchas veces, su hijo no está muy inclinado a cumplir.
Entonces, ¿dónde empieza y dónde acaba la jurisdicción paterna? ¿El hecho de que se
le dé una habitación a un adolescente es una patente de corso para que haga lo
que le venga en gana? No siempre es sencillo marcar la frontera entre los derechos que tiene el
adolescente y las obligaciones o los límites que pueden imponer sus padres. “El problema es que los adolescentes se oponen
a los límites aunque los puedan necesitar”, comenta Carlos
Blinder, psiquiatra y psicoanalista. Esta pugna de criterios muestra que
este está definiendo sus gustos, su personalidad y su independencia. “El adolescente está diciendo: ‘No
soy como vosotros y no quiero ser como vosotros’. Por eso, hasta cierto
punto, este tipo de conflictos en lo que respecta a la habitación son
saludables”, considera Íñigo Ochoa de Alda, psicólogo. Aunque
a los padres no estén encantados con su papel de sparrings, “estas peleas ayudan a formar el carácter de su hijo. Este se siente más
autónomo. Y, si luego se consigue llegar a un acuerdo, es un síntoma de que la
relación entre padres e hijos es, como mínimo, bastante buena”.
Las discusiones por la diferencia de criterios se pueden agriar demasiado. “Digamos que meterse con la
habitación de un adolescente es meterse con su identidad –explica Joseph
Knobel Freud–. En su habitación, el adolescente está explorando y construyendo
su identidad. Y decirle que su
habitación está mal es decirle que él está mal”. Además, una cama sin hacer, unos calzoncillos que no
se han recogido o hacer caso omiso a la petición de salir de la habitación para
cenar pueden ser la chispa para que exploten otros conflictos. “Por ejemplo, en el caso de los padres que están enfadados con su hijo por
las amistades que tiene. Discuten por la habitación, y sale todo”, añade Knobel
Freud. Entonces, el adolescente se hace fuerte en su habitación y la
discusión se encalla. “Yo creo que muchas de esas discusiones –opina Carlos Blinder– indican que hay padres a los que les cuesta aceptar
realmente que su hijo tenga un espacio privado”. En este caso, los conflictos se pueden entender como
una lucha entre el deseo de independencia del hijo y el deseo de control de los
padres.
“Otro problema
es que algunos padres creen que la
habitación del hijo les representa a ellos como padres –considera Joseph Knobel Freud–. Por eso les molesta el desorden o que su hijo cuelgue pósters, desde su
punto de vista, raros”. ¿Y si vienen visitas?, quizás se pregunten algunos padres. “No creo que haga falta enseñarles la habitación de su hijo”. Para el adolescente es muy importante decorarla a su
manera. Aunque a los padres les parezca un atentando estético tener docenas de
fotografías con los amigos en la playa o en conciertos, acumular pósters del
penúltimo cantante de moda, pintar la habitación de un color que no combine con
el recibidor, apilar libros en el suelo o dejar la cama sin hacer. “Recuerdo el caso de un adolescente que quería pintar las paredes de rojo –comenta Carlos Blinder–. Pero no suele
haber casos muy, muy extremos. Y si a los padres hay algo que les resulta
insoportable, pueden negociar”.
El principal
conflicto es el orden o la falta de él. Muchas personas tienen la casa muy ordenada. Pero en cuanto abren la
habitación de su hijo de catorce años… Claro, este puede alegar en su defensa
que tiene su orden. Para Carlos Blinder, “lo importante
es que ese orden le sirva al chico. Si está a gusto, si encuentra las cosas, si
puede estudiar bien y saca buenas notas… No veo motivos para obligarle a que
cambie su orden”. Es importante
mostrar respeto por los criterios que sigue el adolescente, aunque los padres
tienen margen de negociación. “Si les molesta planchar la ropa de su hijo y
luego encontrarla arrugada de cualquier manera, pueden decirle: ‘Vale, ten la
ropa como quieras, pero te la planchas tú”, aconseja Íñigo Ochoa de Alda.
La clave está en negociar. Por ejemplo, al hacer o no la cama. “Yo creo que no es necesario obligar a un adolescente a que la haga. Pero
entiendo que haya padres que opinen lo contrario –comenta Íñigo Ochoa de Alda–.
Así que pueden proponer: ‘Si no la haces, nosotros no te fregamos los platos ni
te planchamos la ropa”. Y a ver si, entonces, descubre las ventajas de hacer la cama. O se puede
llegar a una solución intermedia: “Puede cubrir la cama, en lugar de hacerla
completamente, para que al abrir la puerta ya no se vea deshecha”, añade Ochoa de Alda. Es una forma de que el adolescente acepte que sus padres tienen otros criterios, y, a la vez,
puede hacer las cosas a su manera.
“También hay que
pensar que es normal que la habitación esté desordenada, porque es un reflejo
de cómo están ellos –considera Knobel Freud–. Están pasando por una época de
muchos cambios, en la que se pueden sentir perdidos, algo desordenados. Por eso
su habitación también lo está. El
desorden representa su estado mental, y hay que respetarlo”. No es de extrañar que, en las habitaciones de los
adolescentes más jóvenes, todavía haya vestigios infantiles con objetos
juveniles. “Todo está
mezclado: el ayer, el hoy, el mañana y los afectos”, añade.
Ese desorden que tanto irrita a los padres permite que muchos adolescentes
estén en su salsa. Como explica Íñigo Ochoa de Alda, “quizás se sienten más creativos, porque su desorden va con su forma de
ser. Aunque quizás lo tienen todo revuelto para fastidiar a sus padres. Hay que
distinguir un motivo de otro. En el primer caso, no creo que haya que hacer un
drama”. Quizás muchos
padres entienden que pueden transigir respecto al orden, la cama o la
decoración. Pero ¿y la higiene?, ¿y si
hay restos de comida o si hay mucha ropa sucia en los armarios…? “Claro que tiene que haber límites en este sentido. Si la habitación huele
mal o las condiciones higiénicas son muy malas, eso puede afectar a la salud
del adolescente o molestar al resto de las personas de la casa. Así que los
padres pueden pedirle al hijo que la limpie”, señala Joseph Knobel Freud. Otra cosa es que lo haga. “Creo que es mejor que no entre otra persona a limpiar, porque, si no, es
muy cómodo para él. Tiene que limpiar él”. Una opción, como recomienda Íñigo Ochoa de Alda, “es pactar que hay que limpiar la habitación un día a la semana. Y que el
adolescente elija el día. Así participa de la decisión”.
Por otro lado, en muchas habitaciones puede haber un ordenador, un
televisor, una consola... aparatos que permiten aislarse horas y horas. En
opinión de Ochoa de Alda, “el adolescente tiene que compartir momentos
con la familia, como las comidas. Pero si va bien en los estudios, su conducta
es más o menos buena y está bien con la familia, creo que se le puede dejar a
su criterio las horas que pase en su habitación. Si no, habrá que poner límites”. No es fácil para los padres marcar límites. Entre el miedo a caer en la
excesiva exigencia o la excesiva permisividad hay una zona muy amplia. “Creo que el criterio tiene que marcarlo la seguridad y la salud del hijo
–considera Carlos Blinder–. Por eso se le puede pedir que no fume, ya que,
aparte de que es malo para su salud, molesta a otras personas de la casa. O que
la habitación no esté muy sucia, porque puede ser antihigiénico”.
¿Y las visitas
especiales? Una cosa es que
se encierre con sus amigos en su habitación. Y otra cosa es que se encierre con
su amigo o amiga especial y ponga la música un poco alta. “No veo el problema –explica Joseph Knobel Freud–. Es mejor que esté en su
habitación y no en sitios mucho menos seguros”. La habitación es un espacio en el que el adolescente
tiene derecho a disfrutar de su propia intimidad. “Por eso creo
que los padres deben llamar antes de entrar. Y no se puede fisgonear en ella. Entrar en su habitación sin su permiso es
una intromisión en su intimidad”.
La habitación, el
espejo del alma
Un vistazo a la
habitación de un adolescente puede ser muy útil para diagnosticar su ánimo. Una habitación sana es aquella en la que el
adolescente tiene sus pósters, fotografías… Está personalizada, aunque manga
por hombro. “Pero si está muy abandonada, si hay evidencias
de que ha dado puñetazos en la puerta, si está muy sucia y huele muy mal, si no
la decora… Podemos sospechar que al adolescente le pasa algo, porque no se ha
montado un refugio, un lugar agradable y personal –explica Carlos Blinder–. Es un reflejo de lo que pasa por
su cabeza”
¡Hola!,estoy totalmente de acuerdo con el artículo,tengo tres hijos adolescentes,de 15,16 y 18 años,y siento que para convivir se necesita respeto,respetarnos entre todos,nuestro espacio e intimidad,el problema es que las casas que tenemos la mayoría,son pequeñas,mis dos hijas duermen en la misma habitación en una litera,necesitan más espacio y salen al cuarto de estar,que todos compartimos,el chico es el que está con un cuarto para él,pero que tambien comparte por turnos con sus hermanas,pues comparten el ordenador ,que está anclado a la pared, la pantalla. Y aún así,con esos problemas de espacio, gracias al cariño,respeto y negociación,¡aún no nos hemos tirado de los pelos unos a otros!
ResponElimina¡Buen día!
Muchas gracias y felicidades!
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