Germán tomaba todos los días el mismo autobús para
ir a su trabajo. Una parada después de la suya, siempre subía una anciana y se
sentaba al lado de una ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el
trayecto iba tirando algo por la ventana.
Como todos los días hacía lo mismo, Germán, muy
intrigado, se acercó a ella y le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
—Son
semillas —le dijo la anciana.
—Pero las
semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los
pájaros... ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
—Seguro que
sí. Aunque algunas semillas en efecto se pierdan, algunas más acabarán en la
cuneta y, con el tiempo, germinarán.
—Pero
tardarán en crecer, necesitan agua... —replicó Germán.
—Yo hago lo
que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
Porque educar es sembrar. Sembrar amor, sembrar
consciencia, sembrar humanidad para que crezcan buenas personas, buenos ciudadanos
y buenos profesionales. Quiero compartir contigo un texto precioso de Marguerite Yourcenar sobre la educación
de los niños. Me parece extraordinario. Aquí queda, para que lo disfrutes y lo
paladees:
“He
reflexionado con frecuencia acerca de lo que podría ser la educación del niño.
Pienso que se necesitarían estudios básicos, muy simples, en los que el niño
aprendiera que vive, en el seno del universo, sobre un planeta cuyos recursos
deberá cuidar más tarde, que depende del aire, del agua, de todos los seres
vivientes, y que el menor error o la menor violencia, pueden destruirlo todo.
Aprendería que los hombres se han matado entre sí en guerras que sólo han
producido otras guerras, y que cada país acomoda su historia, falsamente, para
halagar su orgullo. Se le enseñaría lo suficiente del pasado para que se sienta
ligado a los hombres que lo han precedido, para que los admire cuando lo
merezcan, sin hacer de ellos unos ídolos, como tampoco del presente o de un
hipotético porvenir. Se intentaría familiarizarlo, a la vez con los libros y
las cosas; sabría el nombre de las plantas, conocería a los animales, sin hacer
esas odiosas vivisecciones impuestas a los niños y a los adolescentes con el
pretexto del estudio de la biología; aprendería a dar los primeros auxilios a
los heridos; su educación sexual comprendería su presencia en un parto, su
educación mental la vista de enfermos graves y de muertos. Se le darían también
simples nociones de moral, sin las cuales la vida en sociedad es imposible,
instrucción que las escuelas elementales y medias ya no se atreven a dar (…).
En materia de religión, no se le impondría ninguna práctica o ningún dogma,
pero se le diría algo respecto de todas las grandes religiones del mundo, sobre
todo de las de su país, para despertar su respeto y destruir por adelantado
ciertos prejuicios odiosos. Se le enseñaría a amar el trabajo cuando el trabajo
es útil, y a no dejarse engañar por la impostura publicitaria, comenzando por
la que le pondera golosinas más o menos adulteradas, que le preparan futuras
caries y diabetes. Hay ciertamente un medio de hablar a los niños de cosas
en verdad importantes, y más pronto de lo que se hace.”
Besos, abrazos,
Álex
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