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dijous, 6 de novembre del 2014

Cómo evitar los malentendidos. Pilar Jericó.

Imagínate que existiera un pequeño truco para reducir los malentendidos. Es difícil de que desaparezcan al 100 por cien, lo sé, pero imagina que algunos al menos se evitan. ¿Y en qué podría consistir dicho truco? En verificar si nuestras interpretaciones son realmente hechos. Así de simple. Veamos algún ejemplo para explicarlo mejor.
Suponte que es viernes y has tenido una discusión con alguien en la oficina, con algún vecino o con algún compañero de la universidad. Te has enfadado. No ha sido una discusión acalorada, pero lo suficiente para haberte molestado. Llega el sábado y te encuentras a esta persona por la calle. Le saludas y él o ella no lo hace. Hasta aquí, todos son hechos. El problema es que la mente no se queda tranquila con los simples hechos, comienza a elucubrar y a escribir su propio guión de película. El motivo ya lo hemos comentado alguna vez. Nuestro cerebro está preparado para la supervivencia, pero no para la felicidad. De este modo, tenemos tendencia a comprender los motivos para preverlos en un futuro aunque sea inventándonoslo. Por supuesto, hay algunos que resultan más expertos que otros, ya sabemos. El proceso es muy sencillo:
Del hecho “no me saludó” paso a la interpretación de: “me ignoró cuando le saludé”. Es decir, ya presupongo que la otra persona no ha querido decirte nada. Pero el guión de nuestra película solo está empezando.
De la interpretación pasamos a intentar comprender las causas: “Está claro que fue por la discusión del otro día y etc., etc…” Ya comenzamos a alejarnos de la realidad.
Como además, buscamos controlar el futuro, pasamos al capítulo de la generalización: “Siempre que me enfado con él, se pone así”…
Y como es de imaginar, tomamos una decisión para acometer en el futuro: “La próxima vez le saludará otro…” o decimos expresiones peores.
Y quizá la otra persona simplemente no te vio porque es miope y no llevaba gafas.
Pues bien, este proceso mental es lo que Argyris denominó la “escalera de inferencia”, porque nos alejamos de la realidad. Cada pensamiento que no se ciña al hecho es un peldaño para sufrir nosotros. Y aunque a veces intuimos cosas, en muchas otras ocasiones, creamos en nuestra cabeza guiones que luego no se cumplen y que nos hacen daño. Por ello, si fuéramos capaces de romper la escalera, podríamos recuperar un poco más de tranquilidad a nuestra querida cabeza.

¿Cómo evitar las escaleras de inferencia?
Lo primero de todo es distinguir un hecho de una interpretación. De lo que ocurre a lo que yo opine hay un trecho que pueden ser de milímetros o de metros, dependiendo de nuestra “creatividad” o de la intensidad emocional que incorporemos.
Segundo, si hay dudas, pregunta. A veces no lo hacemos por timidez o por orgullo, pero quizá el sabor amargo sea peor que cualquiera de los motivos anteriores.
Otra alternativa es de nuevo tomar la decisión. Insistir. Quizá no te haya oído.
Y por último, evitar generalizaciones. Es poco recomendable irse al mundo del “siempre, nunca”. Es un trampa mental que hace mucho daño.
En definitiva, nuestra mente también es un músculo que se puede entrenar. Cuando
nos ocurren ciertos contratiempos, si no paramos de darle vueltas, podemos sufrir en exceso. Por ello, es mejor verificar si estamos en el camino correcto, reducir nuestras interpretaciones, evitar generalizaciones o la búsqueda de causas que quizá no existan y, por supuesto, poner un poco de templanza a nuestras acciones. En este punto, me gusta la síntesis que hacía Santa Teresa:
“La mente es la loca de la casa”. Y, muy posiblemente, tenga razón en buena medida de nuestros contratiempos.





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