Ilustración de Anna Parini |
Preguntar, asombrarse, seguir el
instinto, vivir el momento. estar orgullosos de los logros...
Son algunas de las lecciones que se
pueden aprender de los niños si se está atento
Una vez, una madre primeriza le preguntó a
Alejandro Jodorowsky cómo debía educar a su hijo, a lo que el artista chileno
le respondió sin vacilar: “Deja que él te
eduque a ti”. Esta anécdota, más allá del inteligente juego de
significados, encierra una gran verdad que en muchas ocasiones se pasa por
alto. Y es que los
niños tienen mucho que enseñar y los adultos tenemos mucho que aprender.
Carlos Goñi y Pilar Guembe, en su
libro Aprender de los hijos, lo
resumen de forma brillante al asegurar que “cada hijo nos trae el mismo mensaje: a partir de ahora,
todo va a ser al revés: aprende el que enseña, recibe el que da, queda lleno el
que se vacía. El poeta inglés George
Herbert decía que un padre vale por cien maestros; nosotros pensamos que la
frase también se puede aplicar a los hijos”.
Sí, se puede aprender de los hijos, pero también
de los niños en general. Incluso podemos reaprender del niño que sigue estando
dentro de nosotros. Decía Novalis,
el gran poeta del romanticismo alemán, que “ahí donde está
la infancia se encuentra la edad de oro”. Una edad de oro en la
que crecemos, nos desarrollamos y aprendemos con naturalidad, sin ningún
esfuerzo. Lo que ocurre es que llega un momento en el que olvidamos aquellos
valores y actitudes que teníamos incorporados y que nos hacían descubrir el
mundo de una forma apasionada y apasionante. Existe un momento en nuestra vida
en el que toda actitud infantil es rechazada con frases del tipo “no seas niño” o “parece
mentira, es peor el padre que el hijo” y cosas por el estilo que
seguro que suenan familiares. Así, poco a poco, estas sanciones verbales van
calando en el interior y hacemos eso que solo deberían hacer las frutas, es
decir, madurar. Si nos apartamos de nuestra infancia, también lo hacemos de las
grandes posibilidades de instruirse, desarrollarse y crecer. Son muchas y muy
variadas las grandes lecciones que se pueden aprender observando a estos
pequeños maestros. A continuación, 10 de ellas, aunque, como suele pasar con el
aprendizaje, sea del tipo que sea, lo mejor es que cada uno observe y saque sus propias
conclusiones.
1. Ahora es
lo que cuenta. Los niños viven el momento con total intensidad, sin
reservarse nada para después. Ponen toda su energía, empeño y corazón en lo que
están haciendo ahora. Cuando están corriendo, cuando están construyendo una
torre de piezas de madera, cuando se bañan en la playa… son capaces de estar inmersos
en el presente. Ese es su tiempo y ahí es donde viven, sin dejarse
agobiar por pensamientos del pasado ni preocupaciones del futuro que es posible
que jamás lleguen.
2. Preguntar
aquello que no se sabe. Sentenciaba Confucio que la verdadera sabiduría
está en “saber
que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe”. Sin
duda, en la infancia, conscientes de todo aquello que se ignora, no paramos de
preguntar y preguntar. No nos da vergüenza admitir que no sabemos esto o
aquello con tal de obtener respuestas, y una vez conseguidas aparecen los “por qué”
tan temidos por los padres, porque es muy posible acabar en un callejón sin
salida o en cuestiones metafísicas. Pero es siendo capaces de preguntarse el porqué de todo como
se crece y se sigue adelante.
3. Asombrarse
de lo que nos rodea. Si no se ejercita, la capacidad de asombro disminuye
con el paso del tiempo. Y con ella, la creatividad. Pero se puede practicar,
podemos obligarnos a que las cosas nos sorprendan. Decía Proust que “la verdadera felicidad no consiste en encontrar nuevas
tierras, sino en ver con otros ojos”. Esos nuevos ojos son los
mismos que tuvimos cuando éramos pequeños. Porque si mirásemos el mundo con los
ojos de un niño, sería un lugar absolutamente maravilloso y mágico. No habría
espacio para las rutinas, ni el aburrimiento, ni la desidia.
4. Caerse
es parte del aprendizaje. Observando lo que ocurre en un parque cualquiera
se puede ver con qué naturalidad los niños y niñas que allí juegan se caen y se
levantan y se vuelven a caer como si no hubiera pasado nada. Tejanos rasgados,
vestidos manchados, alguna pequeña heridilla que requiere de un poco de agua y
ya está. El juego continúa. Ellos se caen sabiendo que se van a levantar y que se van a
volver a caer. Si de mayor es tan difícil aprender a ir en bicicleta
no es por una cuestión de habilidad o equilibrio, es por el miedo que da caer.
Y quien dice bicicleta dice cualquier desafío que requiera de superar los
miedos propios.
5. Y
mancharse también. La suciedad asusta. Queremos vivir, pero salir impolutos
del intento. Tocamos la comida con cubiertos, nos sacudimos enseguida la arena
o la nieve en el abrigo. Los adultos crean un mundo aséptico que huele a
consulta de médico y que los alergólogos alertan de que es pernicioso para el
desarrollo del sistema inmunitario. Pero además esta cruzada en contra de la
suciedad hace tomar distancia del mundo, pero cuando este se vive con total
intensidad salpica. Experimentar ensucia. Explorar ensucia. Construir
ensucia. Es parte del aprendizaje.
6. Liberados
de la obsesión por lo nuevo. Ver una película y volver a verla una y otra
vez. Querer escuchar ese cuento que ya ha sido contado en cientos de ocasiones.
Repetir la misma camiseta porque es su favorita. Los niños reinciden. No están
sujetos por la espiral de la novedad constante. Por esa ansia que
produce el incesante bombardeo publicitario que dice que lo nuevo es mejor. Son
inmunes, aún, a ello.
Ilustración de Anna Parini |
7. Seguir
el propio instinto. Los más pequeños actúan y deciden por instinto. Por
instinto se acercan y confían. Por instinto crecen y se desarrollan. Esta
conducta en muchas ocasiones es la que da las respuestas correctas. Pero luego
aparece el cálculo de posibilidades. El qué pasaría si… La duda constante y, en definitiva, la
parálisis por análisis. Debemos reaprender a seguir nuestro
instinto.
8. Orgullo
de los logros propios. “¡Mira, mamá, lo que sé hacer!”. Seguro que
esta frase nos suena. Y es que estos grandes maestros no esconden sus
progresos. Saben felicitarse cuando tienen que hacerlo, estar alegres por las
cosas que aprenden, y son capaces de celebrar sus éxitos y compartirlos con sus
seres queridos. Una actitud de entusiasmo por la superación que les lleva a
querer conquistar nuevas cimas y afrontar nuevos desafíos. ¿Cuánto
hace que no nos felicitamos a nosotros mismos? ¿Cuánto que no somos capaces de
compartir un logro personal?
9. Si río,
río. Si lloro, lloro. Saber expresar los sentimientos y no tener miedo o reparo
en ello es una gran lección de inteligencia emocional. Los niños son
capaces de llorar en público, de reír a carcajadas, de entregarse a sus
emociones. Y no esperan a que les adivinemos los sentimientos. No. Si requieren
de un abrazo, de un beso de buenas noches, de un consuelo… lo piden, y así la
vida es mucho más sencilla. También son capaces de admitir el miedo o que algo
les asusta, y de esta manera, con ayuda, es mucho más sencillo afrontarlos y
superarlos.
10. ¿Amigos?
Hacer amigos es una cuestión de confianza,
aceptación, generosidad, espontaneidad… Cuando se es pequeño cuesta
muy poco hacer amigos, compartir, jugar, divertirse, explorar juntos. Es una
actitud alegre y despreocupada que hace que el mundo sea un lugar menos
solitario. ¡Con lo poco que nos cuesta pedir amistad en Facebook y lo duro que
se hace decir “¿amigos?” en la vida real! A ellos no.
11. Yo creo.
Los niños creen. En los Reyes Magos, en las hadas y en cualquier tipo de magia,
incluso la propia. ¿Nos suena cuando vienen y tratan de convencernos de que
este objeto o este otro tiene propiedades mágicas? Claro, es posible que
piensen que eso les hace vulnerables, ingenuos tal vez. Pero ya nos advertía Roald Dahl, el famoso escritor de
libros infantiles: “El que no cree en la magia nunca la
encontrará”. Sea como sea, la verdadera cuestión es mantenerse
despierto a lo desconocido, a las posibilidades, al misterio, a lo
que no entendemos. Por ejemplo, abrirnos a la magia de volver a ser niños.
Pequeña
lección histórica
Cuando Donato
d’Angelo Bramante hubo terminado por fin los planos de la basílica de San
Pedro, envió a su hijo de siete años para que se los entregara al papa Julio
II. El Papa, satisfecho por el trabajo, puso ante el niño una caja llena de
monedas de oro y dijo:
“Mete la mano
y toma todas las monedas que puedas”.
“Creo que será mejor que usted tome las que
pueda y se las dé a mi padre”, contestó el niño.
“¿Por qué, no
crees que eres capaz de hacer esto?”.
“Sí que me
creo capaz, pero usted tiene las manos más grandes”.
PARA
CONECTARNOS
Libro
‘Aprender
de los hijos’.
Carlos Goñi y Pilar Guembe. (Plataforma Editorial)
Pequeños maestros que nos pueden ayudar a crecer.
Película
‘El
chico’.
Jon Turteltaub. A un personaje sin escrúpulos se le presenta su yo infantil para
protestar de la vida que lleva.
Canción
‘Volver a ser
un niño’.
Los Secretos
Enlace
La niña prodigio Adora Svitak, en una inspiradora conferencia sobre por qué el mundo
necesita un pensamiento infantil: ideas audaces, creatividad salvaje y
optimismo.
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