La perseverancia es una carrera de fondo. Una
maratón en cuya meta habitan todos nuestros objetivos. Lamentablemente, en una
sociedad que late al ritmo de la hipervelocidad, esta modalidad ha perdido
muchos adeptos. Nuestro día a día está marcado por los estímulos constantes y
la gula por querer siempre más. Así, tendemos a centrarnos en lo inmediato y en todo aquello
que nos promete una dosis de satisfacción exprés. Podríamos decir
que participamos en una perenne carrera de cien metros lisos, en la que apenas
importa la resistencia. Todo lo rige la rapidez y la ley del mínimo esfuerzo.
Pero esta inercia nos impide centrarnos en aspiraciones a largo plazo, lo que
limita las posibilidades de tomar las riendas de nuestro destino.
La receta parece sencilla: seguir el recorrido
marcado, no parar bajo ninguna circunstancia y, a su debido tiempo, cruzar la
línea de meta. Pero del dicho al hecho hay un trecho. La perseverancia se conquista cada día.
Cuando emprendemos el reto de correr una maratón sin haber entrenado lo
suficiente, solemos terminar tirando la toalla. Nuestro cuerpo no está
preparado para aguantar tan exigente esfuerzo, y nuestra mente se bloquea ante
la elevada presión. Lo cierto es que resulta fácil construir castillos en el
aire, imaginado éxitos futuros e incontables alegrías. Pero el esfuerzo, la voluntad,
la constancia y el sudor que requiere la realización de tan creativas
ensoñaciones son patrimonio de quienes perseveran.
Entonces, ¿en qué consiste la perseverancia? Y
¿cuáles son sus beneficios? Etimológicamente, proviene del latín perseverantia,
que significa constancia,
persistencia,
dedicación,
firmeza
o tesón;
bien en las ideas, las actitudes o en la ejecución de cualquier propósito. Así,
la perseverancia es la capacidad de seguir adelante a pesar de los obstáculos,
las dificultades, la frustración, el desánimo e incluso los deseos de rendirnos
ante cualquier situación. Una persona perseverante persigue sus metas con ahínco
y tesón, tiende a terminar todo aquello que empieza, mantiene su atención en su
objetivo y, si no lo alcanza, lo vuelve a intentar utilizando un método
distinto. Así, esta cualidad nos ayuda a desarrollar el autocontrol, a regular nuestra tolerancia a la
frustración y nos convierte en personas más resistentes y resilientes.
Dicho de otra manera, la perseverancia es una
suerte de brújula
que nos permite orientarnos en la tormenta. Es el factor que
convierte las palabras en acciones, la teoría en práctica, los sueños en
realidades. La fortaleza que nos lleva a no rendirnos ni desfallecer ante las
más adversas circunstancias. Como si fuéramos arcilla, nos moldea y nos
esculpe. En última instancia, está vinculada a nuestros intereses y
motivaciones más profundos. Honrarla es honrarnos a nosotros mismos. La
pregunta es: ¿estamos
dispuestos a pagar su precio?
Cómo entrenar
la perseverancia
“Si te caes siete veces, levántate
ocho”, Proverbio
chino
Así, ¿cómo se entrena la perseverancia? No basta
con poner un pie delante del otro hasta alcanzar la línea de meta. Se trata de
un proceso que requiere de una cuidadosa planificación. Podemos empezar por definir al
máximo detalle nuestro propósito. Tal vez se trate de una meta concreta, como
dejar de fumar. O de algo más abstracto, como mejorar nuestras relaciones
personales o tal vez ser una persona más feliz. Sea cual sea, es fundamental
contar con una hoja
de ruta que dirija nuestros pasos hacia tan ansiado destino. De ahí
la importancia de dedicar el tiempo necesario para prepararnos y reflexionar.
En este proceso, resulta vital aprender a ir más
allá de lo que tenemos delante de nuestras narices y tomar perspectiva. Sólo
así podremos posicionarnos en la dirección correcta para dar el siguiente paso.
También podemos ponernos un plazo de tiempo determinado para alcanzar los
distintos puntos clave de la carrera, para mantener el ritmo y nuestro nivel de
motivación. Dejar a un lado las dudas y confiar en nosotros mismos, yendo más allá de
las críticas y opiniones ajenas, es una parte clave del camino, al igual que reconectar con
nuestros valores. Saber cuáles son nos aportará valiosa información
sobre nuestras prioridades y ayudará en la toma de decisiones, además de
mantenernos alineados con nuestro propósito.
Cabe señalar que seremos capaces de perseverar si
creemos que seremos capaces de perseverar. Y eso significa atrevernos a mirar de frente
a la adversidad. Cuando surge un problema, es más fácil
compadecernos, quejarnos y ocultarlo bajo la alfombra que asumir parte de
responsabilidad y hacer lo que esté en nuestra mano para resolverlo. La mayoría
sucumbimos a la pereza, la infravaloración y la procastinación. Se trata de los
mayores enemigos de la perseverancia, una forma de autosabotaje que nos aleja
de la línea de meta. “Ahora no me apetece ponerme con eso”, “mejor ni lo
intento, porque no lo voy a conseguir”, “lo dejo para mañana, o quizá pasado”…son
latiguillos tan comunes como dañinos.
Pedazo a pedazo, se apoderan de nuestra fuerza de
voluntad y nos susurran palabras venenosas al oído. Gran parte de su poder
proviene del miedo
que tenemos, ya sea a lograr nuestros objetivos o a fracasar en el
intento. Y las tres utilizan la misma arma: nos paralizan. Formulamos
excusas que justifican dejarlo todo en pausa, en una zona gris, en la que no
tenemos que arriesgar ni tampoco perder nada. Así no tenemos que enfrentarnos a
las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. Resulta más cómodo así. De
este modo, nos conducen hacia la huida o el abandono, privándonos de la oportunidad de saber de
lo que somos capaces. Sobretodo cuando se convierten en hábitos y
terminamos por jurarle lealtad al “no puedo”.
Constancia vs
terquedad
“Nuestra recompensa se encuentra en
el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”, Mahatma Gandhi
Si algo nos ha enseñado la historia es que el ser
humano es capaz de hazañas extraordinarias. Que contra todo pronóstico y en
circunstancias extremas, llega a superar obstáculos imposibles e inspira a
otros a hacer lo mismo. Ése es el legado de la perseverancia. Eso sí, hay que
remarcar que existe una fina línea que separa esta cualidad de la terquedad.
Depende de en qué situaciones, perseverar puede resultar un proceso desgastante
y estéril que no justifica el esfuerzo y dedicación que requiere. Por lo tanto,
es fundamental saber
cuándo perseverar, hasta qué punto hacerlo y también cuándo es más
beneficioso abandonar y centrar nuestras energías en otro proyecto
distinto.
Pongamos por ejemplo que queremos una cosa. Y que
para conseguirla tenemos que quedar con una persona específica. Tras intentar
contactar con ella cuatro veces por teléfono, mandarle dos e-mails y enviarle
una carta por correo ordinario a su oficina, parece que no hay manera de dar
con ella. En el proceso no dejan de aparecer obstáculos que nos impiden lograr
nuestro objetivo. Y no paramos de sumar en insatisfacción. La vida nos está hablando,
pero no nos paramos a escuchar. Tan importante como aprender a perseverar es aprender a
soltar lastre. Eso sí, nunca hay que intentar algo menos de tres
veces por falta de perseverancia. Y tampoco tratar de conseguir algo más de
siete veces por exceso de terquedad.
A veces resulta muy duro poner punto y final a un
proyecto en el que hemos invertido incontables horas, sangre, sudor y lágrimas.
El peso de todos los pasos dados y nuestro propio orgullo a menudo nos impide
ser honestos con nosotros mismos. Requiere de mucho valor reconocer que nos
hemos marcado una meta equivocada, y aún más fortaleza optar por cambiar de
dirección. Admitir
que hemos errado no es agradable, pero es necesario para tomar nota
de aquello que no ha funcionado y ganar en versatilidad y humildad. Así, incluso cuando
no da los frutos esperados, la perseverancia nos regala un gran aprendizaje:
forja el carácter y nos ayuda a conocernos más a nosotros mismos, descubrir
nuestros límites y aprender a escoger nuestras batallas.
Esta especie de superpoder tiene la capacidad de
llevarnos a la cima y también de hacernos disfrutar del camino. Al igual que en
una carrera de fondo, nuestra mente tiene un papel protagonista en este
proceso. No en vano, genera la conocida como ‘hormona de la felicidad’
–serotonina- que activa la denominada ‘euforia del corredor’. Esta condición, que
aparece tras padecer la dureza extrema de la carrera, conlleva una sensación de
bienestar profundo, casi trascendente. Es el resultado de superarnos a nosotros mismos. Ése es
el auténtico premio de la perseverancia.
En clave de
coaching
¿Qué nos
aporta la procastinación?
¿De qué manera
mejoraría nuestra vida si la cuestionáramos?
Libro
recomendado
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