Un hombre invitó a Nasrudín a salir de caza con
él, pero le dio por montura un caballo demasiado lento. El Mulá no dijo
palabra. Muy pronto los demás se distanciaron, perdiéndose de vista. Poco
después comenzó a llover fuertemente. No había refugio alguno en esa zona y
todos los participantes de la cacería terminaron empapados. Nasrudín, sin
embargo, en cuanto comenzó a llover se quitó todas sus ropas, las dobló y se
sentó encima de ellas. Cuando cesó la lluvia, se vistió nuevamente y regresó a
la casa de su anfitrión para almorzar. Nadie podía comprender por qué estaba
seco. No obstante sus veloces caballos, ellos no habían podido hallar refugio
en esa llanura.
-Fue el
caballo que me dio, dijo Nasrudín.
Al día siguiente le dieron un caballo rápido y su
anfitrión reservó para sí el lento. Llovió nuevamente. El caballo iba tan
despacio que el anfitrión se mojó más que nunca, mientras regresaba a su casa a
paso de tortuga.
Nasrudín repitió la misma operación que la vez
anterior y regresó a la casa seco.
-Usted es el
culpable (gritó el anfitrión), porque me hizo montar ese maldito caballo.
-Quizá (dijo
el Mulá) usted
no puso nada de sí mismo para resolver el problema de mantenerse
seco.
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