En ocasiones nos gustaría poder escoger qué olvidar y qué
recordar para siempre. Y aunque de momento es imposible, los neurocientíficos
estudian cómo ayudarnos a potenciar la memoria y también cómo evitar que las
remembranzas traumáticas nos produzcan sufrimiento.
Aquella noche había quedado
para salir a bailar con unas amigas. Caminaba ligera, por una calle peatonal
del barrio gótico de la ciudad, cuando, de repente, unos 10 metros más
adelante, un hombre se arrojó por el balcón y se estampó contra la acera,
frente a ella. Gritos, sangre por todas partes, gente corriendo de un lado a
otro histérica, la sirena de la policía.
De aquel fatídico suceso han
pasado cerca de diez años, sin embargo, C.S. sigue reviviendo, de vez en
cuando, aquella escena. Recuerda, sobre todo, el ruido seco del cuerpo al
impactar contra el suelo y a veces la imagen de aquella persona ensangrentada
la despierta en medio de la noche. “Ojalá pudiera olvidarlo –dice esta mujer afligida–.
Cuando me viene aquel momento a la mente, es como si volviera a estar allí. Me
pongo a temblar, tengo escalofríos y el corazón me va a mil”.
Por desgracia, muchos de
nosotros a lo largo de la vida pasamos por momentos duros; experimentamos
situaciones dolorosas que pueden llegar a ser traumáticas, como un accidente,
un atentado o la muerte de un ser querido. El dolor forma parte de la
existencia y, en ocasiones, tiene un valor educativo: nos enseña y nos prepara
para enfrentarnos en el futuro a situaciones similares. El problema no es recordar un evento
doloroso, sino que al hacerlo suframos de tal manera que eso nos impida seguir
con nuestra vida de forma normal.
“Se nos puede morir un hijo y que el dolor que sintamos no nos
deje ni ir a trabajar, ni salir de casa. Si eso se alarga mucho tiempo, puede
provocarnos estrés postraumático e incapacitarnos en nuestro día a día”, explica la
psicóloga clínica Ingeborg Porcar,
experta en traumas y emergencias. “Presenciar un hecho con imágenes, sonidos u olores
impactantes ya nos puede generar un trauma”, añade.
Hasta
ahora, no podíamos controlar qué recordar y qué olvidar. La memoria se
encargaba de ello y, en ocasiones, nos jugaba malas pasadas. No obstante, eso
podría cambiar. Desde hace un par de décadas, neurocientíficos de todo el mundo
investigan cómo funciona el cerebro, cómo se forman los recuerdos y de qué
manera se puede ayudar a las personas a mejorar y potenciar su capacidad de
aprendizaje, esto es, a reforzar la memoria. Pero también estudian maneras para
impedir que los recuerdos de experiencias dolorosas o traumáticas queden
registrados en nuestras redes de neuronas.
“Quizás, en el futuro, podremos tomar una pastilla para recordar
mejor y, otra, para olvidar experiencias dolorosas o traumáticas”, señala Michael Gazzaniga, uno de los
fundadores de la neurociencia cognitiva, quien visitó Barcelona recientemente
para participar en el ciclo En los orígenes de la mente humana, organizado por
el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
La
memoria traicionera.
La desgracia no nos afecta a todos por igual. “Su repercusión sobre la memoria y el resto
de funciones mentales depende del evento en sí. Si es claramente peligroso para
la vida impacta, pero también, y quizá mucho más, influyen las características
personales de cada uno. Hay a quienes les genera un trastorno por estrés
postraumático, a otros un cuadro depresivo, inicio de adicciones y a otros,
nada”, explica Xaro Sánchez,
doctora en psiquiatría y miembro del grupo “Cervell de Sis”.
Para entenderlo, es necesario
saber cómo funciona la memoria humana. Solemos pensar que es como una cámara de
vídeo que va registrando lo que pasa a nuestro alrededor y que después archiva
de forma ordenada esas escenas de nuestra vida en el disco duro del cerebro
para poder recuperarlos cuando los necesitemos. Lejos de la realidad. Tal como
afirma el profesor de psicología de la Universidad de Nueva York, autor de Kluge: la azarosa construcción de la mente
humana (Ed. Ariel, 2010), Gary
Marcus, la memoria es una verdadera chapuza.
A diferencia de los
ordenadores, con los que solemos comparar al cerebro, este no guarda la
información en forma de paquetitos de datos constantes a lo largo del tiempo,
sino que la
memoria funciona por contexto. Para aprender nuevas cosas utiliza
“pistas”, una especie de ganchos para estirar de ese determinado recuerdo. Por
eso, es más fácil recordar la receta de un pastel si estamos en la cocina que
si lo intentamos en la calle.
Esta forma de funcionar
comporta ventajas: el cerebro prioriza recuerdos y recupera aquellos que más se
utilizan. Aunque también conlleva problemas. Cuando dos situaciones son similares,
en ocasiones no sabe cuál escoger y se equivoca.
Y luego están las emociones, básicas, que interfieren de manera
directa en cómo se graba el recuerdo e incluso pueden llegar a distorsionarlo. Sin
emociones, no hay aprendizaje ni, por tanto, recuerdos. De ahí que no nos
acordemos de lo que compramos en el súper hace un mes, mientras que sí somos
capaces de explicar con detalle la cena romántica con nuestra pareja del fin de
semana pasado.
También funcionan de filtro a
la hora de recuperar el pasado. “Si empiezas a tener problemas con un compañero de
trabajo, a partir de cierto momento sólo
recuerdas las cosas desagradables y olvidas las buenas que puede que haya
habido antes –señala Ingeborg Porcar, al frente de la Unidad de
Trauma, Crisis y Conflicto de Barcelona–. Eso pasa porque la memoria pone un filtro selectivo a
la hora de almacenar nueva información y también de evocarla”.
Las
emociones ejercen un papel crucial en situaciones traumáticas. La memoria,
apunta Andrés Cuartero, psicólogo
clínico al frente de la atención psicológica en el Sistema de Emergencias
Médicas de Catalunya (SEM), está al servicio de nuestra supervivencia. Por
ello, ante una situación de peligro, el organismo activa una respuesta
biológica de estrés, que, por una parte, nos prepara para salir huyendo en caso
necesario, pero que, por otra, también nos enseña; registra el evento como
peligroso y nos prepara para el futuro. No obstante, cuando se producen
circunstancias extremas, como el accidente con víctimas, la respuesta de
activación del organismo se amplifica de tal manera que hace que la memoria
comience a fallar.
Completando
los relatos. En
situaciones como ese accidente, se dispara la amígdala, una región con forma de
almendra, que se encuentra ubicada en el centro del cerebro y que está
relacionada con los mecanismos de miedo y supervivencia. La sobreactivación de
esta área influye sobre el hipocampo, encargado del aprendizaje y de dotar de
un escenario y de un tiempo a los recuerdos. Cuando se produce una situación traumática,
el hipocampo no puede registrar con normalidad lo que ocurre. De manera que se
producen lagunas, escenas confusas. Entonces, de forma inconsciente, el cerebro trata de
resolverlas, pone orden en los recuerdos y trata de conferirles un sentido, aunque
para ello tenga que… inventar. Y es que no le gustan las incertidumbres.
Así se comprobó en un estudio
llevado a cabo tras los atentados del 11 de setiembre en Estados Unidos. Un
equipo de psicólogos liderados por Elizabeth
Phelps y William Hirst, de la Universidad de Nueva York, entrevistaron a
personas que habían vivido en primera persona el terrible suceso poco después
de que se produjera y recogieron sus testimonios. Al cabo de un año, volvieron
a entrevistarse con aquellas personas y vieron que sus recuerdos se habían
modificado en un 37%. Tres años más tarde, el 50% de sus memorias sobre aquel
fatídico día eran distintas. En algunos casos, las historias se habían
fortalecido y ganado en coherencia; pero en otros, algunos individuos incluso
afirmaban estar en otro lugar distinto cuando cayeron las torres. Era como si
aquel recuerdo traumático se hubiera corrompido y transformado, a pesar de que
ellos no eran ni tan siquiera conscientes de ello.
“En una situación de estrés máximo, de shock, como la que
vivieron los testigos del accidente ferroviario en Castelldefels (en el que
murieron trece personas en junio del 2010), la memoria empieza a fallar y es
incapaz de recoger todo lo que sucede, de manera que se producen lagunas, trozos que no recordamos. En lugar de
experimentar una experiencia integrada, lo hacemos de forma fragmentada. Y eso
es fatal para el cerebro, porque si no es capaz de resolver esa historia
incompleta, eso puede conducir a situaciones de estrés postraumático, como las
que viven muchos soldados que tras volver de la guerra, tienen flashbacks y
reviven una vez y otra el trauma”, explica Cuartero, que fue uno de los
profesionales del Sistema de Emergencias Médicas de Catalunya que participó en
la atención a las víctimas la misma noche del terrible suceso en aquel pueblo
catalán.
Regreso
al pasado.
Esos
flashbacks son, a menudo, imágenes intrusivas, que a diferencia de los
recuerdos, que tenemos que evocar de forma consciente, aparecen una y otra vez
con la misma intensidad emocional que cuando las registramos.
Ingeborg Porcar, al frente de la Unidad de Trauma, Crisis y Conflicto de
Barcelona (Utccb.net), asistió a algunos de los pasajeros que sufrieron el
naufragio del transatlántico Costa Concordia.
“Algunas de las personas experimentaban sensaciones recurrentes
de frío, humedad, desamparo. Sobre todo aquellas que tardaron más en ser
rescatadas, las que sufrieron por su vida, tenían problemas para dormir,
experimentaban sentimientos de rabia y de miedo. La megafonía también les producía
intrusiones: algunas personas, meses después del accidente, aún se asustan
cuando en el supermercado oyen un anuncio, porque les recuerda las alarmas, las
consignas de evacuación de aquella noche”, explica Porcar.
Que se produzcan este tipo de
flashbacks o de imágenes intrusivas durante un tiempo es absolutamente normal. Forma parte del
periodo de adaptación de las personas a la nueva realidad. Pero
¿cómo evitar que esos flashbacks se cronifiquen y conviertan nuestras vida en
un infierno? Algunos neurocientíficos creen que es mejor no hablar las cosas,
puesto que consideran que esta estrategia puede empeorar la situación al
reforzar el trauma; existe un estudio en ese sentido, llevado a cabo por el
ejército norteamericano, en el que se monitorizaba a 952 pacificadores en
Kosovo; la investigación puso de relieve que hablar sobre la misión no ayudaba
a la recuperación de aquellas personas, sino todo lo contrario: se había visto
que incluso aumentaba la ingesta de alcohol.
Otros profesionales, en cambio,
consideran que la terapia de exposición es una buena forma de evitar el estrés
postraumático. “Compartir
es el sistema que tenemos desde que somos humanos para poder ayudarnos. Y
aunque no hay una receta mágica aplicable a todo el mundo –puntualiza Cuartero–,
en general, tal como aconseja la sabiduría popular, hablar de las cosas que nos ocurren alivia. Eso sí, hay que encontrar
el momento adecuado para hacerlo”.
Justo
después de que se produzca el suceso lo más conveniente es tranquilizar a la
persona. Es
en esos momentos en los que se pueden construir aspectos muy ligados a los
traumas, como fobias, o sensaciones de ansiedad, miedo, angustia, desequilibrio
psicológico, por lo que la primera intervención de los psicólogos que acuden
como parte del servicio de emergencias médicas al lugar de la tragedia suele ir
encaminada a desactivar el estado de shock de la persona, a hacer que se sienta
segura, para que pueda recuperar la funcionalidad lo antes posible. “Se trata de que
puedan conectar de nuevo con la realidad, que puedan empezar a
autorresponsabilizarse de sus cuidados. Debemos intentar romper la sensación de
vulnerabilidad que tienen”, explica Cuartero. Conectarlos de nuevo con la realidad y,
sobre todo, darles información. Deben saber qué ha ocurrido. Se trata de poner
las bases para que en aquellos momentos iniciales tan duros podamos prevenir
que aquello derive hacia consecuencias más graves, que no se produzca un
desequilibrio”, añade.
Pastillas
para olvidar.
Pero ¿qué pasa con aquellas personas a las que, a pesar de la terapia
psicológica, los recuerdos las acechan y no las dejan vivir tranquilas, como
las víctimas de abusos sexuales? Los neurocientíficos sopesan la posibilidad de
administrar fármacos capaces de borrar selectivamente partes de la memoria. Han
visto que hay una proteína, la quinasa C, que tiene un papel esencial en la
regulación de la consolidación de los recuerdos; se halla presente en las sinapsis,
las conexiones entre las células nerviosas, y se ha visto que cuando no está
presente, los recuerdos comienzan a desvanecerse.
Y es que recordar y los
recuerdos no son otra cosa que un cóctel de sustancias químicas. Para que una
neurona pueda establecer una conexión con otra y así forjar una memoria, se
necesita que se active una serie de genes y que se sinteticen proteínas que
ayuden a que la excitación eléctrica pase mejor de una a otra célula nerviosa.
En los años noventa Karim Nazer, un científico que
estudiaba la respuesta emocional del cerebro en la Universidad de Nueva York,
investigó qué pasaba si bloqueaba esa síntesis de proteínas. Hizo que una
docena de ratas asociaran un fuerte ruido con una pequeña pero dolorosa
descarga eléctrica y, tras semanas reforzando esta asociación, probó a inyectar
en los roedores un inhibidor de la síntesis de proteínas. Para su sorpresa,
descubrió que al sonar el ruido que habían oído durante meses, las ratas ni se
inmutaban. ¡Se habían olvidado de la asociación! Si la proteína no se podía
formar en el acto de recordar, entonces el recuerdo original también dejaba de
existir.
Al parecer, el borrado era
bastante específico y los animales podían seguir aprendiendo cosas nuevas. La
investigación de Nazer supuso un descubrimiento enorme en neurociencia porque
contradecía la idea de que los recuerdos se formaban y se guardaban en el
cerebro; había quedado demostrado que se reconstruían cada vez que los evocamos. Y
en esto se basa la idea de crear una pastilla que nos ayude a borrar los malos
recuerdos.
En un reportaje publicado en
primavera del 2012 en la revista Wired, se recogía que se habían llevado a cabo
experimentos recientes con ratas en los que se hacía que los animales asociaran
la sacarina con náuseas; para ello, les daban una inyección de litio cada vez
que probaban este edulcorante. Tras reforzar la relación entre sacarina y
náusea, al parecer bastó una sola inyección de sustancias inhibidoras de la
proteína quinasa C para que las ratas olvidaran su aversión.
Algunos científicos apuntan que
en el futuro puede que haya tratamientos basados en este tipo de químicos, que
se aplicarán para modificar un recuerdo concreto. “Trabajamos para aumentar la memoria, pero
también para borrarla. Estamos estudiando fármacos que parece que podrían
funcionar. Podríamos tomar pastillas para reforzar determinados recuerdos y
otras para olvidar malos momentos”, indica Michael Gazzaniga, catedrático de Psicología de la Universidad de
California y autor de ¿Qué nos hace humanos?
(Ed Paidós, 2010). “Tendremos que valorar el impacto que este tipo de
pastillas podría tener en nuestras vidas; hay quienes ven problemas, yo no”,
agrega.
Para Andrés Cuartero, no sería
ético. ¿Quién
tiene el derecho a decidir qué recuerdo se guarda y cuál no? ¿Cómo
asegurar que se puede hacer una selección muy específica de recuerdos
químicamente? ¿Afectaría eso al resto del córtex? Porque en los experimentos
con ratas no se puede comprobar.
Se han llevado a cabo estudios
pioneros en este sentido. En el departamento de Psicología Clínica de la
Universidad de Amsterdam, realizaron un experimento con 40 voluntarios.
Primero, les condicionaron para que tuvieran miedo a algo: les enseñaban una
foto de una araña y la acompañaban de un estímulo doloroso. Tras hacerles
adquirir ese miedo, a la mitad de los participantes se les administró un
placebo y a la otra mitad una dosis de 40 mg de propanolol. Un día después
comprobaron que aquellos que habían tomado el fármaco no mostraban reacción de
miedo ante el estímulo a diferencia del resto de voluntarios. Pero ¿funcionará
el propanolol, un fármaco que se emplea para tratar la hipertensión, para
tratar los miedos derivados del estrés postraumático?
Quizás en el futuro podremos
escoger qué guardar y qué borrar. ¿Que tenemos un desengaño amoroso? Delete.
¿Que dejamos atrás un año horrible, lleno de malas noticias? Fuera. Si el
pasado se convierte en una lista de cosas que podemos recordar y que no, ¿se
imaginan el poder y el peligro que eso conllevaría? De momento, este tipo de tratamientos son
pura hipótesis y no salen del laboratorio, pero quizás haya que comenzar a
plantear el debate en sociedad.
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