A diferencia del pasado, hoy
por hoy es más fácil que nunca separarse o dar por finalizada una relación. Sin
embargo, varias parejas entran en una espiral de cortar y volver a empezar que
puede prolongarse durante mucho tiempo. ¿Por qué?
“Hay un vacío en mi vida, que solamente Elizabeth puede llenar.
Durante 13 años estuvimos juntos de manera constante y compulsiva. ¿Cómo puedes
terminar una relación tan salvaje y perfecta? No puedes. Un romance como el
nuestro no termina nunca, únicamente se abandona temporalmente”. Así escribió
una vez Richard Burton a propósito de su relación con Liz Taylor. Una pasión
autodestructiva que hizo historia. A lo largo de 20 años, se casaron dos veces,
lo dejaron y volvieron a reanudar, adictos el uno al otro. Burton nunca perdió
el contacto con su exesposa. Le mandaba constantemente cartas y tres días antes
de su fallecimiento le envió una última que la actriz guardó siempre en su
mesita de noche. En ella el actor le pedía con insistencia la enésima oportunidad.
“Quiero
volver a casa, nunca fui tan feliz como contigo”: “Quizá nos hayamos querido
demasiado…”, confesó Liz Taylor.
Este dramatismo al puro estilo
Hollywood pertenece a otra época. Una sociedad en la que había menos
oportunidades para establecer (y romper) las relaciones, mientras que hoy los
famosos anuncian su ruptura en las redes sociales y a los pocos días ya han
empezado un romance con otra persona. Una manera de actuar típica de estos
tiempos, donde pocas cosas permanecen y todo parece líquido y cambiante. Porque en la
actualidad ya no se ve como una tragedia la posibilidad de separarse.
Sin embargo, existe un número
creciente de personas que permanecen atrapadas en una relación tóxica de la que
no consiguen salir. Al puro estilo de película sentimental más propio de otras
generaciones, no consiguen cortar de raíces, enredados en un tira y afloja que
llega a ser extenuante. Por ejemplo, Robert Pattinson y Kristen Stewart, la
pareja de la serie Crepúsculo, acaparó durante meses portadas de la prensa del
corazón con sus infidelidades y reconciliaciones, como los ídolos del cine de
antaño.
Estas situaciones son más
comunes de lo que se piensa. Se estima que el 40% de las consultas de los psicólogos
están relacionadas con el amor. Y de éstas, un 15% de las personas
tiene dependencia afectiva. Ni lo deja, ni apuesta por la relación. Está en
tierra de nadie. Cuándo estás a mi lado me aburro, me canso, me estreso. Pero cuando te
tengo lejos, no puedo vivir sin ti, te echo de menos, te necesito. ¿Les suena?
“Increíble. Siempre he criticado a quien no conseguía salir de
aquellas relaciones infinitas y luego me he dado cuenta de que yo misma, en los
últimos dos años, he vivido exactamente esta misma situación. Sabéis, aquellas
historias en las que nunca se logra un equilibrio estable…”, confiesa
Daria.
“Mientras no lo veo estoy tranquila. Pero él vuelve a buscarme y caigo otra vez
rendida a sus pies. Quiero tomar la decisión, pero no estoy preparada”,
admite Carolina. “Es
una gran pérdida de tiempo, porque son relaciones que no conducen a nada sano.
Ojalá yo mismo encontrara la fórmula”, relata David.
“Hay que decirlo
claramente: la mayor parte de las parejas no están juntas por amor. Sino por
miedo. Miedo a quedarse solos. O a no ser ayudados”, dice Giorgio Nardone, psicólogo italiano,
director del Centro de Terapia Estratégica de Arezzo (Italia) y autor de varios
libros (el último se titula Psicotrampas, Paidós). “Estas parejas no son otra cosa que una
mutualidad”. ¿Cómo y por qué se llega a este extremo? ¿Qué se puede
hacer para evitarlo?
Para Walter Riso, autor de varios libros sobre relaciones de pareja (el
último es Enamorados o esclavizados, ZenithMedia), las relaciones de tira y
afloja se producen esencialmente por dos razones: hay uno de los dos que duda o uno de los
dos que tiene miedo al compromiso (o enamorarse). El primero es el
indeciso por antonomasia. El segundo, es el que apuesta por la ambigüedad, el
ser “casi
parejas”, obsesionado en defender cada milímetro de su territorio,
de su inviolable autonomía. En ambos casos, prevalece la lógica del “ni contigo, ni
sin ti”. “Todavía se sufre por amor de manera impresionante porque
la gente lo sigue idealizando. Así, hay personas que están enamoradas del amor
y que viven bajo el efecto de una droga”. Este terapeuta afirma que “hay cosas que nunca se deberían hacer en el amor: obsesionarse, fusionarse, tener miedo a la
pérdida”. Sin embargo, muchos caen en esta trampa.
Según Nardone, las raíces del
problema residen en los valores educativos de la sociedad del bienestar. Cuenta
este psicólogo que es cada vez más común ver a los padres de hoy que adoptan en
su casa a los novios de sus hijos adolescentes o universitarios, como si fueran
una pareja rodada de adultos. En un exceso de protección les proporcionan comida,
alojamiento y hasta un papel oficial en la estructura familiar. Por
su parte, los jóvenes se acomodan en este plan, que además en tiempos de crisis
supone un gran ahorro. “En todos estos casos tenemos a los miembros de la pareja
que no son autónomos e independientes. La responsabilidad es de sus padres, que
desde pequeños se empeñaron en allanarles el camino y en no ponerles
obstáculos. Han criado a pequeños monstruos con carencias y debilidades. Porque
así tenemos a hombres y mujeres que, una
vez adultos, son dependientes el uno del otro. Que no son capaces de
cuidarse de sí mismos y se necesitan mutuamente. Como resultado, tendrán
relaciones morbosas entre personas con deficiencias. Estas personas sólo están juntas porque así se sostienen”.
Asimismo, el contexto actual
tampoco favorece la consolidación de relaciones estables. Antoni Bolinches, psicólogo experto en parejas autor del libro Tú y yo somos seis o Amor al segundo intento
(ambos en Grijalbo) recuerda que “la facilidad que se tiene hoy para establecer nuevas
relaciones y la permisividad social hacen que la gente, en lo referente a su
compromiso de pareja tenga poca
capacidad de resistencia ante la frustración”. A la primera
dificultad, con el tiempo dejan de trabajar para la pareja. De ahí el
incremento del número de indecisos, que comienzan a marear y a dudar si seguir
adelante o no. Si cortar o seguir. Si tirar o aflojar. Pero todo es un engaño: “No hay que confundirse: tenemos muchas oportunidades
para hacer el amor, pero pocas para enamorarnos”, advierte
Bolinches.
Esta desorientación es común a
los dos sexos, tanto en ellos como ellas. No hay sexo fuerte: ambos son
débiles y confusos. Aún así, “de cada cuatro crisis, tres la provoca la mujer. El
hombre, de entrada, mientras no está mal, entonces está bien. La mujer, en
cambio, si no está bien, sufre. Ella se espera más, defiende más. A menudo es la que hace la mayor inversión
en la relación y la que obtiene la menor recompensa”, avisa
Bolinches, que también añade otra tipología de relaciones, la que llama de los
que “nunca aciertan”. “Son los que siempre recuerdan sus
fracasos, no aprenden de ellos y se culpabilizan”. Cada vez que
empiezan una historia, sienten que pueden volver a fallar otra vez. Vuelven las
dudas. El sí, pero no. El no, pero sí. Y no hay nada más erróneo, porque, como
explica Bolinches, “cuanto más necesito que me quieran, menos
lo hago. Habría que mejorar cada vez, porque si mejoro, enamoro”.
¿Cómo salir de este atolladero? Walter Riso recuerda que “el amor tiene una parte cultural muy
importante. Se puede mandar sobre los sentimientos. Muchos de nosotros ya lo
hacemos cuando decimos: ahora no, hagamos el amor más tarde. El amor hay que pensarlo. Y gestionar las
emociones es muy racional”. Por lo tanto, lo primero que hay que
tener presente es que preciso tomar un papel activo. “Se suele llegar a un punto en que uno de
los dos se debe cansar de sufrir. Y es él el que tiene que llevar a cabo su
propia revolución afectiva. No se trata de egoísmo, sino de una conquista personal.
Uno se libera. Se desapega. Hay que
romper el mito del ‘tu y yo somos uno’. No, ¡somos dos! Cada uno tiene que
sindicalizarse. El amor habría que poderlo vivir con libertad, en el sentido de
libertad de conciencia, de gustos, de preferencia, de asociación. De otra
manera es enfermizo. Yo creo que una buena fórmula debería ser el
individualismo responsable, en el que cada uno tenga su territorio”.
Ya dijo Shakespeare: “Si quieres que
un hombre y una mujer se amen, sepáralos”. Mientras Riso es partidario
de poner fin a la situación crítica lo antes posible, Nardone es más partidario
de tratar de salvar los muebles. “En las relaciones tira y afloja la solución no tiene por
qué ser separarse. Primero hay que procurar arreglarlo. Siempre estamos a tiempo
para romper. Separarse lo puedes hacer en cualquier momento”. En su
opinión, “la clave consiste en identificar un
objetivo común. Si hay o no. Y trabajar en este objetivo común. Entonces
tiene sentido estar juntos. No se puede continuamente pedir ayuda a la pareja”.
¿Y cuándo el otro nos pide continuamente que estemos pendientes de él? “Hay momentos en
que sólo puedes decirle: sólo te puedo escuchar. No puedo siempre ofrecerte
ayuda. Porque si no sabes estar solo, no
puedes estar con nadie”.
¿Merece la pena tanto esfuerzo?
¿Tiene futuro la pareja como modelo de convivencia o en el futuro habrá que
buscar otras alternativas? “Yo creo que la pareja no se acabará”, asegura
Nardone. “Hombres
y mujeres estamos hechos para estar juntos. Lo del soltero feliz es un cuento.
El problema es que reponemos en la
relación mucho más de lo que corresponde. Tiene que ser un intercambio”.
Para Riso, “es
cierto que en la espiral del consumo y el desarrollo de la cultura del
desechable el compromiso amoroso ha perdido influencia. Pero se ha exagerado
todo lo referente a lo líquido: existen cosas sólidas, ideologías, valores”.
Como dice Bolinches, puede que necesitemos más de un intento. Después de
tanto tirar y aflojar, tal vez sea posible caminar los dos en la misma senda, sujetos
a una cuerda, sin estirarla ni romperla. El resto, es de película.
CÓMO
ROMPER EL CÍRCULO
No se empeñe en cambiar a su pareja. No lo
logrará. Y aunque lo consiguiera, lo más probable es que deje de gustarle.
No ponga en la relación demasiadas expectativas ni sobrevalore
lo que pueda aportar.
Uno no se junta para solucionar problemas. Lo más probable es que lleguen
otros.
Intente que cada miembro establezca por su lado cuáles son sus
objetivos personales.
Y comprobar que haya una coincidencia de base. Si no la hay, mejor poner punto
final.
Si al cabo de un tiempo se
comprueba que la
relación impide la realización de los proyectos de vida personal, es
mejor cortar.
Averigüe si hay compatibilidad
de caracteres, valores similares y si hay voluntad de
construir un proyecto de vida convergente.
Mantenga una vida autónoma y con intereses: le ayudará a
aceptarse y a entender qué es lo que se espera de una relación.
No acepte el desprecio y el
rechazo sistemático del otro, no se deje manipular.
No justifique continuamente el otro, ni asuma el
papel de terapeuta para explicar la indecisión de su compañero/a.
Exija que le amen por convicción, no con dudas.
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