Asociamos soledad con
tristeza, con falta de habilidades sociales y rarezas, así que querer estar
solo resulta poco convencional. Pero hay muchas personas que se sienten cómodas
y sacan provecho de su propia compañía.
La soledad buscada
permite explorar sentimientos y pensamientos y asimilar experiencias sin el
juicio o el condicionamiento de otros.
A Ricardo le gusta estar solo. Lo suyo no es
aquello de “mejor
solo que mal acompañado” sino “mejor solo que bien acompañado”, porque a
menudo elige quedarse en casa dedicado a sus intereses en lugar de acudir a una
reunión de amigos. Pero no le resulta fácil. De vez en cuando recibe reproches
de sus amigos, molestos porque no les llama o les envía mensajes, porque no ha
acudido a tal o cual cena, porque no avisó cuando fue a visitar una exposición…
A veces él mismo se cuestiona si su falta de instinto gregario significará que
es un bicho raro o que a sus casi 50 años está desarrollando una fobia social.
Pero lo cierto es que cuando ha comentado esta cuestión con compañeros de
trabajo y conocidos ha comprobado que no es el único al que le pasa, que hay otros que
también prefieren la propia compañía que una activa vida social.
¿Serán cosas de la edad?
Cuestión
de intereses.
Juan
M. de Pablo,
profesor de Psicobiología de la Uned, confirma que las necesidades sociales cambian con la
edad, puesto que desde el punto de vista biológico la especie humana
está programada por etapas y cada una tiene sus impulsos y motivaciones. “En la etapa
de desarrollo el esfuerzo es somático, la energía se dedica al propio
crecimiento; al alcanzar la madurez, el principal esfuerzo es reproductor y de
crianza y en esa etapa hay más motivación social porque uno necesita interactuar
socialmente para encontrar pareja y llevar a cabo la crianza; y aunque el
ecosistema actual, la sociedad, ha cambiado y nuestra meta no sea la
reproducción, la adaptación biológica va por detrás”, explica.
Precisa, no obstante, que no se trata de que con la edad la gente desarrolle
fobia social, sino que su motivación cambia y sus expectativas son
diferentes. “A medida que pasan los años tienes más experiencia, ya
sabes lo que hay, las novedades que esperas son menores y no tienes tanta
curiosidad”, justifica.
También Javier de Rivera, miembro del grupo de investigación de la
Cibercultura y los Movimientos Sociales (Cibersomosaguas) de la Universidad
Complutense de Madrid, está convencido de que la necesidad de relacionarse
disminuye con la edad porque con el paso del tiempo cada uno tiene más claros sus
intereses y se centra en ellos “sin tener
que tocar todos los palos ni relacionarse tanto”. “Observo que hay
gente que no sale porque no tiene mucho interés en las conversaciones o en
conocer gente nueva, sino que lo que le
interesan son unos temas concretos y a ellos quiere dedicar su tiempo”,
indica. Explica, no obstante, que en la sociedad de las redes sociales y la
comunicación on line –el foco de sus investigaciones– hay personas que
renuncian a una activa vida social convencional y eligen quedarse en casa pero
ello no significa que estén solas, sino que se reúnen en foros, blogs u otros
espacios digitales con personas que comparten sus intereses.
Poco
convencionales
Pero en el gusto por la soledad no
todo es edad. María Dolores Avia,
catedrática de Psicología de la Personalidad de la Universidad Complutense,
asegura que por más que haya un ligero descenso de la sociabilidad entre la
adolescencia y la vejez, el ser introvertido o extrovertido es una cuestión
biológica, relacionada con el sistema nervioso, y una persona tendente a la
introversión no se convertirá en extrovertida ni desarrollará el gusto por
participar en grupos a ninguna edad ni por mucho que se esfuerce. “Cuando los
jóvenes se juntan para estudiar en grupo está comprobado que el introvertido
rinde menos que si estudia solo, mientras que al extrovertido le va mejor;
ninguno de los dos es patológico, sino extremos
de un continuo en el que uno saca partido de la soledad y el otro del grupo”,
comenta.
Y más allá del grado de introversión o
extroversión de cada uno, Avia relaciona el gusto por la soledad con una
variable que denomina apertura a la experiencia y que define como la antítesis
del convencionalismo. “El
convencionalismo te lleva a hacer lo que hay que hacer como grupo; el no
convencional hace lo que le apetece”, dice. Y asegura que esa
mayor apertura tiene que ver con una mayor sensibilidad, tanto estética como de
exploración de sentimientos, y como eso no se puede hacer en grupo, son
personas que disfrutan más de la soledad. “El gusto por la soledad es un rasgo de personalidad,
como lo es la impulsividad o la reflexividad; hay personas que aunque tengan
muchas relaciones necesitan quedarse solos para disfrutar sus experiencias, incluidas
las que ha tenido en grupo”, comenta Avia.
Abiertos
a la experiencia
Porque priorizar la soledad en lugar
de las reuniones sociales puede resultar poco convencional o ir
contracorriente, pero no necesariamente está asociado a personalidades antipáticas
o asociales. “El
deseo de estar solo provoca inquietud porque se parte de la idea de que el ser
humano es un animal social y a quien busca la soledad se le etiqueta de
misántropo, extraño, raro, exótico…; en cambio estar solo es absolutamente necesario y todos deberíamos tener una
dosis diaria de soledad para crear, analizar y pensar, un tiempo diario de
retirada del mundo y de vuelta al mundo, un entrar y salir”,
asegura el filósofo y teólogo Francesc
Torralba, autor de El arte de saber
estar solo (Milenio).
A su juicio, la búsqueda de la soledad
no obedece a cuestiones de edad, género o nivel educativo, sino que es un ámbito,
un territorio, que todo el mundo debe frecuentar de vez en cuando por higiene
mental, por los beneficios que acarrea. Para Torralba, la permanente
vida en red resulta patológica porque acaba significando una dependencia del
grupo y de la aprobación y la afirmación de los otros. En cambio, considera que
la soledad buscada resulta muy útil para múltiples actividades: analizar los
propios vínculos, proyectar el futuro, explorar la memoria y restañar heridas
del pasado o descubrir los propios talentos. “Detrás de un creador hay una persona que
frecuenta la soledad y la aprovecha para imaginar relatos, volúmenes o texturas
que luego reproduce; y la soledad del narrador, del poeta o del pintor no va
unida a la misantropía, no necesariamente se trata de que odien o estén
resentidos con la humanidad, sino que
están bien con ellos mismos y así es como pueden pensar, imaginar y proyectar”,
comenta.
Y más allá de enfatizar la distinción
entre la soledad obligada (la de viudos, enfermos o presos, por ejemplo) y la
buscada, el también profesor de la Universidad Ramon Llull subraya que esta
última puede ser una soledad activa o pasiva. “La soledad
pasiva es la soledad recipiente, aquella que uno destina a recibir
imágenes, música, discursos, etcétera; la
activa, en cambio, exige que la persona actúe, que descubra su talento,
aquellos aspectos suyos que no puede articular en su vida profesional o
personal pero que sí puede expresar en soledad mientras sube al Tibidabo a
pintar un cuadro o mientras construye un herbolario; ambas son necesarias,
tienen su valor y son accesibles a toda persona”, detalla.
Según los expertos consultados, la
soledad sana es aquella que permite conseguir el equilibrio entre el ser uno mismo y el ser
con otros y que facilita un tiempo para uno mismo que después
ayuda a disfrutar y saber compartir con otros. En este ámbito, María Dolores Avia relaciona el gusto
por la soledad, la necesidad de guardar para sí ciertas ideas y de tener un
espacio privado, con la educación. “Las personas que hablan de cosas privadas por el móvil
en público, a voz en grito, que no reconocen el espacio privado de los demás y
que necesitan vivir siempre en grupo, rodeadas de gente y ruidos por miedo a
confrontarse con cosas que no van bien en su vida, son maleducadas”,
afirma. Claro que no faltan sociólogos que consideran que en realidad la
soledad es una invención moderna surgida en el seno del romanticismo del siglo
XIX, cuando se impuso el individualismo, y que la sociedad postmoderna vive en una
contradicción entre el miedo a la soledad y la defensa a ultranza de la
libertad personal y los espacios propios.
OPORTUNIDADES
DE LA SOLEDAD
Análisis
Francesc Torralba asegura que él
aprovecha sus momentos de soledad para analizar los vínculos con su esposa, hijos, padres,
colaboradores, amigos… “Es la ocasión idónea para ponderar si nuestras
relaciones tienen valor, si son perjudiciales, si estás con alguien por estar…”,
explica.
Imaginar
el futuro
Otra de las virtudes de estar solo es
que permite
tomar distancia de las personas y las circunstancias para pensar qué
quiere hacer cada uno con su vida, ver qué opciones tiene, proyectar e imaginar
el futuro. Y no se trata de encerrarse en un cuarto a reflexionar. “Para mí
imaginar el futuro tiene que ver con un paseo solitario por la montaña, la
playa, un bulevar o un parque”, confiesa Torralba.
Resolver
el pasado
Otra de las actividades que facilita
la soledad es visitar
la memoria. “Uno puede explorar las heridas, resentimientos o
cuestiones pendientes que acumula y cerrar etapas o abordar temas no resueltos,
y llamar o enviar un e-mail a aquella persona con quien está resentida desde
hace meses o años”, ejemplifica el autor de El arte de saber estar solo.
Expresar
otros talentos
La soledad permite dar rienda
suelta a actividades creativas o talentos diferentes a los que cada
persona expresa en su vida profesional o personal. Pintar, escribir,
fotografiar, coleccionar, componer...
Indulgencia
En soledad cada cual puede hacer realmente lo que quiera y de
esa manera puede concederse la gracia de no hacer nada o de hacer mucho, de
desconectar de cualquier actividad que exija esfuerzo pero también de dar
rienda suelta a sus intereses y buscar nuevas relaciones que los compartan, por
ejemplo a través de las redes sociales.
DESCONEXIONES
CREATIVAS
Muchos artistas han sido tildados de
solitarios porque a lo largo de su vida han optado por periodos de retiro. En
unos casos se trataba de desconexiones temporales dedicadas al trabajo
creativo. En otros, de retiros en busca del anonimato y la calma usurpadas por
la fama. Sin faltar verdaderas reclusiones de la vida pública alentadas por una
personalidad tímida o excéntrica.
Greta
Garbo:
Abandonó el cine a los 36 años, en la cúspide de la popularidad, para vivir
recluida y en el anonimato en la ciudad de Nueva York. Evitó cualquier contacto
con los medios informativos, no acudía a fiestas ni a actos públicos, rechazó
el Óscar honorífico que le ofrecieron y salía a la calle con gafas oscuras o
sombreros que le cubrían el rostro.
Stanley
Kubrick:
El responsable de algunas de las películas más destacadas del siglo XX tenía
fama de ermitaño porque trabajaba desde una aislada casa de campo en
Inglaterra. En realidad disfrutaba de un amplio círculo de amigos, pero
aprovechó su anonimato y que pocos conocieran su aspecto físico para trabajar
en paz, sin la presión de la popularidad.
Emily
Dickinson:
Considerada una de las mejores poetas de Estados Unidos, tenía fama de
excéntrica porque vivía recluida en su dormitorio de la casa paterna, apenas
salía, hablaba con los vecinos desde detrás de la puerta y, siendo escritora
prolija, sólo dejó publicar cinco poemas en vida.
Cormac
McCarthy:
El escritor norteamericano tiene la reputación de ser una de las figuras
literarias más inaccesibles. Durante años no concedía entrevistas y no se
conocía su aspecto ni su lugar de residencia. En el 2007 sorprendió apareciendo
en un popular programa televisivo y luego volvió a su buscado retiro.
J.D.
Salinger:
Tras alcanzar la fama con El guardián
entre el centeno, escribió una colección de cuentos y de novelas cortas y
se retiró de la vida pública, siendo tan celoso de su intimidad que sólo
apareció en los tribunales para evitar la publicación de biografías no
autorizadas. Continuó escribiendo sin publicar.
Syd
Barrett:
Para algunos, el músico más solitario de la historia. Fue miembro de Pink Floyd
entre 1964 y 1968, lanzó dos álbumes en solitario, dejó la música y se fue a
vivir a casa de su madre en Cambridge. Su muerte en el 2006 sorprendió a muchos
fans, que le creían muerto desde hacía años.
Harper
Lee:
Se le atribuye una vida de reclusión. Tras publicar la novela Matar un ruiseñor, Pulitzer 1961,
desapareció de la vida profesional y pública. Se fue sabiendo de ella por algún
ensayo y declaraciones escritas. En el 2007 acudió a la Casa Blanca a recoger
la medalla Presidencial de la Libertad.
Terrence
Malick:
Tras dirigir Malas tierras y Días de cielo en los setenta, se retiró
del cine y se fue a vivir a Francia. No se supo de él durante 20 años, y en
1998 regresó con La delgada línea roja,
a la que siguió El nuevo mundo y
cinco películas más, tres en el 2013. No da entrevistas y apenas se conocen
datos de su vida.
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