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diumenge, 25 de maig del 2014

ME GUSTA CUANDO CALLAS. Isabel larráburu. Magazine de la Vanguardia.

Por favor, déjeme acabar el pensamiento… Esta frase era muy habitual en un político catalán del que se decía que tenía poco carisma. Era un comunicador educado y considerado, muy ajeno a la moda actual. Nunca ganó las elecciones seguramente porque nunca llegó a comunicar sus ideas al ritmo de nuestros tiempos.
El ritmo conversacional de nuestra época es impaciente y acucioso; el espacio sonoro se ha convertido en objeto de lucha y captura a causa de su escasez. Sin ir más lejos, nosotros mismos podríamos reconocernos en las comidas familiares peleándonos por hablar alrededor de la mesa. Siempre hay alguien que suele estar callado, mientras los gritones le increpamos: “No te hemos oído hablar, ¿estás bien?”. A este rezagado, casi siempre le cae la fama de tímido, tonto o lento. No sé bien si la causa es solamente demográfica (ahora somos más personas en el mundo intentando hacerse oír), o si nuestra capacidad de atención se ha contraído a causa de la influencia de la nueva comunicación de predominio visual.
Para sobrellevar el regateo de atención de los demás y seguir manteniendo, a pesar de todo, el contacto, hemos decidido embestir sin rodeos por la vía del solapamiento del sonido con palabras atropelladas a voz en grito e interrupciones inclementes. No hay más que ver los programas televisivos que tanto agradan a la audiencia o las conversaciones en los restaurantes. ¿No hay silencio?. No pasa nada, yo chillo más que el ruido ambiental. Al final siempre vence la voz más potente. No nos extrañe que nuestro estilo de conversación sea coherente con la evidencia de ser el segundo país más ruidoso del mundo después de Japón.

Hablar como suecos o como españoles.
La conocida socio lingüista Deborah Tannen de la Universidad de Georgetown, autora de conocidos libros sobre la comunicación hombre/mujer como “Yo no quise decir eso” o “¡Tu no me entiendes!”, en los que analiza las diferencias en el discurso de mujeres y hombres, ha escrito un ensayo sobre las características culturales aplicadas a la conversación. Tannen considera que existen diferencias según nuestra idiosincrasia a la hora de comunicarnos.
Para ella, italianos, afro americanos, rusos, europeos occidentales y neoyorquinos (de entre estos, sobre todo los judíos), “hablan libremente uno por encima del otro, confiando en que el otro persistirá o desistirá dependiendo de la fuerza de su convicción o de su necesidad de completar el pensamiento”. A este estilo de conversación le llama de “alta implicación”.
Por otra parte, a los germano americanos, irlandeses americanos, norteamericanos del Medio Oeste, escandinavos y americanos de New England los clasifica como conversadores de “alta consideración”. Estos suelen esperar un segundo o dos después que el interlocutor ha terminado para empezar a hablar. Las interrupciones son interpretadas por un hablante de “alta implicación” como señal de intenso interés y pasión, mientras que para aquél cuyo estilo es el de “alta consideración” estas son invasoras, parecen ataques y, sobre todo mala educación.

Cómo transmitir el mensaje.
La lingüista afirma que nuestros problemas de comunicación no provienen solo de lo que decimos sino más bien de cómo lo decimos. La rapidez, el volumen, el modo directo o indirecto, la ironía y otros factores más sutiles. Ella nos sugiere algunos puntos para facilitar nuestra comunicación:
  • Reconocer los diferentes estilos de conversación. Cuando la comunicación no es fluida, es conveniente preguntarse si el problema es que uno tiene un estilo de “alta consideración” y el otro de “alta implicación”.
  • Saber distinguir entre mensaje y “metamensaje”. El mensaje es aquello que se dice, palabras y frases. El meta mensaje es el significado que nos llega por otras vías como el tono, volumen, lenguaje corporal o expectativas basadas en nuestra experiencia pasada con esa persona.
  • Modificar el propio estilo para adaptarse al del interlocutor. Tannen afirma que esto es posible. Se puede hablar más rápido o más lento, interrumpir más o menos para situarse en el nivel de comodidad del interlocutor.
  • Trascender la conversación. Esta táctica implica observar la conversación desde fuera para indagarse qué hay en común entre los argumentos de los interlocutores. Cambiar la perspectiva para volver a plantear los términos desde un punto de vista más positivo y constructivo.
  • Escuchar correctamente. Si alguien nos pregunta cómo es que podemos comer tanto sin engordar, es mejor creer no nos están tachando de glotones. Podría también ser una pregunta de lo más inocente. El escuchar correctamente nos puede ayudar a no tomarnos las cosas de modo personal, ver a los demás de un modo más compasivo y ofrecerles la presunción de inocencia.
  • Metacomunicarse. Significa entender la información que nos llega además de las palabras. El metamensaje es la interpretación individual de lo que significa la conversación. Muchos malentendidos son debidos al metalenguaje. Sería bueno observar las motivaciones que van más allá de las palabras para poder comprender mejor al interlocutor.

Interrupciones correctas e incorrectas.
La autora afirma que existen conversadores que practican la “interrupción colaboradora” aunque las palabras se solapen, como apoyo entusiasta e participación para ratificar y animar a la persona que tiene la palabra. A los conversadores de “alta implicación” no les molesta ser interrumpidos porque, o bien tendrán en cuenta la interrupción, o bien la ignorarán si les conviene. Algunos grupos culturales raramente hacen pausas entre los turnos de palabra, ya que para ellos el silencio significa falta de conexión en una conversación amistosa. Evidentemente, Tannen se refiere a breves interrupciones, no a interrupciones para introducir un tema completamente distinto. Los conversadores de ”alta consideración” nunca invaden una conversación, por lo que participar en una reunión de “altamente implicados” puede resultar una experiencia inmensamente frustrante para ellos.
Hablando de nuestra realidad cultural, los españoles nos comunicamos de modo muy distinto a los latinoamericanos. Volumen, tono, rotundidad de los argumentos, capacidad de decir NO…
Una periodista chilena comentaba después de su primer viaje a España: “Parecían enfadados conmigo todo el rato…, no entiendo porqué.”

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