Zak dice que a causa de la testosterona los líderes tienen la probabilidad de volverse más temeraios e impulsivos.
Lo que me da pereza de las campañas políticas son los
exabruptos que cada día estamos obligados a escuchar.
La mayoría
provienen de hombres. Machos ibéricos que hace años no se hubiesen imaginado que
algún día desaparecería el servicio militar obligatorio. Su forma de entender
la vida tiene algo de salvaje, violenta: la violencia verbal también es una forma de violencia. Es
lo primero que se tendría que enseñar en las escuelas. Las palabras como
piedras.
A lo mejor,
estos machos ibéricos tienen exceso de testosterona. Federico Mayor Zaragoza,
exdirector general de la Unesco, dice que el mundo cambiará el día que gobiernen
las mujeres, porque ellas, según Mayor Zaragoza, y a diferencia de los hombres,
solo
recurren a la violencia física como último recurso.
El caso es
que, para intentar comprender algunas de las tonterías que se dicen estos
días, me he documentado sobre la testosterona. Porque yo solo sabía, sobre la testosterona,
que era la responsable de la caída de mi cabello (y del de José Bono, por
citar a uno de los políticos que están pronunciando palabras que no están a su
altura; pero Bono debe asociar el cabello a la virilidad, y se ha operado).
He leído el último libro de Paul J. Zak,
profesor de Neurología y licenciado en Matemáticas y Economía. El libro se
titula La molécula de la felicidad
(Indicios) y se ocupa de una pequeña molécula llamada oxitocina. Capaz de actuar como
hormona y neurotransmisor. Gracias a la oxitocina podemos lograr una conducta
generosa y cariñosa.
La testosterona, en cambio, es otra cosa. «Induce
a la gente a hacer cosas extrañas», escribe Zak. «A decir verdad,
esa gente que hace cosas raras suelen ser hombres, no mujeres». La
mayoría de delitos son cometidos por hombres jóvenes. «Sabemos que las mujeres pueden destacar
como policías, engañar a sus maridos y cometer fraudes, pero el hecho es que
son, de promedio, más empáticas, altruistas, generosas y caritativas que los hombres»,
sostiene.
Según él, la testosterona provoca batallas verbales por la plaza de
aparcamiento, peleas en bares, y mucha violencia doméstica. Los hombres con
gran cantidad de testosterona se divorcian más a menudo, pasan menos tiempo
con sus hijos, entran en competiciones de todo tipo, y pierden el empleo más a
menudo. «Es por eso que la naturaleza emparejó la
testosterona (agresión y castigo) con la oxitocina (empatía y cooperación)».
Cuenta Zak que bajo la influencia de la testosterona, los líderes tienen
la probabilidad de volverse «más temerarios
e impulsivos» cuanto más alto lleguen. «Algunos estudios sobre corporaciones demuestran
que las conductas más groseras e inapropiadas, tales como soltar blasfemias,
flirtear de manera inadecuada o tomar el pelo de forma hostil, se suelen dar de
manera inapropiada en quienes ocupan los mejores puestos».
La suma de
poder más testosterona es de lo más peligrosa, según este
neurocientífico. Con poca oxitocina, «es muy fácil
que el otro se convierta en el Enemigo, y más tarde en el Demonio».
Cómo podemos generar más oxitocina? Abrazándonos. No es broma. Lo sostiene PauI J.Zak.
Según él, son necesarios 10 abrazos al día. Por favor,
políticos españoles: abrácense más.
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