Dar demasiadas vueltas a un asunto puede desembocar en
un dolor de cabeza, y la preocupación por encontrar una puerta de salida al
problema puede llevar a una verdadera obsesión.
Amigos y familiares acostumbran a aconsejar que no se
piense tanto porque esa es la forma de sufrir menos, pero esa tal vez no sea la
fórmula perfecta.
“No pienses más en ello”. En un encuentro entre amigos un
viernes por la noche acompañados de unas tapas y unas cuantas cañas, uno de
ellos muestra su preocupación porque la empresa acaba de comunicar que el lunes
presentará un ERE que afecta a diez de los cuarenta empleados. La lista de
personas todavía no se sabe, así que el fin de semana se presentaba con
nervios. Los amigos no duran en recomendarle que no se caliente la cabeza, que
no le dé tantas vueltas al asunto, y que no piense tanto si no quiere sufrir
más. Pero un fin de semana tiene muchas horas, un despido no es cualquier cosa,
y es difícil dejar de pensar en ello. ¿Hay que pensar menos para sufrir menos?
Assumpció
Salat i Bertran,
psicóloga, directora del centro de psicología Àgape, explica que el pensamiento
“es una
herramienta que el ser humano tiene a su disposición y servicio. Al igual que
otras muchas herramientas de las que disponemos, puede ser utilizada de una
forma u otra dependiendo del nivel de conciencia o sabiduría que tenga el individuo”.
En este sentido, Esther López Chicano,
psicóloga y psicoanalista, comenta que el pensar en sí no produce sufrimiento. “En todo caso el
problema se produce cuando hay una
saturación a la hora de pensar, o cuando pensar no va acompañado por una acción.
Si el pensamiento nos bloquea en lugar de ser una herramienta para la reflexión
y actuar en consecuencia, casi irremediablemente se convierte en un elemento
torturador”.
Giorgio
Nardone,
director de la Escuela Empresarial de Comunicación y Resolución Estratégica de
Problemas de Arezzo, autor, entre otros libros, de Pienso, luego sufro (Paidós), asegura que muchas veces se utiliza el
pensamiento para intentar encontrar una respuesta a todo, tener la sensación de
que se controlan las circunstancias. “Pensar se convierte en un problema cuando se transforma
de propulsor de la capacidad humana de gestión adaptativa de la realidad en un
obstáculo a esta capacidad, convirtiéndonos así en víctimas de nuestro propio pensamiento”.
Este experto comenta que este
mecanismo se puede desencadenar a través de tres tipos de procesos. “El primero es
el intento de desterrar los pensamientos incómodos o temidos buscando
respuestas tranquilizadoras aunque estas no sean posibles. Actuando de esta
forma se refuerzan paradójicamente los pensamientos desagradables porque, como
es conocido por todos, “pensar en no
pensar ya es pensar”. El segundo es el intento de control racional de las
sensaciones, emociones y procesos fisiológicos que conducen a la paradoja “del control que hace perder el control”.
El tercero es el intento de dar respuestas tranquilizadoras a dilemas
irresolubles, que por su propia naturaleza no tienen respuesta y, por tanto, se
crea una condición por la cual la persona cae en la trampa de las “respuestas correctas a preguntas
incorrectas”, o sea, un círculo vicioso de preguntas y respuestas que abre
nuevas preguntas que abren nuevas respuestas que abren nuevas preguntas y así
sucesivamente. En todos estos casos la actividad del pensamiento se convierte
en un problema porque no permite ampliar nuestra conciencia operativa, es
decir, la capacidad de alcanzar objetivos estratégicos”.
Es la cara dual del pensar
porque “el pensamiento nos puede contaminar, herir
o enfermar o bien proporcionarnos altos estados de energía salud y vitalidad”,
tal como afirma Assumpció Salat i
Bertran. Esta experta explica que una buena manera de saber si estamos
pensando de una forma que resulte útil y práctica es observar los resultados que se obtienen a
partir del pensamiento. “El pensamiento genera todas nuestras acciones y
comportamientos, el pensamiento es previo a cualquier acción, es decir, esta no
puede existir sin que antes se haya pensado, por tanto todas las acciones y
comportamientos se originan en nuestros pensamientos, si cambiamos nuestros pensamientos podemos cambiar nuestros
comportamientos y así a lo largo de nuestra vida”.
Aun así puede persistir una
duda, como refleja Giorgio Nardone cuando
expone el caso de un estudiante de Medicina que quería especializarse en
psiquiatría, el cual se preguntaba ¿qué podía hacer para estar seguro de tener
la mente perfectamente sana? Ante este interrogante, el estudiante empezó a
reflexionar apoyándose en los conocimientos adquiridos hasta el momento. Al no
lograr encontrar una respuesta definitiva, intentó profundizar en el tema
consultando textos y leyendo artículos científicos. Pero seguía sin encontrar
una respuesta definitiva. Planteó esta misma cuestión a su profesor de
psiquiatría quien aseguró que la diferencia entre una persona sana de mente y
una enferma es que la primera tiene un sentido correcto y adecuado de la
realidad, mientras que la segunda o no lo tiene o tiene uno inadecuado, según
la patología que le afecta. Ante esta respuesta de su profesor, el joven
estudiante le preguntó entonces qué era exactamente el sentido de la realidad,
cómo podía definirse de manera inequívoca. El profesor no le gustó mucho esta
nueva cuestión y le contestó displicentemente que todo el mundo lo sabía porque
era evidente. Lógicamente era una respuesta que tampoco llevaba a ninguna parte
más que a acrecentar la obsesión del estudiante por dilucidar dicha cuestión.
Giorgio Nardone explica que el problema no es tanto plantearse este tipo de
preguntas, como buscar respuestas que impliquen una certeza absoluta. “Como saben
todos los estudiantes de psicología y psiquiatría, en todos nosotros existen
sensaciones, pensamientos y acciones que, al menos en parte, podrían remitirse
a los cuadros de patología psíquica”.
Hay otras distorsiones del mal
uso del pensar como
la hiperracionalización (son
aquellos que no actúan hasta que están absolutamente seguros de que lo que van
hacer no es erróneo);
el inquisidor interno (un sentimiento de culpa llevado a
tal extremo que distorsiona también la realidad);
el saboteador interior (aquel que afirma “hagas lo que hagas
te equivocas”);
el perseguidor interior (“de todas formas, no estás a la
altura de las circunstancias”), y
la delegación patológica (“los demás siempre lo hacen mejor
que yo porque yo no sé nada”).
Giorgio Nardone explica que
todas estas distorsiones son ramificaciones de lo que él llama la duda
patológica. “Caemos
en una trampa, en un autoengaño, en una psicopatología de la vida cotidiana que
sólo nos causa sufrimiento. En algunas ocasiones el pensar deja de ser un
instrumento infalible para convertirse en un obstáculo insuperable, fuente de
incertidumbre o incluso de sufrimiento psicológico, hasta el punto de asumir
formas patológicas que acaban por bloquearnos”.
Todas estas formas patológicas
pueden bloquear a la persona porque “exageramos la
relevancia de las adversidades”, asegura Rafael Santandreu, psicólogo, autor, entre otros libros, de El arte de no amargarse la vida (Oniro),
y con un agravante: “Tiene consecuencias emocionales nocivas”.
Este experto explica la conexión que existe entre el pensar y el sentir.
Asegura que se influyen mutuamente. Esto puede parecer una desventaja, pero se
convierte en una ventaja cuando se apuesta por cambiar actitudes. “Analiza qué
pensamientos te dices cuando te sientes emocionalmente afectado. ¿Estás
exagerando usando palabras como ‘es terrible’, ‘no debería ser así’, ‘no puede
ser’...? Todo eso son exigencias demasiado duras. Cuestiona el ‘no lo puedo soportar’ y las generalizaciones gratuitas
del tipo ‘como fracasé en ese importante examen, fracasaré en cualquier estudio
importante que me proponga’”. Rafael Santacreu apuesta por
cuestionar esta forma de pensar derrotista que no tiene nada que ver con lo
racional. Todo lo contrario, es irracional. “¿Es realmente terrible esa situación o solamente mala?
Esa injusticia, ¿no debería ser así o es mejor decir: me gustaría que no
hubiese pasado así? ¿Conozco personas que pese a pasarles lo mismo que a mí son
capaces de sacarle lo bueno a la vida?”. Y sugiere reemplazar esta
manera de pensar por otra que sea más realista y constructiva. “Existen muchas
cosas inconvenientes en la vida, como perder el empleo, pero ninguna de ellas
es horrible o espantosa. Aunque es claramente preferible que haga las cosas
bien y consiga mis principales objetivos, no es totalmente necesario para ser
feliz. Es posible que a veces actúe insensatamente, pero eso no me hace un
estúpido”. Por último, este experto aconseja actuar a partir de esta
nueva manera de pensar. “Arriésgate a
fracasar, prueba nuevas experiencias, date permiso para disfrutar de las
pequeñas cosas aunque el día no haya salido perfecto”.
Assumpció Salat i Bertran añade
que el
pensamiento es personal e intransferible. “Con el pensamiento no podemos dañar a
nadie, los pensamientos no dañan a las
otras personas pero sí a nosotros mismos. Culpar a los demás del
sufrimiento que sentimos en nuestro interior es siempre nuestro error mental.
El sufrimiento y el malestar es el diagnóstico claro de que en nuestro interior
no hay pensamientos de sabiduría, sufrimos
porque interpretamos incorrectamente lo que ocurre en nuestra vida. Este
tipo de pensamientos no nos permiten ver las opciones, no vemos las
oportunidades que se dan en nuestras vidas, ya que los pensamientos no
inteligentes nos hacen bajar enormemente nuestros niveles de energía y con ello
se dificulta nuestra claridad mental”.
Esta experta explica que hay
varias técnicas para aprender a manejar la forma de pensar, como es el caso de
la meditación. Desde esta base “es bueno con el paso de los años hacerse preguntas e intentar buscar respuestas al sentido de la vida,
por qué nos toca vivir lo que vivimos, por qué tenemos las dificultades que se
nos presentan. Cuando como seres humanos nos convertimos en verdaderos
buscadores de respuestas y nos comprometemos en nuestro desarrollo mental y
espiritual, las respuestas seguro que llegan y así nuestra mente se convierte
poco a poco en una mente sabia y llena de discernimiento. Por tanto podríamos
concluir que no se trata de pensar menos,
en disminuir nuestra actividad mental sino en encauzarla, en dirigirla, en
educarla, en sintonizarla con los pensamientos de comprensión del orden de la
vida y de sus leyes”.
Los
neurocientíficos ofrecen su perspectiva.
Norman
Doidge,
psiquiatra, psicoanalista e investigador en el Center for Psychoanalytic
Training and Research de la Universidad de Columbia en Nueva York y en el
departamento de Psiquiatría de la Universidad de Toronto, autor de El cerebro se cambia a sí mismo (Aguilar), aporta
las bases neurofisiológicas por las que el sufrimiento no viene tanto por el pensar sino por la
forma de pensar. Es necesaria una educación a la hora de utilizar el
pensamiento, que no deja de ser una herramienta y muy poderosa. Asegura que la
imaginación es una forma de pensar. Produce pensamientos que pueden cambiar la
estructura del cerebro. Según se piense se puede sufrir más o menos, pero no
por el hecho de pensar. Asegura que Álvaro
Pascual-Leone, director del laboratorio de estimulación magnética cerebral
en el Beth Israel Deaconess Medical Center de la facultad de Medicina de
Harvard, en Estados Unidos, ha realizado suficientes experimentos con una
máquina que emite estimulación magnética transcraneal (TMS) a partir de los
cuales asegura que, efectivamente, según el tipo de pensamientos se provoca un
tipo de reacciones, hasta el punto que pueden cambiar la estructura cerebral en
un sentido o en otro. Pensar y sufrir no son sinónimos. En todo caso, se sufre
por un uso erróneo del pensar.
Noemí
Suriol,
fisioterapeuta y directora del centro Lenoarmi de Barcelona, propone aprender a
utilizar el pensar para sufrir menos. “Pensar en positivo tampoco es tapar la realidad, sino transformarla en algo positivo. No
hay mal que por bien no venga. Siempre podemos sacar algo positivo, siempre
podemos transformarlo en algo que nos ayuda a mejorar. Esto es salud mental y
corporal. Y habría que afrontarlo. Porque todo lo que no sufro conscientemente,
lo sufre mi cuerpo, y el cuerpo acaba
hablando de lo que no podemos afrontar conscientemente”. Y, en
cualquier caso, en vez de obstinarse por buscar una respuesta o una solución, “lo que debemos hacer es preocuparnos por formular mejor
las preguntas”, añade Giorgio Nardone. Algo parecido ya decían
los sabios de todas las culturas.
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