Algo más de la mitad de los españoles decimos que
somos felices o muy felices, según la encuesta mundial que realiza Win-Gallup todos los años a más de
65.000 personas en 65 países. Son buenas noticias si lo comparamos con el año
pasado. Nuestro nivel de felicidad ha aumentado un poquito más (3 puntos), así
como nuestro nivel de optimismo frente al futuro, el cual ha pasado del 25 por
ciento del año pasado al 32 por ciento. Es decir, nos mostramos más optimistas
con respecto al 2015 y pensamos que va a haber menos dificultades económicas.
También estamos lejos de Irak, el país donde solo el 31 por ciento de sus
habitantes se declaran felices o de Grecia, donde está el mayor número de
infelices en Europa con un 24 por ciento.
Ahora bien, a pesar de que es un buen dato desde
este punto de vista no podemos obviar que estamos lejos de Fiji y de Colombia,
quienes el 93 y 90 por ciento de sus ciudadanos se sienten felices. Y lo que es
más impactante, el
continente más feliz es África (83 por ciento de sus habitantes se
declaran felices), seguido de Asia (77 por ciento) y en furgón de cola,
Oceanía, los países del Magreb y Europa Occidental.
El informe me ha encantado leerlo, lo confieso. Es
el resultado de preguntar a unas mil personas por país sobre su nivel de felicidad.
Todos sabemos que la respuesta es subjetiva, que depende incluso del momento
del día o de la temporada que estés atravesando. Pero más allá de ello, existe
una conclusión interesante sobre la que reflexionar, como recoge Juan Morenilla en su artículo sobre el
informe Gallup. Si África se siente más feliz que el resto de países con más
posibilidades, en
algo nos estamos equivocando con el progreso económico. En mi
opinión, Europa está triste porque el recuerdo de la bonanza económica todavía
planea sobre nuestras cabezas, además del desempleo y otras situaciones que
estamos sufriendo en estos años de crisis. No vemos tampoco el futuro con el
mismo optimismo que en África o Asia y seguramente se deba a que el margen de
recorrido de estos continentes sea muchísimo más grande que el del Europa.
La insatisfacción brota cuando vivimos en la
comparación con nuestros vecinos o, incluso, con nuestro pasado. Así sucede en
las empresas: un empleado estará descontento cuando sepa que su compañero
haciendo lo mismo cobra más. La sensación de equidad es intrínseca al ser
humano, pero lo que nosotros podemos hacer es cambiar nuestro foco de
comparación: en vez de mirar al vecino, mirar hacia dentro. La comparación con
el pasado es un camino de infelicidad profunda. “El pasado pasado está”, dice el
dicho popular; y en el caso de nuestra felicidad, deberíamos vivirlo a
rajatabla. Pero para ello, necesitamos otros modelos, otras referencias.
Necesitamos una educación sobre la felicidad, más allá de la que se nos enseña
sobre el progreso económico (que está muy bien, no lo discuto, pero que jamás
deberían sustituirse).
En definitiva, todos sabemos que la felicidad es
un camino, y este se construye con nuestras decisiones, incluyendo
con quién o con qué nos comparamos. Y la buena noticia es que este año nos
sentimos más optimistas y felices.
Más datos sobre la felicidad en España según el
informe:
El
55 por ciento de los españoles se sienten muy felices o felices (10 y 45,
respectivamente); 34 por ciento ni feliz ni infeliz; y 8 por ciento infeliz o
muy infeliz. Un 2 por ciento no saben o no responden.
Las
mujeres se sienten más felices que los hombres (60 frente al 49 por
ciento).
Los
mayores de 65 años y los de 45 a 54 años, los más felices (63 y 62 por
ciento).
Los
desempleados o trabajadores a tiempo parcial, los más infelices (40 y 45 por
ciento, frente al 63 de las amas de casa o el 60 por ciento de trabajadores a
tiempo completo o jubilados).
Los
de menores ingresos, los más infelices (43 por ciento)
Los españoles con menor educación son los más infelices
(22 por ciento frente al 62 por ciento de los que han completado una educación
superior).
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